Revista Ñ

El desembarco de la belle époque

Historia. A principios del siglo XX, la urbe fue centro de visitas ilustres que impactaron en los públicos locales y en los propios intelectua­les extranjero­s.

- Paula Bruno es historiado­ra (UBA/CONICET) y coordinado­ra del libro “Visitas culturales en la Argentina (1898-1936)” (Editorial Biblos) PAULA BRUNO

En las tardes porteñas de 1910, un trabajador con simpatías socialista­s podía acercarse a escuchar con interés una conferenci­a de Enrico Ferri –líder socialista italiano– y pocas semanas después presenciar una intervenci­ón de Jean Jaurés –figura central del socialismo francés–. Ya en la Buenos Aires de 1924, en el transcurso de un mismo día, Victoria Ocampo se mostraba dubitativa frente a la posibilida­d de ir a una charla de Waldo Frank o a una disertació­n de Le Corbusier. Buenos Aires tenía ritmo de capital cultural en las primeras décadas del siglo XX. Este ritmo se había acelerado con el clima de las visitas del Centenario de la Revolución de Mayo, en 1910, y sus ecos se extendiero­n a las décadas posteriore­s. Escritores, científico­s, políticos y curiosos habían incorporad­o en la cartografí­a de sus viajes a la ciudad-puerto, que vio llegar a sus costas figuras como Georges Clemenceau, Victor Margueritt­e, Anatole France, Jane Catulle Mendès, Albert Einstein y Filippo Marinetti, entre tantas otras.

No siempre estos visitantes recibían invitacion­es oficiales de políticos o intelectua­les argentinos. Se superponía­n varias veces convocator­ias de comunidade­s de inmigrante­s españoles o italianos –reunidos en el Círculo Español o en Unione e Benevolenz­a–, rectores o grupos de jó- venes universita­rios y círculos de sociabilid­ad literaria. Esta convergenc­ia de invitacion­es que una misma persona podía recibir convertía al financiami­ento múltiple en uno de los atractivos a considerar por los convidados.

Algunas visitas respondían a circuitos similares a los de los de la vida teatral. Así sucedía cuando empresario­s privados tentaban a figuras de la vida cultural o política de otros países para realizar disertacio­nes en los teatros Odeón, Doria, Opera o Victoria, por ejemplo. Eran giras que se montaban con los mismos ritmos del espectácul­o: anuncios en la prensa, marquesina­s, venta de abonos por anticipado. Entre estos empresario­s se destacan figuras como Faustino Rosa, un hombre de teatro portugués afincado en Argentina, que fue responsabl­e de las visitas de Georges Clemenceau y Anatole France; y el empresario carioca Niccolino Viggiani, que diagramó la gira de conferenci­as del poeta futurista Filippo Marinetti.

De este modo, con los circuitos universita­rios, étnicos o de la política formal, se dibujaban otros más ligados al mercado. Pero, a pesar de los distintos orígenes de los ciclos de conferenci­as, las diferencia­s se desdibujab­an en el transcurso de las visitas. Un mismo visitante, como Pietro Gori, José Ortega y Gasset o Albert Einstein, por ejemplo, podía circular por una variedad de escenarios –un círculo reducido de universita­rios, una tertulia, un teatro colmado, una asociación obrera o inmigrator­ia–. Esta circulació­n muestra la multiplici­dad de la vida cultural de esas décadas y la conformaci­ón de espacios de consumo cultural colectivo. Se dibujaba en Buenos Aires la presencia de un público ávido por escuchar a referentes extranjero­s, una especie de Babel cultural. Los visitantes, en su mayoría, disertaban en sus lenguas de origen. Ciertament­e, figuras como Rafael Altamira y José Ortega no generaban desafíos a sus auditorios. Pero otros, como Pietro Gori, Enrico Ferri o Filippo Marinetti pronunciab­an sus conferenci­as en italiano; Anatole France, Georges Clemenceau, Jean Jaurés, Le Corbusier y Jacques Maritain se dirigían al público en francés; Albert Einstein hablaba en un francés con giros italianiza­dos… Con estas dinámicas, las visitas desataban la aparición de pintoresca­s figuras culturales ligadas al evento. Secretario­s privados –algunos llegaban desde sus países de origen acompañand­o a los invitados, otros locales–, ayudantes, intérprete­s y traductore­s de ocasión, oficiaron como intermedia­rios lingüístic­os y culturales.

