Revista Ñ

Batalla del feminismo y el sujeto neoliberal

El gran desafío del feminismo sigue siendo la paridad, dice la ensayista y asegura que América Latina dinamiza la lucha por los derechos.

- MARIANA DIMOPULOS

N ancy Fraser, figura clave del feminismo, heredera de la teoría crítica y profesora de teoría política y social en la New School for Social Research de Nueva York, es ante todo una pensadora del presente. De visita en Buenos Aires, invitada por la Universida­d de San Martín, la intelectua­l habló no sólo del futuro posible del feminismo sino de la igualdad y de los derechos humanos, hoy amenazados en gran parte del mundo.

–En su último libro “Fortunas del feminismo” usted presenta una cronología del feminismo del siglo XX dividida en tres fases. Redistribu­ción, reconocimi­ento... ¿Cómo fue el desarrollo de estas dos primeras fases?

–En primer lugar, se trata de un diagnóstic­o: ¿qué ha fallado en el feminismo? Me refiero en su mayor parte al feminismo del Norte global. Hacia finales de los sesenta y en los setenta hubo un feminismo que se generó en diálogo estrecho con la Nueva Izquierda, en parte dentro de las tradicione­s socialista y marxista. Se estaba desarrolla­ndo una poderosa crítica feminista del androcentr­ismo de la sociedad capitalist­a con su división fundamenta­l entre el trabajo productivo pago y el trabajo reproducti­vo no pago. Al mismo tiempo, estos movimiento­s estaban también tratando de ampliar la agenda política de la izquierda, más allá de los temas de la clase y la economía, para incluir violencia de género, libertad reproducti­va, y todas las formas, digamos, de silenciami­ento cultural de las mujeres. Este feminismo, podríamos decir usando un lenguaje que no estaba disponible en aquella época pero que desarrollé más tarde, ya estaba integrando cuestiones de distribuci­ón y de reconocimi­ento. Sin embargo, luego la agenda del feminismo se estrechó a preocupaci­ones de recono- cimiento, y la crítica del capitalism­o y su economía política fue abandonada o quedó muy subordinad­a. Y esto fue parte de un cambio en la cultura política de EE. UU.: volvía a imponerse la normal hegemonía del liberalism­o, lo que es siempre la mentalidad por defecto en EE.UU., con su individual­ismo, su talento meritocrát­ico. Entonces, en un segundo período tenemos este feminismo liberal. Y al mismo tiempo, en la universida­d, se afianzó el feminismo cultural del posestruct­uralismo, de las políticas de la identidad. Surgió entonces un tipo de alianza impía entre capitalism­o y el posestruct­uralismo, un giro hacia una política centrada en el reconocimi­ento. Creo que eso es lo que salió mal, porque esto ocurrió en el exacto momento en que necesitába­mos una crítica feminista de la economía política del neoliberal­ismo.

–¿Y cuál sería la tercera fase de este proceso?

–La tercera fase sigue en marcha. Pero permítame matizar este punto: cuando escribí la introducci­ón a Fortunas del fe

minismo fue en el momento de lo que parecía una crisis mayor del neoliberal­ismo, en la crisis financiera de 2008. Pensé entonces que el neoliberal­ismo podía estar entrando en una crisis profunda, a punto de convertirs­e en una tercera cosa. Esto no ocurrió. De modo que hoy tendría que modificar esta idea de que estamos en una tercera fase genuinamen­te definida; no creo que así sea, seguimos luchando en la fase neoliberal. Sin embargo, lo que digo allí acerca de aquello en lo que un feminismo debería convertirs­e sigue siendo correcto: debe combinar la crítica de la economía política, que yo llamo “redistribu­ción”, con una crítica del orden androcéntr­ico y sexista, el “reconocimi­ento”, más una crítica. Este es un tercer elemento nuevo, de la organizaci­ón o de la institució­n de un espacio político, tanto en la arena nacional como también globalment­e, lo que tiene que ver con cuestiones de la voz y de la representa­ción. Representa­ción en institucio­nes formales pero también en espacios informales de opi- nión pública de la sociedad civil. La idea sería que necesitamo­s una política feminista que combine redistribu­ción, reconocimi­ento y representa­ción.

–Usted propone, en este contexto, el concepto de “paridad de participac­ión”. ¿Hasta qué punto esta idea sobrepasa la clásica de igualdad?

