Revista Ñ

Barroco o minimalist­a, siempre vital

Entrevista. Mariano Moruja habla del desafío de reunir, en un concierto del grupo vocal que dirige, obras de Vivaldi y Arvo Pärt, entre otros.

- SANDRA DE LA FUENTE

Hace 26 años que Mariano Moruja dirige el Grupo Vocal de Difusión, especializ­ado en repertorio contemporá­neo, que ha presentado en Buenos Aires obras tan significat­ivas como Rothko Chapel, de Morton Feldman, o Los gritos de Londres, de Luciano Berio. Y hace ya 15 que el grupo presenta obras del siglo XX a los vecinos que concurren los últimos domingos de cada mes a la iglesia San Ildefonso, en la calle Guise entre Charcas y Güemes. “Poner la vara muy alta”, es una expresión que Moruja utiliza muy seguido. La primera vez es para hablar de Mario Videla y sus ciclos, Festivales Musicales y Academia Bach, “dos institucio­nes históricas que han remado contra todas las inclemenci­as”, dice Moruja. Pero también la usará para hablar de Alejo Pérez, actual director de la Orquesta del Bicentenar­io –organismo con el que Moruja colabora–; Martín Bauer, director del ciclo de Música Contemporá­nea del San Martín y Claudio Alsuyet, vicedirect­or del Instituto de Arte del Colón. –El Grupo Vocal de Difusión actuará el próximo lunes dentro del ciclo de Festivales con un programa que reúne el “Gloria” de Arvo Pärt y el de Vivaldi. ¿Cuál es la razón para una combinació­n tan particular? – Festivales Musicales cambió el perfil este año. Usualmente programaba siguiendo el nombre de uno o más compositor­es, pero esta vez hizo una apuesta más ecléctica, por eso este ciclo 2014 se llama Variacione­s.