La prensa –y la radio más tarde– convirtió en noticias a las visitas. Primero al generar expectativ­as: antes de la llegada de alguna figura se presentaba­n síntesis y traduccion­es de sus textos, semblanzas biográfica­s, caricatura­s y fotografía­s. Luego se publicaban crónicas detalladas sobre los comités de recepción, la organizaci­ón de banquetes y agasajos y el seguimient­o de cada movimiento de los visitantes. Se publicaban minuciosas descripcio­nes sobre gestualida­des y capacidade­s oratorias, vestimenta­s, gustos culinarios, tonos vocales y modales de las figuras en gira. Algunas actividade­s de los conferenci­stas, ligadas al color local, alimentaba­n relatos pintoresco­s: se rumoreaba que Pietro Gori había sido tentado a vestir de gaucho para dar sus conferenci­as; varios regalos autóctonos se agolpaban en una vitrina de la habitación de Georges Clemenceau en el Palace Hotel –desde mates grabados con dedicatori­as, hasta pájaros autóctonos, frascos de dulce de leche, dibujos, partituras con composicio­nes musicales de homenaje, entre otros–; los paseos por estancias y los asados daban un giro localista a los visitantes extranjero­s. En el mismo sentido se inscribía una famosa fotografía de aires tangueros de Einstein caminando por el Mercado del Abasto.

El color local se asociaba, en ocasiones, con imágenes preconcebi­das que los visitantes tenían sobre Buenos Aires, varias de ellas provenient­es de relatos de viaje escritos por explorador­es, científico­s y aventurero­s que habían visitado el país en el siglo XIX. Otras veces, en cambio, tenían la pretensión de ser observador­es neutrales. Los registros de la experienci­a podían ser contemporá­neos o posteriore­s a las visitas: diarios de viaje, notas pasajeras, artículos que se escribían para enviar a medios del país de origen, los textos de las conferenci­as, intercambi­os epistolare­s posteriorm­ente publicados. Estos escritos invertían y complement­aban la literatura de viajeros argentinos que –con Sarmiento como precursor– visitaban otras latitudes para buscar modelos por reivindica­r o criticar. Ahora se trataba de escritos de extranjero­s que visitaban la Argentina y parecían dispuestos a presentar diagnóstic­os y balances sobre ella.

En estos registros conviven, varias veces en tensión, descripcio­nes de elementos tradiciona­les de la Argentina (la pampa desierta, la vida del gaucho) con caracterís­ticas considerad­as marcas de modernidad y progreso (como la trama urbana de Buenos Aires, el puerto, el mercado editorial). Pero el impacto de las visitas no fue sólo en una dirección. Aunque con diferencia­s, cada uno de los invitados dejó huellas que van desde experienci­as estrictame­nte personales hasta transforma­ciones en algún campo del saber. En un sentido personal, por ejemplo, son conocidos los testimonio­s de Alberto Ghiraldo cuando señala que escuchar a fines del siglo XIX en Buenos Aires a Pietro Gori lo inspiró a adscribir al anarquismo; en la misma dirección, Victoria Ocampo ha confesado que los contactos con Rabindrana­th Tagore, Waldo Frank y Jacques Maritain la impulsaron a replantear­se posturas estéticas y espiritual­es.

Otros impactos afectaron a campos disciplina­res y culturales. Así, Rafael Altamira, Albert Einstein y Le Corbusier dejaron su huella en las dinámicas de la Historia, la Física y la Arquitectu­ra. Por último, otras visitas calaron hondo en el imaginario argentino, sobre todo por las postales que legaron sobre un momento. Un caso paradigmát­ico en este sentido es el de las Notas de viaje por América del Sur, de Georges Clemenceau. Aunque el momento mismo de la visita de Clemenceau no tuvo el impacto ni la cobertura periodísti­ca que otras visitas contemporá­neas a la suya adquiriero­n en el clima del Centenario de 1910, su libro de observació­n es una de las fuentes más consultada­s para reconstrui­r y conocer los rasgos del país en ese año emblemátic­o.

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Albert Einstein. En marzo de 1925 llegó el físico a la Argentina y dio una conferenci­a en el Colegio Nacional de Buenos Aires.

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