ALBERTO FUGUET
SANTIAGO DE CHILE, 1964 ESCRITOR
En cuento, publicó Sobredosis, Pruebas de aptitud y Juntos y solos. En novela, Mala Onda, Tinta roja, Las películas de mi vida, Aeropuertos y No ficción. También editó libros de crónicas –Cinépata y Tránsitos– y antologías como McOndo y Cuentos con walkman. Dirigió la edición de Mi cuerpo es una celda: una autobiografía de Andrés Caicedo y más de diez películas. En él, Roberto Bolaño detectaba “una especie de fragilidad”. sub-25, ahora él es un autor. Escribe Sudor, obra de no-ficción, donde decide narrar –locura sin sueño, sueño sin olvido– la historia de esos días, una eternidad gastada por el uso. Con este su amante instantáneo había sido, hasta ahora, más pasivo que activo: son sus palabras. Las cien primeras páginas de Sudor son la decisión de contar esa historia final; el resto del libro, lo que va de un lunes hasta un jueves, jornadas laborables.
Un mito sobre Fuguet decía que había sido expulsado del taller de José Donoso porque no había leído a Dostoievski. El Peter Pan sigue fingiendo que ignora al ruso, y Donoso es un personaje de esta novela en clave con muchas claves, que por cierto se adelanta a declarar que no es un “román a clef” (sic; las referencias literarias de Fuguet son de un americanismo de estricta observancia).
Comala, Macondo, Tirinea, Santa María, Colastiné y otros condados de Yoknapatawpha del trópico de Capricornio tenían en común su difusa pero espesa homofobia.
Antólogo de chatarra en McOndo, de cuenteros vírgenes suicidas (el colombiano Andrés Caicedo), de drogones bi muertos antes de su hora (el uruguayo Gustavo Escanlar), el último joven chileno Alberto Fuguet (1964), ya bien entrado el último medio siglo de su existencia, puede ahora declarar en las arenas del Mapocho natal que es gay “acaso desde siempre”. El creativo que en Mala Onda dibujó a un Holden Caulfied santiaguino en tiempos del primer referendo pinochetista, publicó en Sudor la novela de su coming-out pleno, todos los miembros fuera del closet.
El narrador promovido a escritor sigue siendo editor, no de sí mismo, pero de la obra póstuma del amante colombiano, hijo de polimorfo novelista del Boom. Pero “sin mito... esos poemas no se leen tan bien”. Se sabe, sólo la muerte está a la altura del mito.