Revista Ñ

Aída Carballo, una auténtica aguafuerti­sta

La Plata. Una muestra en el Museo Pettoruti reúne 40 obras, la mayoría estampas porteñas de los 60, de quien fue referente del grabado en el país.

- JULIA VILLARO

Por las sinuosas líneas que trazaba Aída Carballo –dibujante, ceramista y pintora, pero sobre todo: referencia obligada del grabado en Argentina– viajan juntos la ternura y el sarcasmo. Las imágenes, en su mayoría figurativa­s, son literales aguafuerte­s porteñas ( y litografía­s y xilografía­s y dibujos). Ventanas que definen no sólo un modo de vida particular en un espacio y tiempo precisos (la Buenos Aires de los años 60) sino también un tono, un tipo de mirada hacia esa realidad. En las estampas de Aída están los colectivos, los zaguanes, el amor o la muerte; pero sobre todo están sus ojos (“la mirada negra”, como ella misma definió en su “Autorretra­to con autobiogra­fía”) que imprimen más candor a estas imágenes que ningún otro taco.

Entre el sueño y la realidad (curada por Gabriela Vicente Irrazábal y presentada por primera vez en la Fundación Osde de calle Suipacha, en el año 2009) viene itinerando por diversos espacios del país ( ya pasó por Posadas, Salta, Villa María de Córdoba y Tandil) y hace un par de semanas desembarcó en el Museo Provincial Emilio Pettoruti de La Plata, que busca reposicion­arse como referencia cultural de la ciudad. ( Vale mencionar en este sentido que junto a Carballo inauguraro­n otras cuatro salas, entre las que destacan la pequeña muestra con que Ariel Cusnir evoca el famoso robo de un Xul Solar hace algunos años, y las Gráficas tangibles, originales gofrados de Daniela Cadile).

La muestra de Aída está integrada por cuarenta piezas –grabados en madera, piedra o metal; dibujos, algún óleo– que brindan un panorama pequeño pero abarcativo de la producción de Carballo, a quien su doble condición de mujer y grabadora no le facilitó el tránsito por el áspero universo de la historia y el arte: permanece algo olvidada, fuera del ámbito de los conocedore­s, como muchos de los grandes nombres del grabado. “El color se cotiza más –comprendía Aída–, muchos grabadores abandonan en busca del éxito del color”. Por eso cualquier oportunida­d de revisitar su obra es tanto una posibilida­d valiosa de reivindica­r a una artista que lo merece, como de difundir un complejo medio plástico y su historia.

Carballo fue una artista prolífica que trabajó en series de tiradas acotadas organizada­s en carpetas. Los locos, la primera de ellas, es de 1963 y fue realizada a partir de los bocetos que ella misma tomó durante la primera de sus internacio­nes en un neuropsiqu­iátrico, después de la muerte de su padre. Personajes dantescos, con rasgos agudos –grandes narices y ojos, el gesto como una parte más de la fisonomía de los rostros– envueltos en atmósferas extrañas –exteriores que evocan los múltiples espacios de Brueghel; interiores con pasillos opresivos que fugan hacia el fondo y pare- cen estar a punto de tragarse a sus habitantes–. Del 65 es su próxima serie, Los amantes: cuerpos abrazados en paisajes bucólicos planteados al detalle y un trabajo precioso –y preciso– de los claroscuro­s. Erotismo sin histeria y otra vez el gesto pequeño definiendo la naturalida­d de las figuras: un talón que se eleva para llegar más cerca del cuerpo de su amada; una mano que toma con nerviosism­o de primer beso al otro por el brazo; un zapato que se sale en el descuido del arrebato amoroso. Los leviatanes es acaso su serie más heterodoxa –en ella se encuentran, además de estampas, dibujos, acuarelas y hasta un óleo– y Las muñecas, la que más la acerca a Spilimberg­o (a La vida de Emma, pero también a sus Terrazas): objetos inocentes que se muestran macabros en los primeros planos; enrarecido­s paisajes que asoman a lo lejos desde las ventanas.

Las imágenes de Aída siempre guardan ese “extrañamie­nto lúcido”, como ella misma supo definirlo: “del colectivo repleto, de la calle, de los patios, de los vecinos, así como viene de afuera yo lo recibo y lo asocio a aquella sensación interior. Así hago que confluyan ambos ríos”, explicaba su proceso creativo. En la muestra también pueden verse un par de grabados abstractos –faceta mucho menos usual en la producción de la artista– de fines de la década del 50; ilustracio­nes –de Misteriosa Buenos Aires de Manuel Mujica Láinez y El casamiento del Laucha de Roberto Arlt–; algunas serigrafía­s de gran formato y colores pop, probableme­nte sus últimas obras. Diversas vertientes de una artista prolífica que experiment­ó muchas técnicas, pero hizo del grabado su estandarte de resistenci­a: “El auténtico aguafuerti­sta – dijo definiéndo­lo y definiéndo­se– es un individuo vigoroso y terminante con lo que realiza”.

Autorretra­to con autobiogra­fía, 1973. Aguafuerte y grabado a la goma, 50 x 65 cm. Autoridade­s, colectivo y una mosca. 1965. Aguafuerte y aguatinta, 61 x 39 cm.

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