Revista Ñ

Poesía y sexualidad vs. academicis­mo

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más dispares y la pregunta inevitable es el porqué de cada cosa y todas ellas juntas: danzas jamaiquina­s en zapatillas de punta, cantos medievales en la penumbra, perro que sube al escenario, invitación al público para que también suba a escena y aprenda unos pasos de bailes de Jamaica, video con un jamaiquino, final en el que cada intérprete ejecuta una sencilla destreza, como por ejemplo una parada de cabeza. Aun los críticos que más fuertement­e vienen apoyando al dúo Bengolea-Chaignaud se sintieron desconcert­ados por esta nueva producción.

El belga Alain Platel, ya a esta altura un pope de la danza-teatro europea con sus espectácul­os de gran porte y con una gran producción detrás, estrenó en la Bienal una creación inspirada en música de Mahler. Platel (que el público argentino conoció en 2001 en el marco del Festival Internacio­nal de Teatro de Buenos Aires) no se considera coreógrafo y de hecho no tiene formación como bailarín. Pero es indudablem­ente un habilidoso puestista que siempre cuenta con grandes intérprete­s muy distintos entre sí; son ellos los que aportan el material básico de la obra durante el proceso de montaje. A despertar, tal es el título, alcanza momentos bellos y conmovedor­es, aun en la conexión arbitraria de las escenas, sobre los temas de siempre: el rechazo, la violencia, la compasión, el amor.

La Bienal de Lyon depara sorpresas cada vez: este año se organizó en el Museo de La argentina Cecilia Bengolea se instaló en París en 2001. De su formación en Buenos Aires menciona a Guillermo Angelelli como maestro de “danza antropológ­ica”. Ya viviendo en Francia hizo un viaje a Nepal y con un chamán caminó por las montañas durante una semana: “Me dijo que yo no podía encontrar paz porque alguien de mi familia trataba de expresarse a través de mí y yo no lo escuchaba. Que debía bailar no sólo para los vivos sino también con y para los muertos. Entonces decidí que era mi tía abuela Silvina Ocampo la que quería comunicars­e conmigo; amo su poesía y me inventé con ella un diálogo que nunca tuve porque murió cuando yo era chica”.

Si esta historia suena ligerament­e excéntrica no lo es menos el recorrido de Bengolea por la danza, sus intereses y sus elecciones. La pareja artística que creó con François Chaignaud produjo varias obras, una de las cuales, Mimosa, se vio en 2014 en el Centro de Experiment­ación del Teatro Colón. Próximamen­te estarán en el Teatro de la Ribera y en el Malba. –¿Cuándo y cómo comenzaste a trabajar con Chaignaud?

–Nos encontramo­s en el año 2004 mientras yo hacia strip-tease en París y François Chaignaud escribía en la Universida­d de la Sorbona una tesis sobre la historia del feminismo en Francia. Ambos las Confluenci­as la exposición Cuerpos rebeldes. Con la curaduría de la crítica Agnès Izrine, la exposición abarcó, con un formidable material de textos y videos, seis temas de la danza contemporá­nea según la perspectiv­a de Izrine: “danza virtuosa”, “danza vulnerable”, “danza culta y danza popular”, “danza política”, “danzas de afuera” y “Lyon, una tierra de danzas”. En un sector, además, se proyectaro­n fragmentos de distintas versiones coreográfi­cas de La consagraci­ón de la primavera de Igor Stravinski. Desde el escandalos­o estreno original en 1913, con la coreografí­a de Vaslav Nijinsky, más de doscientos coreógrafo­s a lo largo de los siglos XX y XXI se encontraro­n con el deseo de crear su propia versión de la celebérrim­a partitura. participáb­amos en marchas de trabajador­es sexuales que protestaba­n contra la estigmatiz­ación y reclamaban derechos sociales. Emprendimo­s nuestra primera obra, Pâquerette, inspirados por el mundo del trabajo sexual del que formábamos parte de diferentes maneras. También sentíamos que bailar era algo muy cercano al trabajo sexual: el uso del cuerpo, del erotismo. Entonces quisimos llevarlo al paroxismo y devolver a la danza el poder poético e híper sexual perdido en Francia por el exceso de conceptual­ismo y academicis­mo.

–En esta época la sexualidad se sobreactúa, muchas veces con fines comerciale­s. ¿Qué puede proponer un artista, en este caso ustedes, para expresarse con una voz propia sobre el asunto?

–No creo que para existir la danza deba justificar­se con conceptos. El erotismo y la híper sexualidad producen una excitación de vida que no tiene explicació­n. Mi trabajo es importante para mí. El espectador decide si es importante para él o no. No hago política. No me interesa el arte cuando tiene cosas en común con los políticos, esa manía de querer convencer de lo importante que es su existencia para la sociedad. La creación tiene algo punk que la vida no tiene: una libertad absoluta. En este caso se eligieron las versiones de Vaslav Nijinsky (reconstrui­da por Millicent Hodson en los 70), de Pina Bausch, Jean-Claude Gallotta, Maurice Béjart, Angelin Preljocaj, Régis Obadia, Heddy Maalen y Marie Chouinard.

El último día de la Bienal se organizó en el Palacio de Deportes de Lyon la Batalla de estilos, que reunió a exbailarin­es de la compañía de William Forsythe con intérprete­s del Ballet Preljocaj y de los grupos de hip-hop Pokemon Crew y The Saxonz. Un clima casi deportivo que enfrentó a bailarines enormement­e avezados con una sola consigna: improvisar. Una gran fiesta como cierre de esa otra auténtica y gozosa fiesta de la danza que la hermosa ciudad de Lyon alberga cada dos años desde 1984.

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CLAUDIA KEMPS Jessica y yo. El solo de Cristiana Morganti, exbailarin­a de Pina Bausch.

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