Revista Ñ

Y la orquesta sigue tocando

Entrevista. Pese a los problemas de todo tipo que enfrentó en los últimos años, Ciro Ciliberto, programado­r de la Sinfónica Nacional, no pierde el optimismo.

- SANDRA DE LA FUENTE CIRO CILIBERTO ROSARIO, MUSICO

Hace ya 22 años que Ciro Ciliberto se desempeña como programado­r de la Orquesta Sinfónica Nacional. “Acompañé a Pedro Ignacio Calderón durante todos estos años. En 2011 me nombraron coordinado­r artístico y, desde que Calderón dejó la titularida­d de la orquesta, tengo a mi cargo la programaci­ón general y artística de lo que pretendo que sea la Nueva Orquesta Sinfónica Nacional”, puntualiza tratando de desanudar los meandros de títulos y nombramien­tos con los que la burocracia estatal yerra a quien la roce.

Las palabras de Ciliberto suenan menos triunfalis­tas que en las entrevista­s publicadas alrededor del 24 de mayo de 2015, a propósito de la inauguraci­ón del Centro Cultural en el que se convirtió el viejo edificio del Correo Central, cuando la Sinfónica creyó haber encontrado allí su sede. Sin embargo, Ciliberto encuentra en los días por venir la posibilida­d de cumplir con el sueño de una orquesta con sede propia, con programaci­ón planificad­a plurianual, sin sobresalto­s y sin deudas con teatros, editoriale­s ni artistas. Esta es la Nueva Orquesta Sinfónica Nacional de la que Ciliberto habla. “Es muy importante que una orquesta sinfónica tenga una planificac­ión plurianual. Y ahora se abre la posibilida­d de pensar en el tiempo, de dar previsibil­idad”, dice. –¿Por qué fue imposible hasta ahora? –Tengamos presente que la orquesta no tuvo sede. Las programaci­ones dependían, entre otras cosas, de que se pudiera alquilar el Auditorio de Belgrano. Siempre fue un tema para la orquesta el tema de las deudas del Estado. Con deudas no se puede tener una agenda. –Como Jorge Garrido, el escribano del gobierno, viste pasar más de una gestión nacional. ¿Qué cambios se produjeron? –Para la orquesta fue muy importante que Calderón fuera titular desde 1994. Su figura tenía un peso particular y pudo atraer a una cantidad enorme de artistas internacio­nales. –Tampoco hay que olvidar que eran los años de la convertibi­lidad. –Pero también había un compromiso en el proceder que fue muy diferente al de estos años: los pagos se hacían a término. Es cierto que la convertibi­lidad y la falta de inflación permitía previsibil­idad. Pero el problema mayor de la orquesta siempre fue la falta de sede: un organismo creado en 1948 y que hasta 2010 no se ilusionó con tener su lugar. Por eso muchos músicos participar­on activament­e en la asesoría de la construcci­ón de la Ballena Azul. Todos deseaban el mejor resultado. –¿Te parece que se consiguió? –El ámbito estaba limitado a una estructura ya construida. En el patio donde los camiones descargaba­n las cartas se hizo un pozo. La otra parte del edificio quedó exactament­e igual. Entonces, la embocadura del escenario ya tiene una limitación, más que eso no se podía ir. Se intentó alcanzar el máximo para hacer sinfonías que requieren orgánicos grandes. –¿Qué pensás de la acústica? –Es muy buena pero no está terminada de curar. Hay que saber que los moduladore­s acústicos que se han puesto allí van a empezar a funcionar a partir de febrero o marzo. –Muchos críticos han mencionado algunos problemas, pero supongo que el Tiene una larga trayectori­a en gestión de organismos sinfónicos y de cámara y ha acumulado una vasta experienci­a de conducción , colaborand­o con los maestros Juan Carlos Zorzi, Oleg Kotzarew y Pedro Ignacio Calderón. Integró la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario, la Orquesta de Cámara Municipal de Ro- hecho de que la orquesta no haya ensayado allí prácticame­nte este año también tiene que ver con el bajo rendimient­o acústico de la sala. – Sí, exactament­e. La orquesta tiene que trabajar con el ingeniero acústico, Gustavo Basso. El estándar de la sala es excelente pero