Urbes culturales de dos siglos
Gorelik presenta una obra colectiva que explica el crecimiento sudamericano en base a las estructuras de sus grandes ciudades.
La vida cultural moderna de América Latina ha tenido su centro en la ciudad: es allí donde germinaron tendencias artísticas y proyectos intelectuales, donde se desplegaron utopías urbanísticas así como disputas ideológicas y políticas. Pero si esto es así, ¿qué características del entorno urbano le han dado a la cultura sus marcas singulares, y cómo pueden seguirse las huellas que iluminan ese proceso de interpenetración entre ciudad y cultura?”, se preguntan los autores de Ciudades sudamericanas como arenas culturales (Siglo XXI), compilado por Adrián Gorelik y la brasileña Fernanda Arêas Peixoto. Río de Janeiro, Buenos Aires y San Pablo son analizadas como laboratorios culturales de entre siglos. “Si Río de Janeiro tuviera un rostro, sería la Rua do Ouvidor. La frase de Machado de Assis traduce la importancia de una calle estrecha pero extensa, que se convirtió en símbolo de la urbanidad fin-de-siècle”, escribe María Alice Rezende de Carvalho, utilizando esa vía como el símbolo de la transición entre el pasado colonial brasileño y su futuro liberal. Buenos Aires de fin de siglo XIX y principios del XX es caracterizada por Pablo Ansolabhere como “La ciudad de la bohemia”. Parafraseando a Pierre Bourdieu, el investigador explica que para que una ciudad fuera bohemia debía tener determinadas características tales como la existencia de una población importante de jóvenes de clases medias o populares que, provenientes del interior, tuvieran ansias de convertirse en artistas o escritores, junto con la expansión del mercado de bienes culturales.
Ansolabhere ubica el nacimiento de la bohemia en la década del 80 del siglo XIX, en plena expansión del modelo agroexportador, que coincide con el comienzo de la inmigración masiva. Pero fue también en esos años cuando llegó a Buenos Aires el poeta nicaragüense Rubén Darío, cuya personalidad encantó a los nóveles escritores. Sin embargo, la explosión de la vida cultural porteña tuvo su origen, según este autor, en la segunda década del siglo XX cuando Buenos Aires, desafiando la máxima de que la única ciudad de bohemios en el mundo no podía ser otra que París, se convirtió en la bohemia de América Latina. El autor cita que “Angel Rama ha resumido con precisión las múltiples funciones que cumplió el café en la Buenos Aires de entre siglos: sitio de conversación distendida, pero también intelectual, de lectura, de producción literaria e incluso de obtención de trabajo mediante las conexiones que allí se establecían”.
Los autores abordan, además, el desarrollo de ciudades como La Plata, Córdoba, Montevideo, Recife. Los años que van entre 1940 y 1970 son analizados a partir de los casos de Bogotá, Caracas, Río de Janeiro, Brasilia, Quito, Lima y Santiago de Chile. “Hacia mediados del siglo XX, Quito era una ciudad poco industrializada, aunque no por eso menos industriosa, relacionada con la economía agraria y atravesada ella misma por el campo. Su dinámica estaba dada por el comercio de bienes agrícolas y manufacturados, un incipiente sistema bancario y los aparatos del Estado. Aunque para muchos seguía siendo una ‘ciudad conventual’, en realidad estaba cambiando: no sólo había aumentado la población, sino que se estaban formando nuevas capas sociales. Además de una importante presencia indígena, a medio camino entre la ciudad y el campo, se estaban constituyendo sectores popuenfoques