Oda a un gran maestro
Hace casi veinte años empecé a estudiar teatro con Alejandro Urdapilleta en una sala cerca de Medicina. Hacía poco que vivía en Buenos Aires, en un pensionado de monjas (fue la condición para venir a estudiar), y cursaba el profesorado de expresión corporal en la Escuela Nacional de Danzas. En una de las primeras clases tuvimos que llevar un personaje con su vestuario y biografía. Llevé a Petra, una refugiada de posguerra. Alejandro hacía el interrogatorio y Petra contestaba en su idioma y con su historia. Sentado desde su silla, con esa intensidad única que tenía me dijo algo que nunca nadie me había dicho antes “sos una actriz”. Me pareció una exageración, pero me llenó de felicidad y entusiasmo. Un día los que ya habíamos llegado estábamos sentados en ronda en el piso esperando. Urdapilleta entró nos saludó y dijo “ahora vuelvo”. Al rato su hermana María nos anunció: “Chicos, Alejandro no va a volver más”. Todavía guardo la estampita que daban en La Moribunda, fue de lo mejor que vi en teatro. En el camarín, le conté que estudiaba con Bartís. “Hacés bien, estudiá con alguien serio, no como yo. ¿Y qué estás trabajando?”, me preguntó. “Un monólogo de Bernhard”, le dije tímidamente.El me respondió a los gritos: “¡Pero dejate de joder con esos autores extranjeros!”. Brindamos y nos reímos a carcajadas.