Revista Ñ

El mejor y más entusiasta lector de Walser

- ESTEBAN FEUNE DE COLOMBI. ACTOR

“Robert, visité el manicomio de Herisau, en el cantón de Appenzell, adonde estuviste internado los últimos años de tu existencia. Me acompañó una amiga que hacía las veces de traductora porque yo no hablo alemán. Quise dormir aunque sea una noche bajo los mismos techos que tú, pero no me dejaron. Antes que yo, había estado allí, en ese mismo lugar, otro hombre interesado en tu historia. Por supuesto, se trataba de un argentino”, le contó Enrique Vila-Matas a Robert Walser cuando se cruzaron campechana­mente, como si lo hicieran de ese modo todas las tardes, luego de un sucinto apretón de manos. Frente a ellos había una iglesia en franco abandono en cuya puerta un grafiti rogaba por un aborto “libre y gratuito”; detrás, una docena de personas en estado de pasmo lideradas por Jorge Carrión y un paseaperro­s distraído.

Eran las ocho de la noche en el barrio barcelonés de Poble Nou. Por el mero afán de decir algo poético, diré que la luz del crepúsculo parecía importada de una isla griega. Enrique Vila-Matas era Enrique Vila-Matas – aunque podría haber sido un trasunto de Carl Seelig–, Robert Walser era yo ( luciendo facha decimonóni­ca y paraguas para ahuyentar la lluvia) y los doce caminantes, espectador­es de una obra de teatro a pie que dirige el catalán Marc Caellas en base a una idea de ambos –de él y mía–, inspirados en El

paseo, soberbia novelita que el escritor suizo publicó en 1917.

Tras deambular por Buenos Aires, Montevideo, Bogotá y Madrid con este montaje portátil (o “shandy”, al decir vilamatian­o), le tocó el turno a Barcelona. En nuestros curiosos recorridos declamando fragmentos walseriano­s suceden cosas de lo más extrañas, muchas veces impercepti­bles, que parecen salidas de una vista de Fellini o de un micrograma: un practicant­e que auscul- ta el corazón, una niña me ofrece un pretzel babeado a cambio de mi sombrero, una vieja me pregunta a boca de jarro “where are you frón?”, un gordo corre atolondrad­amente detrás de un gato, un grupo de policías perpetra un arresto… Sin embargo, la aparición (previament­e acordada, ¿eh?) del autor de Doctor Pa

savento –quizás el mejor y más entusiasta lector de Walser que exista– en plena función fue apoteósica y se condice con su deseo de cruzar la escritura con otras disciplina­s, como quedó bien demostrado en su última, descacharr­ante novela, suerte de largo paseo alrededor de la documenta de Kassel.

La improvisad­a plática entre las dos potencias se extendió unas cuadras más. Antes de la despedida –que tuvo lugar como se debe: o sea, sin saludos–, Vila-Matas le preguntó a Walser cómo se llevaba con el tiempo y el suizo contestó, emulando a Libertella: “Al tiempo hay que dejarlo para más adelante”.

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