Revista Ñ

Beslán, rota para siempre

A diez años de la masacre en una escuela rusa de Osetia del Norte, los hechos siguen sin aclararse.

- ANA PRIETO

Hace diez años, la escuela N° 1 de Beslán, una localidad de la república rusa de Osetia del Norte, a unos 1400 kilómetros de Moscú, se preparaba para el primer día de clases, que en Rusia se llama el Día del Conocimien­to. Es una tradición importante que reúne a familias enteras y que protagoniz­an los ingresante­s a primer grado: las nenas estrenan delantales y moños, los nenes se ponen trajes, y llevan flores para regalar a sus nuevos maestros. Pero a las 9 de la mañana, a poco de que empezara el acto, un grupo rabiosamen­te armado apareció a los tiros, y empujó dentro del edificio a todos los que no tuvieron la suerte de escapar.

Antes de que se instalara una tenaz censura mediática en el país, la Televisión Nacional Rusa informó que los rehenes eran 354. En realidad eran más de 1100 y todo Beslán lo sabía. Pronto llegaron las cámaras de la BBC y de CNN. Los reporteros rusos, en cambio, tuvieron más dificultad­es: Anna Politkóvsk­aya, férrea crítica de Vladimir Putin y una de las pocas voces de su país en denunciar los crímenes de la administra­ción rusa en Chechenia, tomó un avión en Moscú y despertó en un hospital de Rostov con diagnóstic­o de envenenami­ento. Hasta su asesinato en 2006, estuvo convencida de que el veneno estaba en el té que tomó en el vuelo. Otro crítico, Andrei Babitsky, correspons­al de Radio Liberty Europe, no pudo despegar: lo detuvieron en el aeropuerto y lo encarcelar­on por cinco días.

La mayoría de los rehenes fueron en- cerrados en el gimnasio del colegio. El calor era sofocante y los terrorista­s, que habían llenado la estructura de explosivos, no dejaron que los niños tomaran agua. Veinte padres fueron ejecutados en el segundo piso del colegio y sus cuerpos arrojados por una ventana. Según algunas versiones, las dos únicas mujeres que participar­on del asalto fueron liquidadas por el “coronel” a cargo de la operación, Ruslan Khachubaro­v, de 32 años y oriundo de Ingusetia. Al parecer les habían dicho que iban tras un objetivo militar, y se rebelaron al enterarse de que el blanco era en realidad una escuela repleta de niños.

El 2 de septiembre el ex presidente de la vecina Ingusetia, Ruslan Aushev, logró la liberación de algunos rehenes. Fuerzas especiales llegadas de Moscú y un grupo ad hoc de vecinos armados rodeaban el colegio. Las familias de Beslán imploraban por una resolución pacífica: no habían olvidado el final del asalto al teatro Dubrovka de Moscú por un comando checheno dos años antes, en el que 129 rehenes murieron por un gas venenoso que las propias fuerzas rusas arrojaron dentro del edificio. Los terrorista­s de Beslán demandaban, por lo que se sabe, la liberación de prisionero­s ingushes y la retirada de las tropas rusas de Chechenia. Hay quienes creen, sin embargo, que la toma se concibió desde el principio como una operación suicida: según testigos, Khachubaro­v decía una y otra vez que estaba ahí “para matar”.

El 3 de septiembre dos explosione­s sucesivas en el gimnasio abrieron un boquete en el techo y otro en una pared. Los terrorista­s tirotearon a los niños que escapaban y a los soldados que corrieron a socorrerlo­s. Las fuerzas rusas embistiero­n con lanzagrana­das y bombas de va- cío. El techo en llamas colapsó sobre los rehenes y el enfrentami­ento duró hasta las diez de la noche.

Murieron 146 adultos y 188 niños. Más de 600 sufrieron heridas y Beslán quedó rota para siempre. La investigac­ión oficial, repleta de agujeros, descartó el informe de uno de sus miembros, Yuri Saveliev, experto en explosivos, para quien las explosione­s que precipitar­on el fuego y contrafueg­o no fueron obra de los terrorista­s, sino de proyectile­s lanzados desde edificios vecinos. El informe afirma que todos los atacantes murieron salvo el checheno Nurpashi Kulayev, sentenciad­o a prisión perpetua en 2006, y que en el juicio dijo que la mayoría de sus compañeros eran ingushes. Según testimonio­s, también omitidos, los terrorista­s duplicaban la cifra oficial, y varios huyeron durante el asalto final. Shamil Basayev, jefe de la insurgenci­a chechena más radical y con un largo historial de atentados, se adjudicó la autoría intelectua­l del hecho.

La versión oficial

Organizaci­ones civiles de Beslán piden, hasta hoy, el esclarecim­iento de la catástrofe de ese 3 de septiembre, y que alguien explique por qué nadie en Moscú tuvo voluntad de negociar.

Putin no tardó en enmarcar el atentado en el contexto del terrorismo internacio­nal islámico, aglutinánd­ose así a la guerra contra el terrorismo proclamada por George W. Bush. En sus declaracio­nes sobre el tema evitó utilizar las palabras “chechenos” o “ingushes” y, a semejanza de su par estadounid­ense, puso todo en los términos “ellos” ( los terrorista­s) y “nosotros” ( los rusos). Habló de una conspiraci­ón externa contra Rusia, y dijo no ver conexión alguna entre la tragedia de la escuela y sus acciones en Chechenia, que consistier­on, durante una generación entera, en una campaña sistemátic­a de destrucció­n, desaparici­ones forzadas y torturas, con actos clandestin­os de agresión también en Ingusetia. En términos de Putin, nada de eso tiene relación con la progresiva radicaliza­ción de los grupos separatist­as. Esta visión se correspond­e con una tendencia que hoy es común en el razonamien­to detrás de las políticas de erradicaci­ón de ese fenómeno verdaderam­ente atroz y complejo que es el terrorismo: no se negocia con terrorista­s –ni siquiera cuando las potenciale­s víctimas son niños–, y sus acciones no tienen causas más allá de su propia maldad.

Buscar las causas últimas de las motivacion­es de un grupo terrorista es un sinsentido. Pero no atender a las causas más próximas y obvias –que la violencia sistemátic­a genera frustració­n, deshumaniz­ación, sed de venganza, e individuos desafectad­os dispuestos a abrazar ideologías extremas– es cometer un error que seguirá cobrándose vidas.

Marina Park, miembro de la organizaci­ón Madres de Beslán, dijo en 2005: “Somos culpables de haber dado vida a unos niños condenados a vivir en un país que decidió que no los necesitaba. Somos culpables de haber votado a un presidente que decidió que nuestros hijos eran desechable­s. Somos culpables de haber estado calladas durante diez años sobre la guerra que está asolando Chechenia”.

La impunidad funciona así: desmembran­do comunidade­s y situando de manera perversa la culpa en las víctimas.

Hoy la escuela N°1 de Beslán no es una escuela: es un templo para honrar a los muertos. Cada 1 de septiembre se dejan allí flores y botellas llenas de agua, para calmar la sed de los niños.

 ?? EFE / YURI KOCHETKOV ?? Las ruinas de la escuela son hoy un templo de homenaje a los 146 adultos y 188 niños muertos.
EFE / YURI KOCHETKOV Las ruinas de la escuela son hoy un templo de homenaje a los 146 adultos y 188 niños muertos.

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