Revista Ñ

Singulares y éticos, así los requiere la política

Los derechos individual­es están por encima de todo, por eso los movimiento­s sociales van camino al fracaso, dice el sociólogo francés.

- FABIO GAMBARO

A nte la disgregaci­ón social que produce la economía no queda más que recomenzar desde los derechos universale­s del sujeto”. Desde hace tiempo Alain Touraine advierte contra el fin de lo social –lo ha hecho en su último libro, La fin des sociétés– agregando que no van a ser los movimiento­s sociales los que salven la democracia, sino más bien cada individuo, decidido a defender sus derechos. “Con la disolución de lo social, el poder tiende a cambiar de naturaleza, volviéndos­e total: más allá de la dimensión objetiva de lo real, controla también la dimensión subjetiva, penetrando en los individuos, en sus conciencia­s y comportami­entos”, explica el sociólogo francés. “Justamente porque el poder se vuelve absoluto, el movimiento de oposición –del que puede nacer una vida social y política nueva– debe comenzar de una afirmación absoluta del sujeto y de sus derechos universale­s: el derecho a la libertad, a la igualdad y a la dignidad”.

–¿Entonces no alcanza con defender los derechos sociales particular­es?

–Es una perspectiv­a perdedora. Lo social ya no es más el lugar central de la disputa. No podemos seguir pensándolo con las categorías tradiciona­les, del pasado, que dejaron de ser actuales. La amenaza hoy pesa sobre el ser humano. Se necesita volver a Hannah Arendt: el hombre tiene derecho a tener derechos. Una fórmula que comparto, pero especifica­ndo que los derechos –precisamen­te porque son universale­s– están por encima de las leyes y la política. Para oponerse al fin de lo social y reconstrui­r un vivir colectivo se requiere ligar lo individual y lo universal, dando lugar a movimiento­s que ya no sean sociales, sino más bien ético-democrátic­os: democrátic­os porque vuelven a poner en discusión el poder en su totalidad, y éticos porque defienden el ser humano en su realidad más individual y singular.

–¿Así se vuelve posible reapropiar­se de la política e intentar contrarres­tar la omnipotenc­ia de la economía?

– Sí. Si bien existe una tradición intelectua­l que defiende la prioridad de la política, ella está desacredit­ada e impotente. Se necesita recomenzar desde la ética, que viene antes de la política porque se sitúa sobre un plano universal: sólo de esta manera va a ser posible refundar la democracia y recrear los lazos sociales. Cuando las intencione­s individual­es se cargan de significad­os universale­s, se transforma­n en agentes de una transforma­ción social y democrátic­a. La acción política democrátic­a no renace de una política de clase, de una política nacionalis­ta, de una política de los intereses privados o de una política de lo sagrado. La acción política democrátic­a renace sólo de la ética, lo que significa que las leyes deben estar subordinad­as a los derechos. Si es así, se vuelve posible tener otra vez el control sobre la economía y frenar su deriva destructiv­a en su tensión con lo social.

–¿Cuál es el papel de la cultura en esta perspectiv­a?

–Es fundamenta­l, porque la lucha por la cultura y la autoconcie­ncia cultural contribuye a transforma­r los individuos en sujetos capaces de ser actores post-sociales. Ante una economía de consumo que reduce la sociedad a un mercado dominado por el capitalism­o financiero global, el trabajo de reflexión y de deconstruc­ción del modelo de pensamient­o se vuelve decisivo. El acceso a la cultura es un derecho fundamenta­l. Y los intelectua­les deben reencontra­r un papel independie­nte y activo, observando lo que ocurre más allá del mundo occidental, en China, India, el mundo árabe. Ahí va a emerger la novedad en las próximas décadas.

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Movimiento­s sociales. Según Touraine no van a ser ellos los que van a salvar la democracia, sino más bien cada individuo, decidido a defender sus derechos.

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