Revista Ñ

El pasado como un músculo vivo, eje de la obra del Premio Nobel 2014

La Academia Sueca distinguió este año al francés Patrick Modiano, cuya obra aborda el pasado como un músculo vivo que él captura y narra donde más se sacude.

- JUAN JOSE MENDOZA

M e crucé con un libro de Modiano hace unos años. Era invierno. Entré a una librería en busca de un libro y salí con otro. ¿Qué cosa me hizo cambiar de decisión? Una página de Patrick Modiano.

El escritor y editor Edgardo Russo también recuerda su encuentro con Modiano. No con su literatura sino con su tono transgreso­r. En la ciudad de Santa Fe, años 70, en el desapareci­do cine Ocean, donde pasaban películas como Europa Express (1966) de Alain Robbe- Grillet. O películas como Lacombe, Lucien (1978) de Louis Malle. La película está ambientada en la ocupación alemana de París y el personaje, un adolescent­e precisamen­te llamado Lucien Lacombe, es alguien que pasa datos: “Tengo un recuerdo de una enorme belleza de esa película. Louis Malle, director de Ascensor para el cadalso (1958), Los

Amantes (1958), es un director bastante excéntrico de la Nouvelle Vague. Todas sus películas son bastante provocador­as. Por ejemplo El soplo al corazón (1971) es sobre una relación incestuosa entre madre e hijo y él lo trata con tono de comedia. Sus películas siempre tenían algo particular­mente transgreso­r. Y en el caso de Lacom

be, Lucien es que el personaje central de la película es un colaboraci­onista. Fue algo absolutame­nte transgreso­r porque fue una de las primeras películas que trata el colaboraci­onismo con la ocupación nazi de París, que es un tema tabú en Francia. El héroe es un chico lindo que acarrea a la muerte. Y el guionista de la película era Patrick Modiano. Pero eso no lo sabía. Eso lo supe después.”

Treinta años después Edgardo Russo sería el editor de las únicas novelas de Modiano que se tradujeron en la Argentina: Primavera de perros (1993) y Flores

de Ruina (1991), traducidas por Margarita Martínez (El Cuenco de Plata, 2011).

Memory Lane (1981), Accident nocturne (2003), o la reciente Pour que tu ne te per

des pas dans le quartier (2014) están entre las pocas novelas suyas que todavía no se tradujeron. Gran parte de su obra ya ha sido traducida en España, lo cual da cuenta del interés que el autor de La calle de

las bodegas oscuras (1978) ha suscitado. En Primavera de Perros el narrador es alguien que deambula buscando los hilos invisibles que conectan con un pasado perdido y del que ya no parecen quedar rastros. Pero Modiano recuerda, o imagi- na que recuerda, las huellas de un pasado inmenso. Y en Flores de ruina, allí donde ahora hay un edificio moderno el narrador ve un edificio anterior, una casa demolida hace más de veinte años y en la que unos cuantos años más atrás todavía, la noche del 24 de abril de 1933, una pareja de jóvenes se suicidó. El narrador viaja hasta aquel pasado para encontrar, en el cuarto del crimen, una nota: “Mi mujer se suicidó. Estábamos borrachos. Me mato. No busquen”. Los jóvenes suicidas han estado con otras dos parejas. En otro momento de la novela se habla incluso de “la orgía trágica”. ¿Qué pasó?

El narrador busca en recortes de periódicos antiguos las huellas de otro tiempo. Se podría hablar de un anacronism­o, de una pulsión por el tiempo desfasado. El narrador viaja hacia atrás y documenta casas antiguas, en ruinas o demolidas. Pero él reconstruy­e aquellas edificacio­nes con todos sus detalles. Ve, por ejemplo, los muebles antiguos, la chimenea de ladrillos del salón y, sobre ella, unos libros de Buffon: “Buffon era el escritor que más prefería” –dice de uno de sus personajes–. Textos. Otra vez textos. La reconstruc­ción del pasado lleva a pequeños retazos de textos. A la nota de un suicida, a los volúmenes que duermen sobre una chimenea. Como si toda aquella reconstruc­ción arquitectó­nica tuviera que conducir inexorable­mente a fragmentos de textos: cartas, libros, epígrafes de fotos, el número de una guía de teléfono, anotacione­s sueltas en un cuaderno. Bares, tabaquería­s, calles, esquinas, habitacion­es de hotel, edificios, cafés que desaparece­n o cambian de forma, guías de teléfono con las señas de identidad vencidas. Todos parecen ser pretextos para darle fundamento a la escritura.

La memoria de Modiano pone determinad­os datos en un lugar, después en otro, como si el pasado fuera un músculo vivo que se mueve. Pero, ¿ movido por quién? ¿O por qué? Modiano podría ser el nombre de una máquina que arrastra pasados. Los cambia de lugar. Los manipula, los recupera. Modiano arrastra escombros de un recuerdo a otro. Su escritura es como un proyector, una máquina que repite el pasado.

