Una extraña conexión con otra realidad
Claudio Larrea retrata una Buenos Aires que recuerda a Berlín de 1920.
Cuánto hay que confiar en lo que vemos? ¿En qué medida es posible confiar en las imágenes? En el caso de las fotografías – especialmente en aquellas relacionadas con ciertos géneros fotográficos, ubicados a medio camino entre el registro y la ficción–, esperar de las imágenes fotográficas una verdad o una respuesta es inútil. Simplemente hay que creer (a ciegas y por un rato, esperando que el encanto se produzca) en lo que se nos presenta, en su guión. Ocurre lo mismo cuando uno lee un cuento de hadas: se debe seguir la línea temática, meterse de lleno en ella. Y luego ratificar (o no) si el affaire con las imágenes, con las obras, es total y recíproco.
Pero ante las fotografías vale el doble régimen: el de su estatuto como un dejo de documento y a la vez el de constituir una zona incompleta, librada al azar, a la imaginación, la información, el conocimiento y la percepción. Es el caso de la exposición República de Waires de Claudio Larrea, en la galería Leku (relativamente nueva, dedicada exclusivamente a la fotografía). República… se nos ofrece con una intención y un tema claramente definidos por su autor, quien alude a la historia de la República de Weimar pero especialmente a los paisajes en los que ella dejó rastro, así como a Buenos Aires (Buenos “Waires”). Por eso también, al estar esto tan exactamente delimitado, parte de la riqueza al contemplarlas radica en escaparse de ello y recaer en las zonas menos evidentes, menos definidas: en las sombras, los pliegues, las formas que se fugan de las intenciones del artista en estas fotografías. Y esto es, en definitiva, lo bueno del arte: la capacidad de generar lecturas y aproximaciones múltiples. Por eso al recorrer la exposición de Larrea es bueno tener en mente los dejos de Weimar en los paisajes europeos y la analogía y comparación que el artista establece con los espacios urbanos porteños y cierta emotividad que los sobrevuela. Pero también es placentero dejarse llevar por algunos detalles que obran como disparadores, y descubrirse uno mismo mirando mucho más allá de Weimar, de Waires, de la República y de esta serie, a través de un acto en que observar no es solamente ver sino que comprende el contemplar, considerar, atender e imaginar.
El proyecto de Larrea en Leku establece una analogía entre cierto clima de época correspondiente al período político de la historia alemana transcurrido entre 1918 y 1933 (un período inestable, que fue preparando la subida de Hitler al poder) y la Argentina: pero la vista de una Argentina decadente, comenta el autor, con cierto espíritu entre melancólico y pagano. “Cuando vivía en Europa viajé bastante por el área central del continente, por Budapest, Berlín y Praga”, comenta Larrea. “Me recordó mucho a Buenos Aires, a sus edificios bellos, sus contrastes. Por eso siento la ciudad porteña como a una especie de ‘Europa del Este del Sur’: sus habitantes viven sumidos en una eterna melancolía. Siento que extrañan aquello que no pudo ser”.
Las fotografías de Larrea se presentan organizadas en núcleos: República; Hogares de Waires; Nocturno; Crisis; Ciudadanos y Soledad. La primera foto es la de una bandera negra (“Bandera-sombra”, en realidad la sombra de una bandera), un emblema nocturno, pesado, lúgubre. Velado y modesto a la vez. Y en realidad muchas de las fotos mantendrán la misma clave: monocromas de gran contraste, callejeras, presentando situaciones de una o dos personas. O bien la perspectiva de un paisaje. Prestan atención a los detalles: los señalan a través de un destello, reflejo, un contorno, silueta o luz.
“Apátrida” es ese montón de restos concentrados verticalmente en grupos de bolsas de consorcio que un hombre transporta sobre la espalda. Los despojos to-