Revista Ñ

Roberto Cossa y el lujo de decir sólo la verdad

El dramaturgo habla de la escasa masividad del teatro político y explica por qué sus últimas obras ya no tienen la radicalida­d de los años 60.

- IVANNA SOTO

T ito Cossa fuma su pipa en la tercera fila de la sala grande del Teatro del Pueblo. Faltan pocos días para el estreno de su última obra, Final del juicio, por su actual director de cabecera, Jorge Graciosi. Tiene la punta de los dedos manchados por el tabaco y toma nota en una libreta a medida que avanza la trama. Esta vez, se trata de una ironía sobre nuestra Suprema Corte de Justicia con ciertos guiños a la nueva corriente que impuso Jorge Bergoglio de actualizar el vínculo del Vaticano con la gente. En escena, un “Señor Letrado”, cual Dios omnipresen­te, habla en latín y conoce todo de quien será acusado frente al Tribunal Supremo en su Juicio Final. Una historia de pecados capitales y mandamient­os divinos que discurre entre la religión y la justicia y en la que lo que se condena, en definitiva, son las metáforas. –Hay una vuelta a cierto absurdo y humor en Final del juicio, perdido en sus últimas obras... – Sí, vuelvo, sobre todo, al humor. Mis dos últimas obras no lo tenían, ni Daños cola

terales ni Cuestión de principios. Pero bueno, salen así... –Tiene algo del universo kafkiano: de todas maneras, el acusado va a ser culpable... – Es cierto. A mí me gustan mucho los juicios. No sé si has estado alguna vez en un juzgado, que está lleno de expediente­s y tardan veinte años en terminar un juicio, o a veces ni se terminan y quedan cajoneados. En lo terrenal hablo. En fin, es una humorada. Cada obra viene como viene,

con su estilo puesto, y yo me dejo llevar... –¿Sigue una rutina para escribir? – Escribo cuando tengo ganas, en principio. En general, entre mediodía y primeras horas de la tarde. No escribo mucho, sí anoto. Yo digo que el trabajo mío se resume a dos horas, como un turno de hotel, porque tiene algo del placer. Aunque además de placer, en la escritura hay también angustia. Una noche uno se siente Shakespear­e y al otro día, el peor autor de la Tierra. Es una sensación de insegurida­d sobre lo que se está escribiend­o, hasta que en un momento uno dice: “Bueno, esto está. Es una obra”. –¿Todavía siente insegurida­d? – Sí, mucha... –¿Pese a los años y la experienci­a? – Pese a los años, la experienci­a y las obras. Sí, sí, sí, con las nuevas obras me pongo muy inseguro, hasta cierto punto en que digo basta. En lo que confío mucho es en mi oficio. Yo sé que lo que quiero decir, desde el punto de vista del oficio, lo digo bien. Pero, no sé. Es bastante común que un autor tenga insegurida­des. –¿Y qué piensa de esta obra?

– Ay, no sé. Ya no es mía, es de los actores, del director. Vamos a ver. Me parece por lo menos una pieza divertida, y siempre el humor para el espectador es un punto a favor. Lo peor que me puede pasar con una obra mía es que el público se aburra. Y si gusta, lo dice básicament­e la boletería, que la gente venga, el boca a boca. No son multitudes las que vienen, desde ya. Pero mis dos últimas obras tuvieron un público. Lo que pasa es que las obras políticas en general no tienen una aceptación masiva. –¿A qué cree que se debe? – Y, en general el público trata de divertirse. Por ahí voy a decir algo machista. Di- cen, y es cierto, que al teatro deciden ir las mujeres y llevan a los hombres. Eso afirman los grandes empresario­s, que de eso saben. Claro que hay muchas mujeres interesada­s en la política, pero por ahí prefieren mayoritari­amente otros temas. –Pero pareciera haber una reactivaci­ón de la política en el teatro, y sobre todo, de las mujeres en la política... – Sí, pero en el teatro eso no se nota. –¿En esta época o nunca? – Siempre fue así. En épocas de dictadura, por ejemplo, las miradas políticas, aunque fueran tímidas o recurriera­n a los clásicos, entusiasma­ban al público. Hoy ya no pasa tanto, como con el sexo o el lenguaje. Eso también lo tenía el viejo teatro de revista: había cierta opinión o broma sobre el sexo que tenía un éxito enorme. Hoy el lenguaje está zafado en todos lados, pero ahí había una picardía que insinuaba, ni siquiera se decían las cosas. Afortunada­mente eso cambió.

–¿Se animaría a volver a dirigir? –No, yo ya dirigí una vez en los 80 y no me gusta la dirección. Tengo idea de puesta, pero no paciencia para repetir. Me pasa algo fundamenta­l para el director: no me gusta seguir las obras. Yo estrenaría y me iría, como un extranjero. –Recién en el ensayo anotaba... ¿Qué escribía? – Escribía palabras. Yo anoto y después lo hablamos. No soy autoritari­o pero sí defiendo algunas cosas. Cuando los actores dicen un agregado que no me gusta les pido que lo saquen. Yo siempre les digo a los actores y al director que la puesta es de ellos y la actuación también, pero las palabras son mías. –¿Suele venir a los ensayos? – No, muy poco. A éstos estoy viniendo un poco más, pero en general no soy de ir. Eso ya tiene que ver con la edad... – Usted suele decir que los años nos modifican, porque la realidad se modifica. ¿Cómo fue en su caso? – Sí, yo nunca fui un militante, sí un ciudadano con emociones a favor de la Revolución Rusa, ni hablar cuando vino la Cubana. Es que en los 60 había que terminar con todo: hacer la reforma agraria, terminar con el poder, con el ejército, con los empresario­s. Todo eso cambió absolutame­nte. Esa mirada, desde hoy, suena muy ingenua. Hoy, sin ser oficialist­a, comparto cosas con este gobierno, que en otros tiempos hubiera declarado como burgués y del que hubiera sido opositor. Son los tiempos que cambian, ¿no? A mí me modificó la realidad. –¿Hubo una atenuación de la crítica? – No, hubo una mirada más sensata. Que uno en sus sueños siga aspirando a crear un mundo más igualitari­o es natural. Pero ese cambio radical no va a venir, entonces tratemos de avanzar un poco. Yo creo que dimos un gran paso en el 83, cuando se terminaron las dictaduras. Ahora hay que seguir avanzando. Yo cambié, pero sigo siendo un ciudadano que tiene ideas socialista­s, que no tiene capacidad de militancia porque lamentable­mente militar lleva un poco al sectarismo y yo no puedo. Pero siempre tuve una mirada humanista, que se conecta en muchas cosas con la izquierda, sobre todo en lo social y lo cultural. Y cuando tuve que ocupar un espacio, pequeñito aunque sea –caso Teatro Abierto–, lo hice. Fuimos muchos los que estuvimos y no siento eso como un acto de heroísmo, sobre todo al lado de los que dieron su vida. Lo mismo de mi trabajo en este Teatro del Pueblo, al servicio del autor argentino, por donde siguen pasando muchos jóvenes, las nuevas generacion­es. Así que acá estoy, trabajando y escribiend­o, que es donde me expreso y puedo darme el lujo de decir lo que pienso.

 ?? CARLOS LOPEZ MENA ?? ¿Será Justicia? José María López, como el Letrado, Federico Alí en el papel del ayudante y Juan Manuel Romero, el acusado.
CARLOS LOPEZ MENA ¿Será Justicia? José María López, como el Letrado, Federico Alí en el papel del ayudante y Juan Manuel Romero, el acusado.

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