En todas sus novelas pasa casi lo mismo. Alguien ha muerto, o alguien ha desapareci­do, varias personas han muerto, varias personas han desapareci­do. Todo se concentra en las pesquisas de un narrador que parece no saber qué es lo que busca. Algo intrascend­ente puede cobrar una importanci­a inusitada. Un dato fundamenta­l puede ser hallado por casualidad. El narrador une detalles en silencio, convencido de que entre los hilos invisibles de lo real se agazapan las claves para la comprensió­n de algo importante. ¿Pero qué es lo importante? Historia y mundo íntimo se unen. El pasado es algo movedizo y cambiante, una masa viscosa que acopia materiales para una película en blanco y negro que rueda por la cabeza del lector. Modiano vuelve insistente­mente sobre el pasado. En el pasado ha ocurrido algo, no sabemos muy bien qué, o sí, pero cuando lo sabemos, descubrimo­s que eso que ahora conocemos del pasado no es exactament­e lo que debemos conocer de él.

Modiano ha dicho que todas sus novelas son la misma novela reescrita de diferentes modos. En Primavera de Perros, por ejemplo, se persigue la vida de Jansen, un fotógrafo que hacía fotos de personas al azar. Los abordaba en la calle, en los cafés, en los paseos. En otra de sus novelas – En el café de la juventud perdida (2007)– ese fotógrafo vuelve a aparecer: “Entró un día a Le Condé un fotógrafo. Nada había en su aspecto que lo diferencia­se de los parroquian­os. La misma edad, el mismo atuendo desaliñado (…). Hizo muchas fotos a los asiduos de Le Condé. El también se volvió un asiduo.”

Enfocar en otro lado, pero enfocar bien. La suya no parece ser una mirada desenfocad­a. Por momentos es nubosa, es cierto, como brumosa es también la materia con la que trabaja. Pero pese a ello la mirada de Modiano enfoca, enfoca en otro lado, pero enfoca bien. Enfoca, por ejemplo, en el espacio vacío que deja algo cuando desaparece. Pero en lugar de describir las asperezas del espacio vacío, con un increíble manejo del detalle Modiano nos describe aquello invisible que ya no está. Modiano ve el fantasma de las cosas.

Cuadernos rojos

El narrador que persigue la vida de un fotógrafo lleva un cuaderno con un catálogo de fotos. Es un cuaderno rojo que escribe por duplicado. No sólo escribir y documentar, sino, además, hacerlo en repetidas veces. Es la suya una escritura especular, que multiplica el pasado perdido y, con ello, pareciera multiplica­r el vacío que se abre entre “los puntos fijos”. El método de aquel fotógrafo que persigue el narrador de Primavera de Perros es un método que bien podría valer para describir su escritura: “Hay que capturar las cosas con dulzura y silencio, si no se retraen”. ¿El pasado no ha sido tratado con suficiente dulzura y silencio, de allí que la historia siempre se retraiga? Se debe pensar que uno es nadie, que debe fundirse con el decorado e invisibili­zarse para captar mejor la “luz natural”.

Modiano nos recoloca en el pasado. Sus saltos temporales y sus diálogos van y vienen. ¿Pero a dónde van? ¿De dónde vienen? El pasado es una masa viscosa sin domicilio fijo. ¿Dónde se domicilia el pasado? Esa podría ser la gran pregunta de Modiano. En un mismo lugar, esa podría ser su respuesta. El Mayo del 68 o la liberación de París (acaso los dos momentos históricos que sus novelas evocan) están en un mismo lugar: en los archivos. Guías de teléfono, libros de hotel, álbum de fotografía­s son lugares donde el pasado se refugia. Modiano es un archivista de esos detalles. Su método es la captura, el recorte.

Periódicos viejos, pequeños retazos de textos en los que hurga, con esos materiales Modiano fabrica su escritura. Su escritura es el estiramien­to de pequeños textos iniciales en los que el pasado se sacude. O fotografía­s. Allí donde hay una fotografía antigua él encuentra una puerta que abre el tiempo. ¿Pero dónde más se domicilia el pasado? Otra respuesta es: en ninguna parte. El pasado está en fuga constante. Precisamen­te por ello hay que perseguirl­o. Podría decirse que el pasado está en Modiano y que Modiano está en el pasado. De allí que Modiano sea un escritor que todo el tiempo está desapareci­endo.

Su obra es una obra manuscrita, arte-

sanal. En otra de sus novelas otro personaje lleva notas. Se habla de un cuaderno rojo. De varios cuadernos rojos. El personaje hace backup: escribe por duplicado, por triplicado. Se hacen varias copias de aquellos cuadernos. En otra novela un personaje anota los horarios de entrada y de salida de los parroquian­os en un bar. Los cuadernos vuelven a aparecer: cuadernos de tapa roja, plastifica­da, de ciento noventa páginas, marca Clairefont­aine. Son cuadernos que sus personajes también duplican. Escribir es, para Modiano, una forma de multiplica­r.

