Ecos de una confrontación
Abstracción y figuración. Una dualidad central de la modernidad es tema de una muestra del MAMBA.
La muestra Debates en el centro: Abstracción y figuración en la colección del Museo de Arte Moderno, 1950-1970 es una exposición rara, atípica, y por eso mismo riquísima. Curada por Marcelo Pacheco –ex curador en jefe del MALBA, actual colaborador del MAMBA y docente en curaduría de la Universidad Nacional de las Artes (UNA)–, los senderos que propone la muestra abren los ecos de lucha, convivencia y complemento que la figuración y la abstracción tuvieron entre sí, desde los años 50 hasta los 70.
Todas las obras seleccionadas para esta exposición forman parte del patrimonio del museo y, en su mayoría, fueron adquiridas por sus dos primeros directores, Rafael Squirru y Hugo Parpagnoli, actores sobresalientes en el ámbito cultural de los años 60; un conjunto menor de obras provino del Fondo Nacional de las Artes, que en aquella década se destacó por su programa de donaciones de obras a museos de todo el país.
Por otro lado, los artistas que se exponen en Debates en el centro… ocupan distintos espacios, distintas jerarquías, dentro de la historiografía local: algunos se volvieron figuras casi invisibles y otros, en cambio, ocuparon lugares consagrados. ¿Por qué esto ocurrió así? ¿Qué fue lo que lo determinó, qué tipo de historia dictaminó qué cosa? Quizás se trató de una historia oficial, vinculada a una historiaciencia, que consagra a ciertos artistas y catapulta a otros, podríamos preguntarnos ¿Y cómo selecciona esta historia a sus actores? Laura Mulhall Girondo, Adolfo Estrada, Osvaldo Stimm, Julián Pedro Althabe, Antonio Llorens, César Ambrossini son sólo algunos de los artistas cuyas obras y nombres sin duda no están entre los que se repiten una y otra vez en las muestras, libros, catálogos, galerías ni remates de los últimos años. Es decir, se trata de obras y artistas a los que ese tipo de historia dejó claramente al margen o, por lo menos, les dedicó un lugar secundario.
Por el contrario, la presencia – en la misma exposición del MAMBA– de Josefina Robirosa, Nicolás García Uriburu, Ricardo Garabito, Víctor Magariños, Enio Iommi, Noemí Gerstein y especialmente de Juan Del Prete (alrededor de cuyas obras gravita la hipótesis curatorial) muestra la selección de un grupo de artistas que, con el tiempo, devinieron actores centrales de la historia del arte local. Así, Debates en el centro… abarca un espectro poco común, inclusivo y con una mirada más limpia, de menores prejuicios que la que normalmente tienen las curadurías. Por citar apenas un caso, puede verse un óleo con un gato y un florero cercano a lo comúnmente comprendido como naif (obra de Mulhall Girondo), vecino a las esculturas –pequeños y fuertes hombrestótem fantasmales, geométrico-abstractos– de Aldo Papparella. Una relación poco usual.
Casi ninguno de los trabajos que se exponen en la muestra del MAMBA es de los llamados “emblemáticos”. La exposición ofrece otra versión de la historia del arte, la versión creada por actores múltiples. Ahora, con esta exposición entran en un régimen de verdad histórico-curatorial más arriesgado, y quizás vinculado a cierta ficción (un tipo de ficción en la que, por supuesto, hay verdad). Se sabe, hay actualmente muchas formas posibles de narrar la historia. Y tantas otras formas posibles
de presentarla (en este caso, a través de un formato curatorial). Pacheco lo que está haciendo es un trabajo de contenido a través del que reconoce una narración histórica donde antes no la había.
Todos estos apuntes sobre la historia y las obras podrían relacionarse con algo más, vinculado al contexto local y mundial del momento, al clima dentro del cual estas obras fueron gestadas y estos artistas crearon: después de la Segunda Guerra Mundial comenzó en Europa y en el llamado mundo colonial una serie de discusiones acerca de los crímenes nazis contra la humanidad, del genocidio de los gitanos, judíos, homosexuales y discapacitados; sobre el significado del Holocausto y sobre cómo cerrar cuentas con el pasado. Estas discusiones habilitaron pensar en otros tipos de acontecimientos, y también en los mismos acontecimientos desde otros puntos de vista. Las discusiones también posibilitaron realizar otro tipo de preguntas sobre la historia acerca de las víctimas y sobrevivientes de todo aquello que Occidente no había podido domesticar, subordinar, degradar ni humillar. Ellas también comenzaron a preguntar o a ser objeto de develamientos y develaciones. Todo lo que hasta entonces había sido reprimido, ignorado o suprimido por razones de clase, género, raza, poder, fue, desde entonces, cuestionado. Muchas de las obras de la exposición, por r varias de estas razones, fueron dejadas de lado, ignoradas por la historia-ciencia. Ahora vuelven a escena a través del formato expositivo, gracias, también, a ese momento pos- Segunda Guerra que abrió un camino a la posibilidad de formular r nuevas preguntas.
Las obras de Juan Del Prete lo resumen todo en esta muestra: un artista que es conocido pero también, a veces, malcomprendido; su ida y vuelta entre la abstracción y la figuración; un cierto bamboleo entre la exquisitez (o lo que comprendemos como eso) máxima (en “Composiciónn con rombos”, “Tres formas blancas”) versus otra obras suyas que hasta podrían repeler (“Desnudo con cisne”) ya que laa mayoría de nosotros percibiríamos como “de mal gusto” (¿y qué es el gusto, si no – comentándolo rápidamente- no más que una suerte de hábito, de acostumbramiento, una cierta educación en torno a algu- nas direcciones…?). En los años 30 y 40, Del Prete salía y entraba de unas y otras modalidades con total libertad, luego de su estadía en París de 1931 y de su retorno a la Argentina en 1933. La exposición inaugura con esto, dejando bien sentadas estas posibilidades de aire, de apertura, de ruptura, y con el gran óleo de Emilio Pettoruti (“Solitude inattendue”, 1959) en el mismo lugar en que estuvo ubicada en otra muestra del museo, La paradoja en el centro: es un guiño que las relaciona (aunque La paradoja… sólo expone obras de artistas reconocidos, es otro el tipo de abordaje).
La pintura de Pettoruti –que expone derivaciones tardías del cubismo- también muestra un sistema de superposiciones de lenguajes: “hace desaparecer el motivo en la obra y exhibe valores pictóricos en sí mismos, lejos de la figuración y cerca de la abstracción”, comenta Pacheco.
En la exposición hay una sección dedicada a las esculturas de pequeño formato: allí se ubican las asombrosas e inesperadas “Sin título” y “Chaco”, las dos de Osvaldo Stimm ( hierro esmaltado y plexiglás, y aluminio, respectivamente), y la “Caja de escultura” de Aldo Papparella (madera pintada, 1967). Cerca de estos humanoides, la grotesca y maravillosa “La novia” de Ricardo Garabito (óleo sobre chapadur) convive con los dos rombos de “Juana”, de Germaine Derbecq (óleo sobre tela, 1968). Al costado, “Aazvere” de Manuel Espinosa (de 1972) y enfrente la extraña serie de Juan Carlos Castagino, “Calle en París”, (1969).
En las exposiciones –y en las curadurías– hay zonas compartidas, en este caso entre la historia y el arte. Quizás entonces sea tiempo de comprender, como propone esta muestra, que por más fuentes que uno tenga, no puede poseer el pasado. Y que nada en la historia está clausurado. Lo están diciendo Mulhall Girondo, Stimm, Carreira. Y esta misma exposición.