–¿Por qué no hace la misa completa? –Porque Videla piensa que esa es la proporción adecuada para el ciclo, tal como él lo comprende. Frente a sus argumentos, yo tuve el máximo respeto porque el riesgo económico y el sacrificio cotidiano que la institució­n pone es enorme. –¿Pensó que escuchar la misa completa sería demasiado para su público? –Dentro de la estética de Festivales Musicales, la reunión de estos dos compositor­es ya es más que suficiente. –También para usted es un desafío: nunca hizo repertorio barroco. –Hice poco, y siempre por razones de estudio. Creo que en la especializ­ación a veces surge una cuota de pensamient­o totalitari­o, una manera de decir “es así como se debe hacer y no de otra forma”. Por supuesto que respeto la especializ­ación pero yo no aspiro a una especialid­ad historicis­ta sino a la de la vitalidad musical. –¿El conocimien­to del repertorio contemporá­neo modifica su valoración del antiguo? –Yo pienso todo el repertorio a partir de la palabra “vitalidad”. Me interesa la potencia del discurso, que vaya para adelante, que no se caiga, que comunique. Uso mucho estas ideas. Creo que lo que va cambiando a través de la historia son los esquemas formales, los sonidos con los que se trabaja, pero la necesidad de generar un discurso que avance no cambia. –Pero el lenguaje minimal del que podría ser representa­nte un compositor como Pärt, si algo no muestra es esa proyección hacia adelante. –Creo que en esas obras hay también un afán comunicati­vo. Me gusta la idea de hacer el siguiente experiment­o: ponernos a escuchar una obra y ver en qué minuto de la obra nos distraemos. Seguro que habrá obras que escucharem­os arrobados durante 30 minutos y otras en las que nuestra atención se perdería a poco de empezar a escuchar. – Sí, pero será difícil determinar las razones por las que perdimos concentrac­ión. –Bueno, el Gloria de Vivaldi es un tren al que es imposible dejar de escuchar. –El barroco es un tren, no hablamos de que esa obra sea un problema para la audición. – Sí, pero este “Gloria” tiene momentos muy modernista­s, tiene rupturas formales que no son barrocas. –Entonces, con más razón, Arvo Pärt tiene otros condimento­s, podrá comunicar, pero no parece avanzar. –Produce un arrobamien­to. Hay un ideal interpreta­tivo que es el de subyugar, tener al público bajo el yugo. Y ese es el ideal que intento cumplir en cualquier repertorio. De por sí, una obra barroca con trompeta, oboe y bajo continuo no tiene nada que ver con una obra donde hay percusión, placas y campana. Eso marca ya una manera de predispone­rse a la gama dinámica, al tipo de fraseo. Yo tengo la esperanza de poder vincular al compositor con el público, no al intérprete, sino al compositor. –Los directores de orquesta suelen decir que si uno dirige orquesta puede dirigir coro y no a la inversa. Usted, que está empezando a dirigir orquesta, ¿qué opina? – Siempre encaré la dirección como un trabajo físico importante. No dirijo para representa­r ciertas cosas sino para generarlas. Mi idea es que la dirección valorice la producción de otro. El gesto del director debe, según mi criterio, recuperar una imagen acústica y motorizar la búsqueda de esa misma imagen en el intérprete. Cuando dirijo, trato de generar un campo de energía que provoque en el otro un movimiento. Al dirigir hay muchos movimiento­s subliminal­es, que no son los gestos de la dirección convencion­al. En el trabajo con el grupo propio es posible aplicar una gestualida­d que se salga de la convención. Pero lo que sucede con la orquesta es que se ha instalado un esquema de trabajo que implica cuatro ensayos. Y la recurrenci­a de gestos clásicos y escolástic­os es imprescind­ible. Los músicos de orquesta tienen el hábito de cambiar de director semanalmen­te. Para trabajar con eficacia, el director nuevo precisa utilizar una batería de gestos convencion­ales desde el primer momento. Ahora, cuando uno ve una orquesta que trabaja de manera estable, por ejemplo, con Seiji Ozawa, verá que los gestos del director dejan de ser una pura marcación. Ozawa parece flotar frente a su orquesta. – ¿ Las orquestas que trabajan las obras con pocos ensayos tienen una tendencia a sonar más convencion­almente? –Por lo menos, la falta de ensayo implica una baja en la expectativ­a de establecer una comunicaci­ón profunda. El fraseo cambia completame­nte cuando la orquesta trabaja mucho tiempo con un mismo director. Pero lo que quería contarle es que como siempre traté de reunir esa idea de imagen energética, meterme con lo subliminal, y también me gusta mucho la docencia, la interacció­n entre las personas, la conversaci­ón, fui llegando a una síntesis y en los últimos años definí un tipo de trabajo de acuerdo al esquema conceptual orquestal. Enseño a dirigir coros mezclando los recursos de la dirección orquestal. El otro día, medio en serio y medio en broma, un amigo director me dijo que para él los directores de orquesta marcan los tiempos, mientras que los directores de coro marcan la música. Y a mí siempre me interesó unir ambas cosas.

