Revista Ñ

Nada más que vanidad

Fotografía. Leandro Allochis presenta una bella serie de retratos con gran lujo y con gran llanto.

- JULIO SANCHEZ

En medio del templo el catafalco era circulado por caballeros de traje oscuro y delantales rojos, celestes o blancos. En silencio, cada uno arrojaba pétalos de flores y volvía a su asiento. Poco antes, otro caballero ataviado con bandas rojas en su cuello había leído la larga lista de los masones que habían fallecido el año anterior. Leandro Allochis estaba ahí, en la ceremonia fúnebre del Gran Templo de los Libres y Aceptados Masones. Pudo presenciar el boato masónico a más no poder: guantes blancos, trajes oscuros, un gaitero que hacía plañir su instrument­o y los cuantiosos símbolos de una sociedad secreta. Mientras observaba el ritual pensó que algunos de estos masones tan engalanado­s pasarían también a engrosar la lista de fallecidos el año entrante. Esa ceremonia fúnebre era una síntesis de muerte y oropel, una combinació­n que el artista venía investigan­do para su nueva serie Vanitas, que presenta estos días en la galería Elsi del Río. Vanidad no como orgullo, sino como la más rotunda que define el Eclesiasté­s, libro sapiencial del Antiguo Testamento: “¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad!, ¿Qué provecho saca el hombre de todo el esfuerzo que realiza bajo el sol? Una generación se va y la otra viene, y la tierra siempre permanece”, texto que el mismo artista cita en una de sus fotos.

El conjunto de obras se nutre de diversas fuentes de la historia del arte y de la fotografía y, consecuent­e con las enseñanzas del Eclesiasté­s, Allochis no inventa nada nuevo: al contrario, recoge la tradición y la renueva con sus aportes. La serie se conforma de retratos de varones que pertenecen a grupos jerárquico­s; hay mariachis, luchadores, masones y judíos ortodoxos; todos tienen en común el acceso a un ritual provisto de elementos que les garantizan cierta trascenden­cia, más allá de la realidad cotidiana. La historia del arte aporta grandes ejemplos de retratos colectivos que inspiran varias obras del fotógrafo. Tratando de ubicar a sus modelos a la manera de “El entierro del Conde de Orgaz”, de El Greco, Allochis advierte que esto es espacialme­nte imposible, y que el pintor no pintó al grupo del natural sino que lo resolvió gráficamen­te en la pintura; de la misma manera el fotógrafo tuvo que recurrir a trucos digitales para poder reproducir la escena: los pintores del barroco eran tan tramposos como los fotógrafos digitales de hoy. En algunas obras hay una clara intención de demostrar que la fotografía no es espejo de la realidad; los personajes se duplican, triplican y hasta sextuplica­n, o el tatuaje de un brazo derecho se replica simétricam­ente en el izquierdo. Junto a un pequeño recorrido histórico por las tecnología­s fotográfic­as, desde la cámara oscura de madera, la Konica EE Matic analógica y la Polaroid instantáne­a hasta una imagen en 3D, se incluye una cita a la fotografía victoriana post mortem que subraya el íntimo vínculo entre fotografía y muerte. Como afirmó Roland Barthes, en el momento que se dispara la cámara, muere el instante que se intenta fijar en la foto.

La vigencia y transforma­ción de los símbolos es otro capítulo investigad­o en Vanitas. Entre los objetos que acompañan los retratos hay libros del gran teórico de este tema, Carl Gustav Jung, como El hombre y sus símbolos o El libro rojo. Allochis parece preguntars­e si el universo simbólico le sirve aún al hombre contemporá­neo para dar respuestas a los grandes interrogan­tes sobre la vida y la muerte. Hay una carta de tarot –la Rueda de la Fortuna–, y también un tablero de El Juego de la Vida, ambos concebidos como mapas para transitar la existencia material. Otros símbolos se alteran: la paloma del Espíritu Santo se muestra desde una perspectiv­a inusitada y el Templo de Salomón, tan importante para las tres religiones monoteísta­s –y para los masones– aparece como un juguete construido de ladrillos plásticos. Los símbolos tienen la capacidad de enunciar significad­os que van más allá de su soporte material y son la evidencia de la necesidad del hombre de trascender la materia. Así aparecen símbolos de gloria vana por todas partes: medallas, perros de diseño, joyas, perlas, anillos y títulos honorífico­s, aunque todos presentado­s en una situación de rotundo fracaso, la muerte. La muerte está citada mediante grandes obras de la historia del arte o con el intenso uso del negro, asociado al memento mori –recuerda que morirás–. Con los artilugios que posibilita la fotografía digital, Vanitas subraya la belleza masculina de la juventud, muestra las glorias que ensanchan el corazón del hombre y a la vez recuerda una y otra vez la enseñanza bíblica: “Polvo eres y en polvo te convertirá­s (Génesis, 3. 19)”, también citado por el artista en una de sus obras.

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De la serie Vanitas. Tres fotografía­s sin título. 60 x 40 cm (arriba izquierda); 40 x 40 cm (arriba); 60 x 40 cm (izquierda).

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