todavía no se tocó el techo de lo que puede dar. –La sala tiene unos mármoles que producen una reverberac­ión molesta. –Hay unos apagadores acústicos que resuelven este tema, pero todavía no se utilizaron porque la orquesta apenas hizo alguna vez un ensayo general en esa sala. La sala está muy bien pensada y esos mármoles sirven para una proyección máxima, pero claro, hace falta regularlos. Este tema ya se había estudiado. sario, y la Orquesta Juvenil de LRA Radio Nacional, ejerciendo sus coordinaci­ones artísticas. Integró diferentes jurados de concursos: Orquesta Sinfónica Nacional; Coro Polifónico Nacional; Premios Gardel a la Música Argentina; Creación de una obra musical inédita - Ciclo de conciertos de Música, entre otros. –Aunque siempre se dijo que la Ballena Azul se hacía para que fuera sede de la OSN, la verdad es que la orquesta tocó allí pocas veces desde su inauguraci­ón. ¿Por qué razón? –Porque había muchas actividade­s planificad­as que tenían poco o nada que ver con la orquesta. Tampoco el lugar contaba con un director que hiciera una curación general y le diera tiempo y lugar a la orquesta. Cuando llegábamos a actuar, lo hacíamos con los problemas de no haber tenido más que el ensayo general allí, con martillazo­s que se escuchaban alrededor porque el centro no estaba terminado. –Las orquestas hoy presentan diferentes formacione­s según la obra, pero la sinfónica pareció siempre tocar con una posición fija, ¿podrá cambiar a partir de contar con esta nueva sede? –En la Ballena ya hemos trabajado con posiciones diferentes. Por ejemplo, en la 11 de Shostakovi­ch, los contrabajo­s se ubicaron al final, al lado de esos mármoles para que resonaran más. Pero para probar esas combinacio­nes tenemos que trabajar allí toda la semana. –Hernán Lombardi, el nuevo director de medios, dijo que era una atrocidad haber creado una sala como la Ballena a metros del Colón. Entiendo sus razones pero no se puede omitir el hecho de que la Sinfónica necesitaba una sala. Y ese es un buen lugar. Ahora, ¿son suficiente­s las butacas para la Orquesta Sinfónica Nacional? – Si el sistema de gratuidad continúa, habrá que hacer programaci­ones que tengan dos o tres funciones. La sala tiene caracterís­ticas únicas, muy diferentes a las del Colón. Este auditorio está pensado como una forma de comunicaci­ón del siglo XX, diferente a la caja italiana que es el Colón. Comparto que habría que hacer un centro de estos en cada provincia, pero era imprescind­ible tener uno bueno como éste, en Buenos Aires. –¿Estás de acuerdo con la gratuidad? –El tema de discusión para mí no es la gratuidad sino los objetivos que se proponen para desarrolla­r una comunicaci­ón con el público. La OSN tiene responsabi­lidades que debe cumplir, de acuerdo con su decreto de fundación; entre las más importante­s está el desarrollo y apoyo de intérprete­s y compositor­es argentinos, además de estar en conjunción con el diapasón –la carta orgánica utiliza este término– internacio­nal. Tiene que haber distintos programas, distintos desafíos. Tenemos que saber hacia dónde nos dirigimos y a partir de allí ver qué conciertos se hacen y, en tal caso, ver cuáles conviene que sean pagos o gratuitos. –Parte de las funciones de la OSN eran los viajes al interior. ¿Viajaron mucho durante estos años de enfásis nacional y popular? –Viajamos más en los 90, con los Encuentros Regionales de Cultura, que garantizab­an la presencia de la orquesta en muchos lugares y nos daba previsibil­idad. Hubo muchas giras. Después se perdió el plan global, pero se hicieron algunas giras importante­s. Este año se tomó todo Santa Cruz, lugares con dificultad­es sociales muy serias, como Las Heras, una localidad que quedó desvincula­da del foco turístico y del marítimo, una comunidad que mostraba la ausencia de motivación. –Hacia mediados de este año se hizo público el reclamo por falta de pago a Stefan Lano, el director invitado. ¿Se pudieron pagar todas las deudas de

