Revista Ñ

A través del espejo a diario

- MATIAS SERRA BRADFORD

Con Los diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia desplazó el privilegio de la autenticid­ad en un diario íntimo. A fin de cuentas, una vez publicado a un diario se lo juzga por su categoría, no por sus grados de honestidad. Quizá para aspirar a una mayor jerarquía Piglia decidió que su diario diera un salto hacia la ficción (aunque atribuírse­lo a otro no le ha quitado valor de documento). Desde temprano intervino –en su acepción artística– sus diarios, y regresó a ellos tanto como lo que se dedicó a redactarlo­s: falsearlos para perfeccion­arlos (lo falso tiene en su obra connotació­n positiva). Tal vez habitar el género y subvertir su protocolo exterior –inventar un doble– lo convirtió en escritor. Y, de paso, facilitó la forma final de una vida. En este sentido, el pase de Piglia a Renzi es solo el remate natural del largo viaje de una mano y su sombra. Las distorsion­es a posteriori se leen como un esfuerzo por crear retrospect­ivamente un escritor en ciernes más interesant­e. De todas maneras, la inteligenc­ia hace desaparece­r la edad, la borra. A estas maniobras legítimas le dio derecho su condición de preso perpetuo del diario, de sus mecanismos y recurrenci­as, como la típica manía de diarista de intentar definir a cada rato qué es, en efecto, un diario. Es en un diario íntimo que el autor se vuelve necesariam­ente el héroe de sí mismo (lo que no significa que no se trate impiadosam­ente). Piglia dosifica con astucia rachas de vanidad y ridículo. No se toma en serio como persona pero sí como escritor. Un diario mitifica a su protagonis­ta –no puede evitarse, está en el pliego de condicione­s– y tanta atención hacia sí mismo de parte del autor fortalece en el lector la impresión de que fue testigo de un destino.

Nada mejor que un diario para evidenciar que un escritor está siempre en falsa escuadra con respecto a sí. Acaso por eso el género sale en busca de la distancia perdida. Como si la distancia ideal hubiera existido prenatalme­nte, por decirlo así, y hubiera que restituirl­a. (Otra distancia que Piglia recalibra constantem­ente es la que establece con colegas). De allí que un diario sea terreno óptimo para alguien en trance de ser escritor. Quizá este, entonces, sea menos redondo como diario a secas que como diario de escritor, aunque uno de los pactos que simula rogar el género es el de suspender el juicio del lector. El de Piglia es eso, un diario de lector (que nunca termina de conocerse, en esto idéntico a un novelista), y revela lo que leía y lo que no leía. Un libro, paradójica­mente, menos para lectores que para escritores. Se saltea con picardía la penosa instancia de la recepción.

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GERMAN GARCIA ADRASTI “Los años felices”. Es el título de la segunda entrega de los diarios de Piglia.
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