Revista Ñ

Escritora por curiosidad

Entrevista. “El desapego es una manera de querernos” reúne cuentos que Selva Almada escribió en los últimos diez años. Aquí ahonda en su relación con el género y anticipa un libro sobre el rodaje de “Zama”.

- MAURO LIBERTELLA

Hay algunos estigmas o etiquetas alrededor de Selva Almada. Por ejemplo: que es la escritora rural contemporá­nea, la que volvió a poner en el centro de la literatura un escenario que había sido relegado por el estallido de las grandes ciudades y la globalizac­ión de Occidente (ahora que todos viajan y que las ciudades están gentrifica­das y que todas parecen ser experienci­as urbanas), la punta de lanza de un retorno en el que están también Hernán Ronsino y Federico Falco, por citar dos casos. Otro ejemplo: Selva Almada como la autora de El viento que arrasa, una de las novelas más vendedoras de los últimos años (para los cánones modestos y acotados de la ficción argentina, desde luego) y con ella la vuelta de una literatura narrativa y neoclásica en la era del fin de la autonomía y las miniaturas posliterar­ias. A ella parece que eso que podría funcionar como una terrible presión no la bloquea ni le quita el sueño. Almada avanza. Ahora acaba de salir El desapego es una manera de querernos, un compendio con cuentos publicados en libros y revistas, quizás un balance necesario de una década de escritura: el arco biológico de diez años. –¿Cómo te resultó la experienci­a de leer cuentos viejos (o no tanto) para armar este libro? –La verdad es que me daba un poco de miedo leer todo eso. La primera idea, en realidad, era reeditar Una chica de provincia. Eso era lo que tenía que leer, y estuve dando un montón de vueltas. Recién lo leí después de que la editora lo leyó todo de nuevo y me dijo que el libro estaba bien. Son relatos que tienen diez años; lo publiqué en 2007 pero lo escribí un poco antes. Entonces los leí y me pareció que no estaban tan mal como imaginaba. Tomé una decisión, que es la de no meterle tanta mano. Reescribir todos los cuentos era un delirio, pero además así escribía yo, me parece bien que quede registrado ese momento de mi escritura, que esas marcas, esas desproliji­dades se mantengan. Cuando cambió la idea de libro, revisé todo lo que tenía escrito y decidí poner lo que me parecía que entraba en una sintonía, en una línea con los otros cuentos. –¿No corregiste nada entonces? –Algunas cuestiones muy gruesas, vicios muy notorios, frases muy farragosas. Limpié pero sin perder de vista que así escri- bía yo en esa época, y a mí me gusta como lectora ver los cambios de épocas de un escritor que me gusta. –Empezaste escribiend­o cuentos... – Sí. Tuve una cosa medio fugaz con la poesía, que duró muy poco. Empecé a escribir a los veinte años y hasta los treinta y pico largos escribí cuentos. –Hay muchos apóstoles del cuento, que te dirían que es una traición pasar del cuento a la novela. –Yo pensé que nunca iba a escribir una novela, que nunca me iba a dar la disciplina para encarar una cosa más larga. Así que fue bastante accidental la llegada a la novela, porque yo tenía una idea para un cuento y se fue convirtien­do en una novela y terminó siendo El viento que arrasa.

–¿Y a Ladrillero­s, la segunda, la encaraste directamen­te como novela? – Sí, tenía la historia y la pensé como novela antes de sentarme a escribir: que hubiera más personajes, que hubiera más conflicto, más desarrollo de escenas. Desde hace mucho estoy escribiend­o algo que empecé con la idea de que fuera una novela, pero empiezo a dudar: quizás sea un relato largo, pero me voy dando cuenta en el camino. – O sea que no tenés grandes esquemas ni planificac­iones a la hora de escribir. –No, no tengo. Empiezo a escribir porque tengo algo que me llama la atención y en el camino me voy dando cuenta para dónde va la cosa. –¿Y cómo sabés si no te estás perdiendo a mitad de camino? –Me pierdo mucho. Ahora no me pasa porque escribo poco, pero cuando escribía más, sobre todo en los años de taller con Alberto Laiseca, y escribía todas las semanas, me pasaba mucho eso y Laiseca me decía: “Como no sabés a dónde vas, te quedás en la mitad”, y en efecto tengo muchos relatos que empezaron muy promisoria­mente y quedaron en el camino. De uno de esos relatos que quedaron en el camino, me gustaba el personaje, y a Laiseca también y siempre me lo recordaba. Lo volví a escribir ahora, hace poco, y sale en este libro. –No das por perdidos esos textos inconcluso­s, entonces. –No todos. Aunque hay un montón que ya se perdieron y no los recuerdo. – Si te llaman hoy de una revista y te piden un cuento inédito para dentro de dos semanas, ¿podés escribirlo? –Me cuesta un poco más con los cuentos. Este año estuve haciendo unas colaboraci­ones para El País y lo pasé bien haciéndolo. Pero cuando me piden un cuento no es tan fácil. Muchas veces en esos casos te dan un disparador, y ese disparador a veces te sirve y a veces no. –En tus textos siempre hay gente que trabaja y no en trabajos intelectua­les. Los personajes no son ni periodista­s, ni escritores, ni profesores. –Me cuesta mucho leer libros donde el personaje es escritor. No me causa curiosidad el mundo de los escritores. Vengo de una familia de obreros, de gente que trabajaba en el campo; el trabajo duro o físico me resulta más interesant­e. –El predicador de El viento que arra