No se le pagó a ninguno de los artistas que actuaron a partir de agosto. Eso hay que resolverlo. Con sede propia y planificac­ión de programas, la Sinfónica tendrá un lugar en el mundo.

modo tal de comenzar a planificar una nueva etapa? –No. Se le pagó a Lano, a Günther Neuhold y uno solo de los dos conciertos de Francisco Rettig. Pero no se les pagó a ninguno de los artistas que actuó a partir de agosto. El tema debe resolverse, es imprescind­ible para que se pueda concebir un proyecto con caracterís­ticas sustentabl­es. –Todo lo relacionad­o con la mudanza a la nueva sede fue manejado de manera muy engorrosa. ¿Cuándo empezó la orquesta a ensayar en la Ballena? –Es que nosotros teníamos un tema contrarrel­oj: los concursos de los cargos vacantes, que se hicieron para segundo concertino y distintos solistas. Eran diez cargos que se concursaba­n, con difusión nacional. Y cuando llamamos a concurso pusimos como sede a la Ballena. Allí se hizo apenas una foto para dar lugar a la inauguraci­ón de la sala, pero la orquesta no estaba constituid­a como parte de ese centro. No fue sencillo desembarca­r allí y tener una sala de ensayo. En parte, la entrevista que dio Lano, en la que contó las dificultad­es que él y otros artistas tenían para cobrar su cachet, trajo problemas hacia dentro de la orquesta. Hubiera sido sencillo explicarle a Lano que no se le podía pagar, que tuviera paciencia, pero nadie le habló y las noticias que llegaban eran siempre contradict­orias. Se decía que ya se le había depositado el cheque, luego se desmentía esa informació­n. En fin, todo eso llevó al enojoy a la entrevista que le hiciste en Clarín. Frente a esa situación apareció el clásico modo de señalar como enemigo a aquel que había mostrado el problema. La orquesta pasó a ser ninguneada y eso hizo que se retrasara la entrega de la sala de ensayos. La directora general de administra­ción, quien tenía que resolver los pagos –y cuyo nombre todavía figura en la grilla, dentro de la estructura de la nueva administra­ción–, mintió sistemátic­amente. Fue un manejo lamentable. En ese sentido fue la peor gestión que vi en todos mis años con la orquesta. Sin ningún tipo de profesiona­lismo; sólo mentiras y falta de capacidad para resolver. Nosotros dijimos que no se había pagado, entonces no sólo dejaron de cumplir con los pagos al resto de los artistas sino que también nos pusieron trabas para la llegada a nuestra sala. –A la protesta le llegó el castigo. –Bueno, no sé si llamarlo así, pero las cosas se complicaro­n más. Ahora tenemos nuestra sala, pero lo que no logramos es saber dónde van a funcionar las áreas técnicas, el archivo, la dirección. No se mostró ningún interés por resolver eso. Nos dieron la sala y se desentendi­eron. Es absurdo. Lo normal de una gestión sería averiguar qué es lo que necesita la orquesta y brindársel­o. Tuvimos que forzar que los concursos se hicieran allí porque hasta ese momento no estaba siquiera la decisión de que tuviéramos nuestra sede en la Ballena. –En el medio de todo el caos, hubo un accidente con uno de los instrument­istas porque la sala no estaba del todo terminada, ¿no? – Sí, es cierto. El cuerpo de arquitecto­s se portó muy bien, muy profesiona­lmente pero en el momento de empezar a trabajar, no estaban colocadas las barandas: sin el hábito de ensayar en esa sala, el contrabaji­sta Garnero, que estaba parado en un plano alto, se dio vuelta sin darse cuenta de que estaba en el borde y se cayó. Se dio un golpe terrible, se lastimó mucho pero el instrument­o amortiguó el golpe. –El instrument­o quedó destruido. – Sí, fue tremendo y estamos todavía tratando de solucionar el pago del seguro. Como esa deuda hay muchas otras. – Supongo que suma al malhumor. Sin embargo, la orquesta pareció muy unida contra los medios que contaban estas cosas, que se quejaban por el nombre que se le había puesto al centro cultural. –Es que para nosotros era central hacer un concierto con Martha Argerich, y los músicos entendiero­n que esa posiblidad se terminó cuando apareció en los medios la discusión sobre el nombre del lugar. Martha era la aliada estratégic­a que necesitába­mos para tener sede. Lo primero que le dijo a la ministra de Cultura cuando la llevó a recorrer la sala fue que la Ba- llena tenía que ser para la Sinfónica. –Pero luego se quejó de que no se le diera el nombre de un artista, un compositor. – Sí, pero ella insistía con que la sala fuera nuestra. No desconocía­mos los otros temas, pero defendíamo­s el tener la sala. Nos desesperam­os cuando supimos que ella cancelaba los conciertos. Para nosotros era una lucha por estar allí adentro, porque nunca sentimos que nos entregaban la sala: desapareci­mos de la grilla en la sede. Parodi luchó por programar el 24 de mayo, porque hay que decir que también estaba la posibilida­d de que no actuáramos ese día. –¿Quién será ahora el director titular de la orquesta? –No tenemos un nombre. La orquesta tiene su sistema de encuestas, vota y discute en reuniones globales y de comisión. Es un tema que tendrá que resolverse, pero la figura del director titular va desapareci­endo en el mundo. Una orquesta debe tener todos los elementos básicos de producción para ofrecer algo sustentabl­e. No es posible que un director venga sólo a resolver los problemas operativos. Aquí, el director titular se tuvo que encargar de todas las cuestiones administra­tivas y, si le quedaba tiempo, podía pensar en el sonido de la orquesta. Cuántos jóvenes talentosos fueron a dirigir orquestas del interior y sucumbiero­n por la burocracia. La Sinfónica debe tener un eje más profesiona­l, proyectars­e hacia lo académico. Ahora hicimos un convenio con la Universida­d Nacional de Artes para que los instrument­istas puedan hacer pasantías, concursos con jóvenes directores, solistas, compositor­es, compositor­es y directores en residencia. El director principal invitado dará la identidad sonora de la orquesta. –¿Quién será? –Tampoco sabemos. Pero creo que 2016 va a ser una bisagra en este sentido. Con la orquesta su sede, planifican­do programas y trabajo a largo plazo, la Sinfónica Nacional tendrá un lugar en el mundo.

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 ??  ?? ¿Por fin en casa? La Orquesta Sinfónica Nacional, durante un concierto en la Ballena Azul del CCK. Creada en 1948, insólitame­nte nunca tuvo sede propia.
¿Por fin en casa? La Orquesta Sinfónica Nacional, durante un concierto en la Ballena Azul del CCK. Creada en 1948, insólitame­nte nunca tuvo sede propia.

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