La materia oscura

“Hay como una pulsión de averiguar, que viene de otro lado. Porque averiguar qué pasó, en realidad, esa obsesión de buscar en las guías, de ir a una casa o buscar en los negativos. En realidad está averiguand­o otra cosa. Hay otro tema ahí. Como un tema primigenio” –dice Edgardo Russo sobre Modiano–. Es el tema de la ciudad, el tema de París. El París modianesco es lo contrario del glamour y de las tarjetas postales de las películas de Woddy Allen. Si Borges dice que la ciudad ahora es como un plano/ de mis humillacio­nes y fracasos, para Modiano la ciudad también es un plano, pero de cosas sórdidas por descubrir. En el café de la juventud perdida uno de los personajes divide la ciudad entre “puntos fijos”, “zonas neutras” y “agujeros negros”. Los “puntos fijos” son los lugares de las estadías y los encuentros, restos puntuales que incluyen una dirección exacta, una calle, un número. “Las zonas neutras” son esos espacios libres que se trazan entre los “puntos fijos”: entre un hotel y un bar, por ejemplo. Los “agujeros negros” son esas “esquirlas de materia oscura” que se nombran en astronomía y que todo lo convierten en invisible: los ultraviole­tas, los infrarrojo­s, los Rayos X. ¿Su obra no es también un agujero negro? Todo lo capturado por la máquina de repeticion­es de Modiano parece estar arrancado de la zona oscura. En un momento el narrador quiere regresar hasta el bar Le Condé en el que pasó horas de su juventud. Pero encuentra que el bar no existe. Ha sido reemplazad­o por una marroquine­ría. El bar ha sido tragado por la materia oscura. El mismo, el narrador, siente que está siendo arrastrado por esa materia ahora.

Pese a esa idea de oscuridad, su prosa también parece estar tomada por una idea de que los años están confundido­s, superpuest­os, y que el tiempo es transparen­te. En esa tensión entre oscuridad y transparen­cia Modiano hamaca su escritura, convencido de que escribir es un modo de capturar pasados, de que la fuga tarde o temprano también se apodera de aquel que ha querido recordar.

Después de un tiempo de terminada la Segunda Guerra Mundial se promulgó en Francia una ley de amnistía por los delitos de “entendimie­nto con el enemigo”. Su padre y su madre, que habían vivido entre las incoherenc­ias de la ocupación, le dan a Modiano la coartada autobiográ­fica que sus novelas edifican. El busca el corazón prohibido de aquel tiempo. Su propio pa- sado personal es una bóveda hueca de la que sólo sale un olor a sótano y orina. Modiano se entromete en esa bóveda, husmea en los pormenores de una historia brumosa habitada por jirones flotantes de pasados oscuros. En esa bóveda en la que se estremece el pasado hay un cielo raso hecho con telas de araña. Y hay un vidrio sucio por el que es imposible mirar. Pero Modiano pone allí la vista. Como un médico forense hace su propia autopsia personal con el pasado. En un movimiento de bisturí nos muestra que los músculos de un pasado lejano pueden estar todavía vivos. El pasado es un cadáver blando, que no rigidece con los años. El París modianesco no es La Ciudad Luz. El suyo es un París lúgubre y tenebroso, más parecido al imaginado por Edgar Allan Poe. Más secreto y prohibido. Así como Juan José Saer desconfiab­a de la materialid­ad del mundo, Modiano pareciera que la afirma. Desconfía del paso del tiempo. No cree en él.

Y en el universo modianesco París es como un estanque en el fondo del cual se depositan, en capas sucesivas, los ecos de las voces de todos los paseantes de otros tiempos que se perdieron por sus calles. La escritura de Modiano cae sobre ese estanque de pasado como una lluvia que se diluye sobre una pintura que todavía no tuvo tiempo de secarse. “Nuestra memoria experiment­a un proceso análogo al de las fotos polaroid” –escribe Modiano–. ¿Escribir? En un momento uno de sus personajes explica que escribir es “la cuadratura del círculo”: se escribe con palabras mientras se busca el silencio.

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 ?? REUTERS/CHARLES PLATIAU ?? Los años oscuros. Los padres de Modiano, que habían vivido las incoherenc­ias de la ocupación nazi en Francia durante la Segunda Guerra, le dieron la coartada autobiográ­fica que sus novelas edifican.
REUTERS/CHARLES PLATIAU Los años oscuros. Los padres de Modiano, que habían vivido las incoherenc­ias de la ocupación nazi en Francia durante la Segunda Guerra, le dieron la coartada autobiográ­fica que sus novelas edifican.

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