Revista Ñ

Libertad con cara de hereje

Se publica por primera vez en castellano una de las novelas tempranas de John Berger, candidato crónico al Premio Nobel.

- MARGARA AVERBACH

Las novelas de John Berger son composicio­nes trabajadas siempre sobre un mismo tema, el que fascina a este gran escritor inglés: la vida en el siglo XX en ámbitos tanto rurales (por ejemplo en Un hombre afortunado) como urbanos (esta novela), siempre con una crueldad respetuosa, capaz de retratar mezquindad­es, egoísmos y bondad.

Aquí, el narrador sigue a distintos personajes (Corker, sobre todo, pero también su empleado Alec, su hermana Irene y personas que acuden a la agencia del protagonis­ta a buscar trabajo) y muestra los pensamient­os por un lado, y los actos y palabras por otro, para marcar la grieta entre aquellos y estos. Berger describe un mundo patético, diminuto, de personajes arrastrado­s por fuerzas históricas y sociales. El título es muy irónico, porque “la libertad” de Corker no es tal cosa, no puede serlo dadas las condicione­s.

La disposició­n y la estructura de los capítulos es magistral. El primero cuenta las diversas entrevista­s entre Corker y los clientes que llegan a buscar trabajo a su agencia. Nuevamente, la diferencia entre lo que piensan y sienten Corker y Alec, y lo que hacen y dicen, se retrata con sumo cuidado. Se traza una mirada panorámica a las clases sociales de Londres (al fin y al cabo Berger se define como un marxista) y la muestra entera, en su diversidad y sus pobrezas. A continuaci­ón se describe la mudanza de Corker, el comienzo de su “libertad”. Aquí el centro es el cuerpo, el esfuerzo de Alec y Corker para trasladar muebles y la sensación de estar empezando de nuevo. El tercer capítulo cuenta una conferenci­a de Corker sobre Viena. Se describen las diapositiv­as, lo que dice y lo que querría decir, además de la reacción de los que vinieron a verlo: Alec, su novia, su hermana y algunos clientes. Los juegos estructura­les de Berger acompañan una descripció­n dolorosa de las vidas de personas comunes, de distinto nivel social, atenazadas por el aburrimien­to, el miedo y la rutina. Una conclusión sería que la vida, como bien piensa Corker, el más lúcido de todos, “no puede ser así”.

Berger ofrece salidas que sus personajes no ven: la relación directa y sincera entre humanos que Corker no consigue con Alec. Y el orgullo. En su conferenci­a, se atreve a decir que el orgullo no es pecado, que es “lo que ustedes han abandonado… es su derecho a decir ¡Yo importo! ¡Yo importo!”…, y termina diciendo que sentir orgullo es un momento “que le llega hasta a un gusano”. Los personajes queribles y chiquitos de la novela ven esta solución a medias, nunca la alcanzan y, por eso, los últimos capítulos, menos estructura­dos, son una mirada irónica a la no libertad que consiguen, tal vez la única que pueden conseguir dada su situación y su ceguera, dada la grieta entre lo que quieren y lo que se atreven a decir y buscar.

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John Berger Trad.: M. Mayer Interzona 288 págs. $ 325

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