Libertad con cara de hereje
Se publica por primera vez en castellano una de las novelas tempranas de John Berger, candidato crónico al Premio Nobel.
Las novelas de John Berger son composiciones trabajadas siempre sobre un mismo tema, el que fascina a este gran escritor inglés: la vida en el siglo XX en ámbitos tanto rurales (por ejemplo en Un hombre afortunado) como urbanos (esta novela), siempre con una crueldad respetuosa, capaz de retratar mezquindades, egoísmos y bondad.
Aquí, el narrador sigue a distintos personajes (Corker, sobre todo, pero también su empleado Alec, su hermana Irene y personas que acuden a la agencia del protagonista a buscar trabajo) y muestra los pensamientos por un lado, y los actos y palabras por otro, para marcar la grieta entre aquellos y estos. Berger describe un mundo patético, diminuto, de personajes arrastrados por fuerzas históricas y sociales. El título es muy irónico, porque “la libertad” de Corker no es tal cosa, no puede serlo dadas las condiciones.
La disposición y la estructura de los capítulos es magistral. El primero cuenta las diversas entrevistas entre Corker y los clientes que llegan a buscar trabajo a su agencia. Nuevamente, la diferencia entre lo que piensan y sienten Corker y Alec, y lo que hacen y dicen, se retrata con sumo cuidado. Se traza una mirada panorámica a las clases sociales de Londres (al fin y al cabo Berger se define como un marxista) y la muestra entera, en su diversidad y sus pobrezas. A continuación se describe la mudanza de Corker, el comienzo de su “libertad”. Aquí el centro es el cuerpo, el esfuerzo de Alec y Corker para trasladar muebles y la sensación de estar empezando de nuevo. El tercer capítulo cuenta una conferencia de Corker sobre Viena. Se describen las diapositivas, lo que dice y lo que querría decir, además de la reacción de los que vinieron a verlo: Alec, su novia, su hermana y algunos clientes. Los juegos estructurales de Berger acompañan una descripción dolorosa de las vidas de personas comunes, de distinto nivel social, atenazadas por el aburrimiento, el miedo y la rutina. Una conclusión sería que la vida, como bien piensa Corker, el más lúcido de todos, “no puede ser así”.
Berger ofrece salidas que sus personajes no ven: la relación directa y sincera entre humanos que Corker no consigue con Alec. Y el orgullo. En su conferencia, se atreve a decir que el orgullo no es pecado, que es “lo que ustedes han abandonado… es su derecho a decir ¡Yo importo! ¡Yo importo!”…, y termina diciendo que sentir orgullo es un momento “que le llega hasta a un gusano”. Los personajes queribles y chiquitos de la novela ven esta solución a medias, nunca la alcanzan y, por eso, los últimos capítulos, menos estructurados, son una mirada irónica a la no libertad que consiguen, tal vez la única que pueden conseguir dada su situación y su ceguera, dada la grieta entre lo que quieren y lo que se atreven a decir y buscar.