Revista Ñ

Que vivan para siempre

- JORGE CARNEVALE

Hay tanto cine sin alma en los días que corren, que cuando alguien de talento abandona para siempre esa magia de ilusionarn­os con un juego de luces y sombras sobre una pantalla, lo tomamos como un escándalo, una broma de pésimo gusto. Así me cayó la noticia de la muerte de Sidney Lumet, tiempo atrás. Acababa de ver Antes que el diablo sepa que estás

muerto, y salí convencido de que ese tipo no había envejecido, a pesar de haber pasado los 80. Gente así no tiene derecho a morirse. Los necesitamo­s. Mi nieto Lucas con cierta maldad, me hace notar que sólo me interesan directores que son vejestorio­s. Busco algún argumento sólido para retrucarle, pero acabo reconocien­do que tiene razón. Polanski ya superó los 80, y cualquiera que merezca mi admiración y respeto anda más allá de los 70, con la excepción de Quentin Tarantino, Deploro que David Lynch, otro del club de los veteranos, haya cambiado la cámara por los pinceles. Alguien que ha dado cosas como Blue Velvet o Mullholand Drive no puede tirar la toalla. Seguiré preguntánd­ome quién mató a Laura Palmer, mientras Francis Ford Coppola, que parece haberse jubilado, elige estas tierras para filmar mamarracho­s como Tetro. A Brian De Palma no lo veo muy activo a pesar de que en Francia encontró la libertad que necesitaba, como lo demuestra Femme Fatale. En su momento De Palma le achacó a Hitchcock que la trama de Vértigo tenía unos agujeros por los que podía pasar un acorazado. La misma acusación resultaría válida para Mujer fa

tal. La clave consiste en saber manejar el verosímil cinematogr­áfico. En

Ghost Writer, todos los personajes tienen nombre y apellido, menos el protagonis­ta, y está tan bien llevada la trama que al espectador no le llama la atención. Luego, cuando se enciendan las luces de la sala comenzará a hacerse preguntas. Alguna vez se ha dicho, con acierto, que la mejor narración cinematogr­áfica es aquella en la que no hay situacione­s ni personajes de relleno. Todo debe ser funcional al relato, Los tiempos muertos son una mala palabra. Hicimos el duelo cuando se fueron Buñuel, Bergman, Antonioni, Fellini, Visconti, Kurosawa o Pasolini. Era necesario porque no hubo una generación de recambio para compensar ese vacío. Por eso le deseo larga vida a Clint Eastwood, que ya anda por los 84, porque un artista capaz de tirarnos a la cara títulos como Río Místico o Mi

llion Dollar Baby, no debe abandonar el campo de batalla. Mientras tanto, Woody Allen sigue filmando a razón de una película por año. Me dirán que no todas tienen el brillo y la poesía de La Rosa Púrpura de El Cairo, Hannah y sus hermanas o Manhattan, pero sospecho que es su manera de pelearle a la muerte. Si es así, le pongo las fichas. Que viva para siempre, junto a los que aún no se entregaron.

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