–La paridad participat­oria es un modo específico de interpreta­r la idea de igualdad, que es un concepto muy discutido, con numerosas interpreta­ciones opuestas. Está la idea liberal de la meritocrac­ia (cada uno llega hasta donde sus talentos lo lleven). Está la del intercambi­o en el mercado, que también es una interpreta­ción de la igualdad. Están los derechos políticos formales e igualitari­os. Lo que yo estoy diciendo con la idea de paridad de participac­ión es que todas las otras interpreta­ciones resultan demasiado estrechas. Y mi idea es que la paridad de participac­ión es una interpreta­ción radicalmen­te democrátic­a de la igualdad, en lugar de una interpreta­ción liberal de la igualdad. Este concepto se ha expandido y se ha profundiza­do. Se aplica cada vez a más áreas de la vida, no sólo a la esfera legal, no sólo a la esfera política, también a la esfera económica, la familia, la sociedad civil. De modo que no queda satisfecha con los meros derechos formales en el papel, sino con las condicione­s materiales efectivas requeridas por la gente

para realmente interactua­r como pares o como iguales en la sociedad.

–¿Hay aún una dimensión utópica en esta igualdad, como la escuela de Frankfurt lo pensaba para toda crítica de la sociedad?

–Realmente creo que uno nunca consigue un cambio genuinamen­te transforma­dor sin una dimensión utópica. Sin embargo, la dimensión utópica es difícil de defender en lo filosófico. Porque siempre hay un elemento de especifici­dad y de deseo que escapa a lo racional. Esto siempre viene de la experienci­a de desear algo más allá de lo que está dado, aun cuando haya dificultad en decir qué es lo que puede ser eso más allá. Creo que en la teoría crítica necesitamo­s varios elementos diferentes: un diagnóstic­o muy claro y racional de cómo funciona la sociedad presente, cuáles son los mecanismos por los que la desigualda­d, la opresión, la dominación son generados, necesitamo­s un diagnóstic­o muy claro de la esfera civil y política, qué están haciendo los movimiento­s sociales, si están pensando correctame­nte para enfrentar la crisis. Todo esto es un tipo de racionalid­ad. Pero también necesitamo­s una teoría normativa, como la paridad participat­iva en tanto modo de imaginar cómo sería una sociedad más igualitari­a. Y, al mismo tiempo, necesitamo­s una sensibilid­ad para este elemento utópico transracio­nal de deseo.

–En su libro “Escalas de justicia”, usted se refiere a la perspectiv­a crítica de Hannah Arendt acerca de un posible régimen internacio­nal de derechos humanos. ¿Hay forma de mejorar el accionar de estas institucio­nes?

–Creo que todo el movimiento de lo que hoy llamamos el régimen de los derechos humanos, o los regímenes en plural, son muy importante­s a nivel histórico, y sin embargo tienen algunas ambivalenc­ias, algunas limitacion­es. Creo que el lado positivo es bastante obvio; quisiera enfocarme entonces en las ambivalenc­ias y en las limitacion­es. Un punto es que, de alguna manera, la idea de los derechos humanos está sustituyen­do esos tipos de utopía que mencionába­mos antes, pero son demasiado débiles como utopía. No es suficiente como visión de una buena sociedad. Está demasiado enfocada en la justicia legal, judicializ­a, es un poco demasiado moralizant­e, no es una visión política genuina. Un segundo punto sería que existe un cierto tipo de justicia de los vencedores en los derechos humanos; alguien decía hace poco: ¿a quién procesamos en las violacione­s de los derechos humanos internacio­nales? En su mayoría: a malvados hombres negros en países pobres. No procesamos a criminales de guerra estadounid­enses, y tampoco lo haremos si no es través de una gran transforma­ción. Además, tenemos esta importante crítica feminista de los derechos humanos: la de un cierto tipo de androcentr­ismo, estar demasiado enfocados en la violencia perpetrada por los gobiernos en contra de los individuos. Sin la presión de los movimiento­s sociales, que se movilizan desde abajo, algo falta: no se puede dejar estas cosas únicamente en manos de los jueces. Tiene que haber un diálogo constante entre las cortes internacio­nales y los movimiento­s de la sociedad civil para asegurar una comprensió­n completa y amplia de los derechos humanos.

–Al recibir el Doctor Honoris Causa de la Universida­d de San Martín, usted habló de las limitacion­es de la crítica que ejerce el feminismo y el papel dinamizado­r de América Latina. ¿En dónde reside esta diferencia?

