Celdas para la libre expresión
Derechos humanos. Ai Weiwei retrata el clima de persecución y acoso en China. Hay pocos abogados independientes y valientes –sostiene– y clama por la libertad de su defensor que se encuentra en prisión.
En abril de 2011 me secuestró la policía secreta china en el aeropuerto de Beijing y estuve detenido en un lugar secreto durante 81 días. Después de mi liberación el gobierno me culpó por evasión de impuestos aunque la mayoría de los interrogatorios durante mi confinamiento se centraron en mis actividades políticas. Exigían que les reintegrara impuestos impagos y afrontara una multa por un total de 2,4 millones de dólares, y cuando pregunté a qué se debía el apriete un oficial contestó: “Si no te castigamos no nos vas a dejar en paz”.
Decidí no dejarlos en paz. Me puse en contacto con Pu Zhiqiang, uno de los pocos abogados valientes dispuestos a defender activistas políticos que padecen abusos a manos del autoritario régimen chino, para interponer un recurso legal. Zhiqiang aceptó mi caso. Quedé impresionado por su preparación exhaustiva y su claridad de pensamiento. En la corte se comportaba de manera punzante, persuasiva e intrépida.
A través de los años Zhiqiang ha defendido a muchos periodistas, litigantes y militantes por los derechos humanos. Sus defensas jurídicas, junto con su valor y su destacadísima capacidad hicieron de él un blanco de la persecución política. La dirigencia ve su creciente influencia como una amenaza.
Luego de haber estado detenido durante los últimos 19 meses, Zhiqiang fue sometido a juicio el 14 de diciembre en el Segundo Tribunal Popular Intermedio de Beijing por “generar disputas y provocar disturbios” y por “incitar al odio étnico”, basándose en siete de sus posts que criticaban la política del Partido Comunista en su blog. El martes el gobierno lo consideró culpable y le dio una condena de tres años en suspenso. El veredicto priva automáticamente a Zhiqiang de su licencia de abogado y elimina la plataforma desde la que daba voz a quienes no tienen voz.
El resultado ha sido mejor de lo esperado, quizá debido a la presión internacional, pero a partir de su salida de prisión la vida de Zhiqiang será cualquier cosa menos normal. La policía va a seguir cada uno de sus movimientos y pueden encarcelarlo en cualquier momento si durante los próximos tres años continúa sus actividades políticas.
Cuando me liberaron a mí de la custodia policial en junio de 2011 las autoridades me quitaron el pasaporte y me prohibieron publicar artículos en Internet. Tenía prohibido hablar con los medios. Instalaron cámaras de vigilancia en algunos edificios y postes afuera de mi estudio, a la vez que en la calle había apostados agentes de policía. Debía pedir autorización para salir de mi casa y cuando me la daban era seguido de cerca. Zhiqiang va a estar sujeto a un tratamiento similar.
Lo conocí en el verano chino de 2009 cuando él representaba al escritor Tan Zuoren. Yo no sabía de Tan, pero estaba al corriente de que había puesto en marcha un proyecto de investigación ciudadana similar al mío. Los dos buscábamos descubrir la verdad acerca de que la muerte de 5.000 niños en el terremoto de Sichuan de mayo de 2008 se debía, en gran parte, a construcciones escolares de mala calidad. Cuando Tan publicó online los resultados de su investigación la policía lo arrestó.
Como abogado de Tan, Zhiqiang vino a mi estudio para comparar informaciones. Me encontré con un norteño alto, de contextura fornida, que hablaba con voz resonante pero calma. Zhiqiang creía que mis averiguaciones podían contribuir a la defensa de Tan. Su dedicación me impresionó. Sin dudarlo, acepté dar testimonio.
El día del juicio de Tan, la policía allanó mi hotel a las 3 de la mañana y nos forzó a mí y a otros colegas míos a permanecer adentro hasta que el juicio terminara. Sufrí heridas en la cabeza que pusieron mi vida en peligro. A pesar de las elocuentes tácticas de la defensa de Zhiqiang, Tan fue sentenciado a cinco años de prisión.
China padece una severa escasez de abogados independientes lo suficientemente arrojados como para pelear por el valor universal de los derechos humanos. Pero Zhiqiang es diferente.
En 1989, cuando estudiaba leyes en Beijing, tomó parte en la huelga de hambre pro-democrática de la Plaza Tiananmén. Me contó que la noche en que los tanques del gobierno entraron en la ciudad, él y una estudiante de medicina estuvieron entre los últimos en retirarse de la plaza. Camino a sus residencias estudiantiles se perdieron en callecitas secundarias. Aquello resultó favorable; eludieron los disparos al azar a los manifestantes por parte de soldados que patrullaban las arterias principales. Esa estudiante se convirtió más tarde en la esposa de Zhiqiang.
El nunca dejó de reclamar que el gobierno reconociera la masacre de 1989. En mayo del año pasado la policía lo arrestó por asistir a una asamblea privada para conmemorar el 25° aniversario del movimiento estudiantil de Tiananmén. Ni yo ni sus amigos imaginamos que lo detendrían tanto tiempo sin juicio. Durante ese período los investigadores interrogaron a sus amigos y colegas, y revisaron minuciosamente los registros financieros de su empresa con la esperanza de poder endilgarle delitos económicos, como hicieron conmigo y muchos otros activistas. Al fallar esos intentos recurrieron a los posts de su blog.
Pero aunque Zhiqiang es excepcional, su caso no es único. Desde su arresto han desaparecido muchos abogados defensores de los derechos humanos. Nadie que esté fuera del sistema sabe dónde están ni cómo se los está tratando. Sus familias no pueden visitarlos y los hijos tienen prohibido dejar el país. Puede esperarse que en el futuro cercano los aguarden juicios y condenas de culpabilidad como en el caso de Zhiqiang.
Si bien el mundo habla con entusiasmo del poder económico de China, nadie debe olvidar que su crecimiento se produce a costo de libertad y derechos humanos. Tristemente, mucha gente dentro y fuera de China se ha resignado al hecho de que el sistema judicial esté sometido al poder del Partido Comunista.
Pero yo rechazo esa indiferencia y ese adormecimiento habituales. Rechazo la creencia de que debamos aceptar lo que se nos da en China.
La presencia de un grupo grande de simpatizantes chinos y de occidentales que desafiaban el asedio de la policía fuera del salón de la corte durante el juicio de Zhiqiang me dio esperanzas. Frente a las amenazas de una maquinaria estatal poderosa, si todos pudiéramos juntar el coraje suficiente para gritar lo que pensamos, con el tiempo forzaríamos el cambio.
Nadie debe olvidar que el crecimiento chino cuesta libertad y derechos humanos.