Revista Ñ

La socióloga analiza el clima que sacude al gobierno de Morales luego del asesinato del viceminist­ro Rodolfo Illanes. Violencia minera y extractivi­smo sin límites presionan al sistema político .

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incluso hubo fuertes amenazas de la Fencomin hacia el gobierno, en 2014–, Evo Morales fue forjando una alianza estratégic­a con el sector, que implicó intercambi­o de beneficios económicos por apoyo político. No por casualidad los cooperativ­istas fueron el motor de la campaña por el referéndum realizado en febrero de 2016 que buscaba habilitar al binomio gobernante (MoralesGar­cía Linera) para una cuarta elección y que culminó con el triunfo del “no” a la reforma constituci­onal (51,3%). Otra evidencia de esta alianza es que la Fencomin cuenta con siete legislador­es nacionales, entre diputados y senadores, elegidos con la sigla del partido gobernante, el Movimiento al Socialismo (MAS).

La nueva ley minera sancionada en 2014 terminó por empoderar aún más a los cooperativ­istas, consolidan­do lo que Marcos Gandarilla­s, director ejecutivo del CEDIB, llamó “un régimen de excepción en beneficio de este sector, que entre otros incluye una política laboral especial que niega los derechos laborales a los trabajador­es de este sector”. Sin embargo, hace un par de meses el gobierno puso en jaque esta alianza cuando decidió modificar la ley del sector, y exigió la sindicaliz­ación y reconocimi­ento de derechos laborales en el marco de las cooperativ­as.

La respuesta de los cooperativ­istas fue una virtual declaració­n de guerra contra el gobierno, a través de un paro indefinido, el bloqueo a La Paz y un pliego con 24 demandas. Todo terminó el día 26 de agosto, con una feroz represión policial a los cooperativ­istas, en el momento en que el viceminist­ro Illanes iba a negociar, y su posterior asesinato. En el medio de la consternac­ión, Morales habló de “conspiraci­ón” y respondió no solo con el encarcelam­iento de numerosos dirigentes, sino también con la firma de cinco decretos extraordin­arios que incluyen la reversión de las áreas al Estado sobre las que se había suscripto contratos a riesgo compartido entre mineras cooperativ­istas y empresas privadas. Así, las nuevas medidas también apuntan a impedir la “desnaciona­lización” del sector, producto de los acuerdos entre cooperativ­istas y empresas transnacio­nales. Por último, prohibió la utilizació­n de explosivos en las movilizaci­ones, y de paso, introdujo un problemáti­co artículo que avanza, subreptici­amente, en la criminaliz­ación de la protesta social.

En suma, estamos ante una disputa extractivi­sta: lo que está en juego, en un contexto de fuerte caída de precios internacio­nales de los minerales, es el control del excedente. De este modo, la confrontac­ión entre cooperativ­istas y gobierno puede adquirir momentos de alta intensidad, en la lucha por la apropiació­n de minerales, por una mayor rentabilid­ad. Sin embargo, la disputa no es nada fácil, pues, cual aprendiz de brujo, el gobierno de Evo Morales se encuentra enfrentado a un modelo de corporativ­ismo desmesurad­o, de tipo empresaria­l, que él mismo reforzó mediante privilegio­s económicos a cambio de apoyo político. Finalizado el período de rentabilid­ad extraordin­aria, la conjunción de clientelis­mo político y violencia extractivi­sta abre así a un nuevo panorama de conflictos en ese país.

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AP Profundida­des. Trabajador­es en la mina La Candelaria, en el Cerro Rico, Potosí. De allí extraen plata desde el siglo XVI.

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