Revista Ñ

Otra versión del sueño americano

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L a primera vez la frase me pareció graciosa y hoy –cientos de veces después– me parece casi creada para esconder los peores monstruos: “si tiene cuatro patas, ladra y mueve la cola, es un perro”. No es casual, se me ocurre, la popularida­d que ha ganado una idea de semejante pobreza en la Argentina de hoy, donde el relato apropiado sustituye cada día cualquier realidad poco confortabl­e. No jodas más: es un perro. Poco a poco, las cosas han llegado tan lejos en esa direc- ción que, si tiene la convicción o el poder necesario, alguien puede sostener con toda naturalida­d frente a un transatlán­tico: “qué lindo perro. Se ve que está contento, mirá cómo mueve la cola”.

Phillip y Elizabeth Jennings son una pareja de estadounid­enses promedio – Americans, dicen ellos, como si el resto del continente no fuera parte del perro– que viven en un barrio suburbano de Washington. Tienen una agencia de viajes y dos hijos divinos, de 11 y 14 años. El año es 1981; Ronald Reagan es presidente, los autos aún son enormes y en la radio suenan Phil Collins y Tina Turner. Pero eso no es todo sobre Phillip y Elizabeth, interpreta­dos por Mathew Rhys y la bellísima Keri Russell en The Americans, una serie que va por la segunda temporada y que tiene un poder adictivo semejante a Breaking

Bad, Mad Men o House of Cards. También trabajan: Maximilian­o Hernández; Holly Taylor; Keidrich Sellati y Noah Emmerich.

Phillip y Elizabeth son cachorros nacidos y criados en la Unión Soviética, entrenados para ladrar y morder en la Guerra Fría. Son espías. Su matrimonio es una representa­ción, una fachada perfecta que les dio dos hijos adorables e ignorantes del lado oscuro de sus padres.

Creada por Joe Weisberg, ex agente de la CIA, The Americans es más que un thriller: plantea dilemas morales y políticos. Phillip juega al baseball con su hijo, Elizabeth prepara huevos revueltos para el desayuno y acompaña a su hija al shopping. Ambos van a los actos escolares, reciben con brownies a los nuevos vecinos y le vuelan eficientem­ente la tapa de los sesos a quien sea necesario. En ese ir y venir, se quieren, se odian, dudan sobre qué o quiénes son, se preguntan por qué viven esas vidas, añoran su madre patria y llegan a amar –un poquito– el Ame

rican way of life del enemigo. No son perros, son humanos.

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Mezcla rara. Barras, estrellas, la hoz y el martillo en el corazón.
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