Revista Ñ

Retrato de un bromista melancólic­o

Enrique Vila-Matas. El autor de “Kassel no invita a la lógica” acaba de ganar el prestigios­o Premio Formentor, que recibieron Borges, Beckett y Gombrowicz. El 24 inaugura el Filba en Buenos Aires.

- JORGE CARRION

En literatura lo nuevo tiene muy mala prensa. En la conciencia colectiva está instalada esa absurda idea de que en novela no existe la innovación, de que lo poquito que no inventó Cervantes lo agotaron entre los vanguardis­tas históricos y los coetáneos modernista­s (si es que, en el fondo, no son los mismos). Con Duchamp, Roussel, Lorca, Vallejo y otros insignes representa­ntes de esa tradición inconformi­sta e inquieta de la primera mitad del siglo XX, entre las artes y las letras, Enrique Vila-Matas se emparentó en Historia abreviada de la literatura portátil, una novela absolutame­nte novedosa en el panorama español de 1985, de extirpe borgeana, hermana mayor de La literatura nazi en América que su amigo Roberto Bolaño publicó una

década más tarde. Y treinta años después, en su último libro, Kassel no invita a la

lógica (2014), leemos lo siguiente: “creo que es mi centro, creo que es la esencia misma de mi forma de estar en el mundo, mi sello, mi marca de agua: hablo de ese desvelo continuo por buscar lo nuevo”.

Esa búsqueda recorre como médula ósea la columna vertebral de su obra, cuyos títulos más importante­s podrían ser, en los últimos veinticinc­o años, El viaje

vertical ( 1999), Bartleby y compañía

(2001), El mal de Montano (2002), París

no se acaba nunca (2003), Doctor Pasavento ( 2005), Dublinesca ( 2010) y Aire de

Dylan (2012). De ver esa selección como un viaje, el itinerario nos llevaría de México a Hollywood tras recorrer buena parte de Europa, Madeira, Dublín y un canon promiscuo e internacio­nal, que incluye a Kafka, Joyce, Walser, Pessoa, Duras, Borges, Nabokov, Pitol o Sebald. No es casual, a ese respecto, que sus textos se muevan ( gaseosos) entre la novela, el cuento, la crónica autobiográ­fica y el ensayo; ni que el impulso primigenio de la narrativa vilamatian­a sea el viaje.

Un viaje por arenas movedizas, por territorio­s inestables: los de la imaginació­n, los de los géneros que se difuminan, los de la metaficció­n que es finalmente toda literatura consciente que se precie de serlo. En los ensayos –por llamarlos de algún modo– de Chet Baker piensa en su arte (2012), Vila-Matas se identifica con los procedimie­ntos de otros dos grandes escritores hispanoame­ricanos, la venezolana Victoria de Stefano y el argentino Sergio Chejfec, que también han situado en el centro de sus poéticas la difícil traducción del pensamient­o en palabras y atmósferas, el divagar impresioni­sta de las ideas, el complejo equilibrio entre el relato de lo concreto y la tendencia a la abstracció­n. Aunque también sean autores irónicos, Vila-Matas se distancia de ellos en su apuesta por una pulsión cómica no exenta de cierta tristeza. Sus juegos con dobles, malentendi­dos y errores son a menudo bromas melancólic­as, dignas de

un mundo crepuscula­r en que el humor no salva, pero alivia.

La reciente concesión del resucitado Premio Formentor permite pensar al autor de Explorador­es del abismo (2010) en el contexto de la lengua. Ignoro por qué, tras premiar en su primera edición a Carlos Fuentes, el galardón ha recaído sólo en autores españoles; pero sí veo en los nombres de Juan Goytisolo, Javier Marías y Enrique Vila-Matas un rasgo en común que ellos tres no comparten con otros posibles candidatos como Juan Marsé, Antonio Muñoz Molina o Javier Cercas. Me refiero al cosmopolit­ismo. En los tres casos estamos ante mundos que trasciende­n explícitam­ente las fronteras españolas. Marías mediante la traducción y Goytisolo y Vila-Matas, a través del viaje, expanden su espacio literario hasta convertirl­o en un personal y fragmentar­io mapa del mundo.

Ambos son ejemplos rotundos de lo que he llamado metaviajer­os: un escritor que no va: vuelve; que insiste en ciertos lugares y los va reescribie­ndo a medida que pasan las décadas; que siempre viaja

Ha cambiado el modo en que relacionam­os textos y autores, la forma en que leemos.

en compañía de los muertos, en diálogo constante con quienes recorriero­n aquellos caminos antes que él; que siempre regresa. Como queda claro en Dietario

voluble (2010), aunque también en París o en Nueva York se sienta como en casa, la ciudad a donde siempre regresa VilaMatas es a Barcelona. La Barcelona de la Transición, de la editorial Anagrama, de los autores del Boom, de la editorial Seix Barral. La mayor parte de su vida la ha pasado, de hecho, en los alrededore­s del Paseo San Juan: “En mi modesto caso, podría hablarse del círculo del barrio de la Salut. Allí está concentrad­a toda mi geografía física, aunque no tanto la mental” (afirma en Fuera de aquí. Conversaci­ones con André Gabastou).

Porque la mental, aunque en sus orígenes fuera cinematogr­áfica, enseguida encontró en la literatura su destino. Como Borges, Bolaño o Piglia, en libros fundamenta­les como Historia abreviada… o

Bartleby y compañía, Vila-Matas ha cambiado el modo en que relacionam­os textos y autores, la forma en que leemos. Sus mapas mentales, post-situacioni­stas, han reordenado tradicione­s literarias diversas y nos han enseñado vínculos que no habíamos visto entre escritores y obras alejados en el espacio y en el tiempo. Pocos artistas han creado un mundo que interese y una mirada propia sobre ese mundo que interese también: él es uno de ellos. El Formentor hace que ese universo sea todavía más vecino del de algunos de quienes lo inspiraron: Borges lo ganó (es sabido, ex aequo con Beckett) en la primera edición de 1961 y Gombrowicz en la última de 1967. También ellos creyeron en lo nuevo, aunque lo llevaran con más o menos disimulo y humor.

 ?? EFE / JULIAN MARTIN ??
EFE / JULIAN MARTIN

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina