Salir del closet en los papeles
El ambiente literario y el mundo gay de Chile, de atracciones irresistibles y muertes tempranas, retratados con suave sadismo pop.
Otros, ellos, antes, podían morir de amor: una belleza terrible había nacido. En un litoral mayor de la fábula occidental, desde Muerte en Venecia hasta El desconocido del lago, el orden de las familias perdía su imperio sobre varones desubicados por el viaje, la fiesta, el duelo, la cárcel, el desnudo o la guerra. Limaduras de hierro liberadas por accidente en el laboratorio, imantadas por otro varón. Los milagros no se recuperan, ni se comparten: venían la peste, la muerte, un final anunciado de crónica triste.
Superado el medio siglo de fortuna vital, y también literaria, el chileno Alberto Fuguet contribuye con la novela Sudor a una serie antagónica de narraciones: levantado el freno inhibitorio, ¿por qué morir, si el impulso es matar certeros, y resucitar mejores? La bestia debe morir: el bello joven extranjero se va como quien se desangra, el héroe se vuelve también único narrador de la historia.
Antes, quien miraba la belleza con los ojos bien abiertos, como un espíritu sin prevenciones, sólo hallaba su morada en la muerte; hoy es el bello el condenado, por ejercer esa atracción devastadora, sí, pero no irresistible, y redituable. Un suave sadismo pop y pesimista ha sustituido al masoquismo de antes, kitsch pero optimista. Como a Electra, el luto le sienta bien al narrador y protagonista de Sudor.
Editor (de Alfaguara, después de Random House), la muerte en Santiago del amante colombiano que acaba de enamorarlo durante una Feria del Libro resulta un nítido upgrade. Muerto el milenio