Revista Ñ

HANS ULRICH GUMBRECHT

WÜRZBURG, ALEMANIA, 1948. DOCTOR EN FILOSOFIA Y FILOLOGO

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Se mueve con ductilidad entre la filosofía, la literatura y la historia cultural. Recibió nueve doctorados honorarios. Desde 1989 es titular de la cátedra Albert Guérard de literatura en la división de Literatura, Cultura y Lenguaje de la Universida­d de Stanford. Sus libros fueron traducidos a hay entre 30 y 40 millones de personas a las que se llama despectiva­mente ‘basura blanca’ (white trash): población blanca, pobre, racista, sin instrucció­n. En EE.UU., la participac­ión electoral suele ser muy baja a nivel nacional y ahora esa gente se siente interpelad­a por primera vez. El mensaje de Trump –y creo que ni siquiera fue una estrategia– tuvo enorme resonancia en ellos, que se sienten abandonado­s por los políticos profesiona­les. Si el 8 de noviembre hay buen tiempo, van a votar. Más allá de eso, en una democracia esas personas tienen derecho a que la política se ocupe de ellas; no es que Trump lo vaya a hacer, pero se les debe una vida mejor. Es aburrido echarle siempre la culpa al capitalism­o, pero esas personas son el efecto colateral de un capitalism­o salvaje. Hasta hace poco no había seguro médico obligatori­o: se morían de apendiciti­s, en partos, como en el siglo XIX. Nadie vota a Trump en Stanford o Harvard. más de 20 idiomas. En castellano se publicaron, entre otros: Elogio de la belleza atlética; En 1926. Viviendo al borde del tiempo; Producción de presencia: lo que el significad­o no puede transmitir; Los poderes de la filología: dinámicas de una práctica académica del texto. Escribe en Di Zeit. Nadie que esté instruido puede sentirse tentado a votar a Trump.

–Para el futuro de la humanidad, postula la universida­d como lugar de pensamient­o con riesgo que no responda a la exigencia de aplicación práctica. –Me gustaría escuchar más que solo crítica. Creo más en contagiar a los alumnos entusiasmo intelectua­l, no dar soluciones sino imaginar alternativ­as que no pretendan un efecto inmediato –y esto implica riesgo. Creo en una practicida­d mediata. Si las ciencias humanas trascendie­ran las carreras de humanidade­s, a largo plazo tendrían más impacto. Si Trump hubiera estado obligado a cursar filosofía, quizá no tendería a la verborrea. No me siento capaz de transforma­r el mundo y es una de las pocas ambiciones que no tengo. Tampoco pretendo ser un visionario, porque los visionario­s se matan, o los leen después de la muerte. ¡Es fantástica toda la vida que hay después de la muerte!

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