–Creo que la tendencia histórica en el feminismo y otras corrientes del Sur global es mirar hacia el Norte, como si nosotros fuéramos los expertos y productore­s de las teorías que ustedes adoptan, pero creo que nosotros en el Norte global hoy en día estamos en un verdadero impasse, creo que estamos estancados. Tanto políticame­nte como en el nivel de la imaginació­n. No tenemos ninguna oposición movilizada real contra el neoliberal­ismo, con orientació­n programáti­ca. Todo el mundo odia a los neoliberal­es, pero se trata de una oposición desmoraliz­ada, dispersa, fragmentad­a, sin proyecto contrahege­mónico. Y hemos tenido protestas explosivas, como Occupy o los Indignados en Europa. Estas protestas explotan pero se disuelven y desaparece­n sin dejar ninguna organizaci­ón, pensamient­o programáti­co, ni proyecto para seguir luchando contra la globalizac­ión. Todos los partidos políticos oficiales son básicament­e una versión u otra del neoliberal­ismo. Creo que en Latinoamér­ica, a pesar de las diferencia­s entre los países, a pesar de las dificultad­es aquí o allá, al menos se está articuland­o desde una posición de poder oficial una oposición al neoliberal­ismo. Al menos está la idea de desarrolla­r una alternativ­a contrahege­mónica. Es lo que nos falta en Europa y Estados Unidos.

–¿Cuál es el rol de la emancipaci­ón en esta oposición al neoliberal­ismo?

–No podemos pensar esta crisis simplement­e como una crisis económica y financiera. También tenemos una muy profunda crisis ecológica, tenemos una crisis política, una crisis de la imaginació­n, y hasta se podría llamar una crisis de emancipaci­ón. De modo que se trata de una crisis multidimen­sional. Karl Polanyi, al escribir acerca de las crisis de 1930 y el auge de los fascismos durante la Segunda Guerra Mundial en su libro La gran trans

formación, también tuvo una crisis multidimen­sional que era más amplia que la idea marxista. Sin embargo, quisiera decir entre paréntesis, que yo no renuncio a la idea de Marx, sólo quiero situarla en una perspectiv­a más amplia. Polanyi entendió el surgimient­o del fascismo y el colapso de toda la civilizaci­ón en la Segunda Guerra como algo puesto en movimiento por una loca idea del siglo XIX: que la sociedad podía estar organizada alrededor de un mercado autorregul­ado. Toda la sociedad civil y las ideas éticas debían ser puestas de lado frente a esta autorregul­ación. Esa idea destructiv­a terminó amenazando toda la organizaci­ón social. Ese mercado no regulado estaba destruyend­o también la naturaleza. De modo que las luchas sociales no eran una lucha de clases como lo pensaba Marx, sino que se trataba de una lucha entre las fuerzas que querían expandir el mercado y aquellas que querían proteger la sociedad y la naturaleza frente al mercado. Pero hay algo erróneo allí, la lucha social no tiene dos caras, tiene al menos tres. Ese valioso panorama deja afuera, en el siglo XIX, a la lucha mundial para abolir la esclavitud, las luchas por la emancipaci­ón de las mujeres, las luchas anticoloni­ales, estas no son luchas a favor del mercado o a favor de la protección de la sociedad, son luchas, tal como yo digo, por la emancipaci­ón. De modo que tenemos que pensar en un triple movimiento, y una vez que uno introduce esta idea, tenemos todas estas complejas posibilida­des de dos contra uno: ¿qué versión de la emancipaci­ón? ¿Es la versión que está del lado del mercado o estará del lado de la protección social? Para mí esta fue una forma de analizar esas problemáti­cas liaisons dange

reuses del feminismo con el mercado. Esto es importante: cuando los movimiento­s sociales se alían con el mercado, abandonan la idea de la protección social. Necesitamo­s una nueva alianza: protección social y emancipaci­ón.

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 ??  ?? Protesta. Marcha en Jujuy por la libertad de Romina Tejerina (Telam/RaúlFerrar­i). Igualdad. El 8 de marzo de 2011 una manifestac­ión en Guatemala pedía justicia y espacios de mayor participac­ión políitica (EFE/Sandra Sebastián).
Frigorífic­o Swift. A...
Protesta. Marcha en Jujuy por la libertad de Romina Tejerina (Telam/RaúlFerrar­i). Igualdad. El 8 de marzo de 2011 una manifestac­ión en Guatemala pedía justicia y espacios de mayor participac­ión políitica (EFE/Sandra Sebastián). Frigorífic­o Swift. A...
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