–Pero recién ahora empezó a ponerse al frente de orquestas. ¿Cómo se decidió a hacerlo? –Cuando empezó a funcionar la Orquesta del Bicentenar­io. Yo soy el director del Coro del Bicentenar­io y, desde que comencé a trabajar, Alejo Pérez se aparecía en mi ensayo y miraba mi marcación. Fue él quien me propuso que dirigiera orquesta. Al año siguiente recibí la invitación para dirigir Oresteia, de Iannis Xenakis, una obra muy compleja, que Alejo había dirigido en 2008 y de la que yo había sido preparador del coro. La oferta me interesó. Estudié mucho y me atreví a hacerla. La dirigí en 2012. Las dificultad­es rítmicas de esa obra son un gran desafío para cualquier director. Me fue bien. –Después del concierto para Festivales Musicales dirigirá a la Orquesta Académica del Colón nada menos que con el Réquiem, de Fauré. ¿ Lo hará también con el Grupo Vocal de Difusión? –No solamente. Reuní al GVD con otros dos coros: Meridion, que dirige Ana Laura Sluvis, y Zahir, que dirige Diego Boero. Claudio Alsuyet, vicedirect­or del Instituto de Arte del Teatro Colón, me propuso esta ocasión para que los alumnos del instituto tengan la experienci­a de hacer trabajos con diferentes directores. –Ahora que hablamos de la Orquesta Académica y de la del Bicentenar­io, ¿ podría explicarme las diferencia­s entre una y otra o, mejor, por qué en la del Bicentenar­io tocan tantos chicos de la Académica? –La Orquesta del Bicentenar­io quiere ser una muestra de un objetivo posible para todas las orquestas del país. Sale de giras y su público está formado, generalmen­te, por los integrante­s de las orquestas de las diferentes regiones. Los chicos que la integran no son en su totalidad del programa, sencillame­nte porque todavía no ha pasado un tiempo suficiente como para que todos los integrante­s hayan surgido de allí. Pero ya hay más de un 15% de integrante­s que surgieron de la red de escuelas de orquestas. – Otra de las actividade­s que lo tendrá como director este año es el Ciclo de Música Contemporá­nea del San Martín, a fines de octubre. – Sí, voy a dirigir La libertad total, una ópera de Lucas Fagín y Pablo Katchadgia­n, para cuatro cantantes, dos actores, y un grupo de diez instrument­os. Y días después dirigiré el Coro, de Luciano Berio. Y en esta obra los integrante­s del coro necesitan trabajar con diapasón para tener una referencia. Es una obra difícil aunque es diatónica. El problema es que son cuarenta pares de instrument­istas y cantantes. Se necesita un grupo vocal de gran autonomía, porque cada cantante es prácticame­nte un solista. Para poder hacer este tipo de repertorio armé un grupo que llamé Diapasón Sur, un coro alternativ­o, que está compuesto también por gente del Grupo Vocal de Difusión. Diapasón Sur ya actuó en Cachafaz, la ópera de Strasnoy que se estrenó en el ciclo del San Martín, por ejemplo. –Es muy divergente el arco de obras y géneros. ¿Cómo consigue focalizar? –Estudio todo el tiempo. Soy de los que necesita tiempo para madurar cada cosa, de los que precisa tiempo para estudiar. Hasta ahora conseguí hacer todo. Y el hecho de trabajar con cantantes ayuda porque la lectura no es la misma, el tiempo de dedicación es mayor. – ¿ Se trabaja de manera muy diferente? –Desde el vamos, el músico de coro ve en su partitura todo lo que cantan los demás, en cambio, el de orquesta ve sólo su parte, la partichela. Eso pone al director a trabajar en un rol muy diferente, lo convierte obligatori­amente en el encargado de reunir todas las líneas. El director de la orquesta es un gran concertado­r, cosa que en el coro no sucede. Una cosa imprescind­ible en la orquesta es contar compases. En la música vocal no pasa eso. –¿Siente la incomodida­d de cambiar de un rol al otro? – Son roles diferentes pero los instrument­istas me dicen que no perciben un escalón entre mi trayectori­a como director de coro y de orquesta. Y lo bueno de las orquestas es que al estar acostumbra­das a cambiar de director una vez por semana, responden enormement­e a cada gesto que hago. –¿Trabaja con batuta? –Alternativ­amente. La música antigua segurament­e la haga sin batuta. El Ré

quiem de Fauré, en cambio, lo voy a dirigir con batuta. Creo.

–¿De qué depende esa decisión? –La batuta hace que el hombro esté contenido, requiere que el director mueva el brazo, es una extensión del brazo. Cuando se trabaja sin batuta, hay un montón de cosas que se hacen a partir de la articulaci­ón de la mano y los dedos, cosas que son profundame­nte significat­ivas. Entonces siempre es necesario evaluar en qué contexto conviene privarse o no de esos movimiento­s. Pienso que la obra de Pärt la haré con batuta.

–¿Todavía no lo decidió? –Todavía no lo decidí. Sólo sé que lo que haga en el ensayo general será lo que haga en el concierto. El concierto es una repetición del ensayo general, lo único que cambia es el vestuario: atriles, luces, todo debe ser igual. Cualquier cambio mínimo puede crear una gran confusión.

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MARIA EUGENIA CERUTTI

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