sa podría ser tu personaje más intelectua­l en ese sentido. – Sí, aunque tampoco lo es en un sentido fuerte porque la religión no es algo intelectua­l, es más místico. –La muerte es otra recurrenci­a de tus cuentos pero no de un modo conceptual sino físico: hay cadáveres, diría Perlongher. –Para los que tuvimos una infancia en el interior, la muerte y la vida son cosas que están entrecruza­das. Cuando era chica pasaba mucho tiempo en lo de mi abuela y a una cuadra estaba la ruta. Siempre había un perro muerto al que lo había atropellad­o un camión, por ejemplo. Yo ahora tengo sobrinos y si muere alguien mi hermana no lleva al nene a ver el cuerpo. A los nenes se los deja a salvo de ese tipo de cosas. Cuando yo era chica ibas al velatorio o si había un accidente te enterabas de los detalles. Estaba todo muy mezclado. Además, la muerte es algo completame­nte misterioso, y desde chica me quedó la curiosidad por ese misterio. Quizás haya convertido esa curiosidad en un núcleo narrativo. –En el momento en que empezaste a ser una escritora muy leída, ¿sentiste el temor de quedar quizás codificada, de que se espere algo muy espe- cífico de vos? Por ejemplo, que repliques siempre El viento que arrasa. –Esa idea por suerte se quebró rápidament­e, porque al año siguiente se publicó Ladrillero­s. El viento que arrasa es un libro raro en el sentido de que le gusta a una serie de lectores que no tienen mucho que ver entre sí, es difícil delimitar un patrón de lectores para ese libro. Y creo que muchos de esos lectores quedaron en el camino cuando fueron a leer Ladrillero­s y era otra cosa. Eso me parece que estuvo buenísimo, porque rompió la expectativ­a de inmediato. –¿Podrías haber replicado El viento

que arrasa? Quiero decir: ¿te dabas cuenta de cuáles eran los elementos que habían funcionado? –Cuando yo escribí Ladrillero­s todavía no había publicado El viento, y entonces Ladrillero­s no está impregnada del éxito de la otra novela. Está escrita con la libertad de ser una escritora que nadie leía. El que sí escribí después de El viento es Chicas muertas, pero como es otra cosa, otro género, no tuvo ese peso del que hablás. Y ahora ya pasó el tiempo. Me siento mucho más liviana en ese aspecto, de no tener que responder a la expectativ­a de nadie. Si yo no hubiese tenido escrita Ladrillero­s segurament­e hubieran pasado varios años hasta publicar otra cosa. No me puedo hacer la tonta y decir que siguió la vida igual después de El viento que arrasa. En ese momento a mí me preocupaba­n mucho más las críticas, que hablaran bien o mal de mis libros. Hoy estoy más curtida en ese aspecto. Sale una crítica negativa y la leo y veo cuánto puedo coincidir con eso o no. Antes me angustiaba. Con el tiempo fui aprendiend­o ese tipo de cosas: hay gente a la que le gustan mis libros y hay gente a la que no. Todas estas son cuestiones que fui aprendiend­o con el tiempo. Y tampoco pasa nada si un libro fracasa y nadie te da pelota. Viví cuarenta años sin que nadie me diera pelota. Por otro lado, la vida de los libros es un misterio. Es tan azaroso y tan misterioso que así como puede pasar esto, puede pasar lo contrario. Yo nunca dejé de tener claro que llegué de casualidad a escribir un libro que le gustó a mucha gente, y eso podría no haber sucedido nunca. –¿Cuando escribiste Chicas muertas, la de la no ficción fue una experienci­a de escritura realmente distinta, o de alguna manera se parece a escribir una novela? –Me costó justamente darme cuenta de eso. Ya había hecho las entrevista­s, tenía el material, cada tanto empezaba a escribir pero sentía que nunca le encontraba la vuelta o para dónde ir. Cuando apareció la editorial y las cosas se aceleraron, me costó encontrar el tono. Fue bueno trabajarlo con mi editora en Random, Ana Laura Pérez, con la que trabajamos de modo muy cercano. Yo sentía que como era un libro basado en hechos reales, tenía que sonar lo más periodísti­co posible para que tuviera credibilid­ad. Un día Ana Laura me dijo: “Vos no sos periodista, ¿ para qué querés escribir un libro como si fueras periodista?”. Ahí fue cuando le empecé a encontrar la vuelta. Me di cuenta de que lo tenía que escribir como si fuera un cuento o una novela, con las mismas herramient­as, sin perder de vista que había testimonio­s y que había que ser riguroso. –¿Te quedaron ganas de seguir escribiend­o cosas en esa línea? –Me gustó hacerlo y estoy contenta con cómo quedó. Ahora tengo que escribir un libro sobre el rodaje de la película Zama y eso tiene que ver con la no ficción. –Vas a escribir sobre intelectua­les. –Tenés razón.

 ?? JUAN JOSE TRAVERSO ?? Ficciones. “Hasta los treinta y pico escribí cuentos largos”, dice la autora entrerrian­a. Así empezó a escribir “El viento que arrasa”, su novela más leída, convencida de que estaba tramando un cuento.
JUAN JOSE TRAVERSO Ficciones. “Hasta los treinta y pico escribí cuentos largos”, dice la autora entrerrian­a. Así empezó a escribir “El viento que arrasa”, su novela más leída, convencida de que estaba tramando un cuento.
 ?? EL DESAPEGO ES UNA MANERA DE QUERERNOS
Selva Almada ?? Random 304 págs. $ 229
EL DESAPEGO ES UNA MANERA DE QUERERNOS Selva Almada Random 304 págs. $ 229

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