Bajo la sombra de la gran maestra
Quien haya visto cualquier obra de Pina Bausch (en vivo o en video) creada entre comienzos de los 90 hasta la muerte de la gran coreógrafa alemana en 2009, recordará a la italiana Cristiana Morganti, su figura maciza, su pelo oscuro y muy rizado y su histrionismo de primera agua. “Creo que soy más actriz que bailarina”, dijo en la conferencia de prensa previa al estreno de Jessica y yo en la bienal. “Aunque finalmente soy bailarina”. Y de eso se trata este espectáculo unipersonal en el que cuenta sus comienzos en la danza, cuando era una niñita en el Conservatorio de Roma con un cuerpo que sus maestros consideraban inadecuado, y luego sigue, inevitablemente, por su camino con Pina. “Es difícil crear a la sombra de un gran maestro”, había dicho también en la conferencia de prensa. Su trabajo coreográfico comenzó después de la muerte de Pina Bausch pero sigue impregnado de ella, incluso desde el más franco y desopilante humor y con una irreverencia que Pina hubiera celebrado.
En una entrevista supuesta con una periodista, Cristiana responde irritada a preguntas que son absolutos clichés: “¿Es cierto que los bailarines de la compañía de Pina Bausch vivían todos juntos?”. “No”. “¿Es cierto que Pina los obligaba a compartir las comidas?”. “No”. “¿Es cier- to que a las mujeres les pedía que no se depilaran las piernas?”. “No, exactamente lo contrario”. Otro momento encantador es cuando reproduce la manera sofisticada en que Pina le enseñó a fumar en escena “porque en los 90, en todas las obras de la compañía de Wuppertal se fumaba”.
La obra tiene guiños que pueden ser disfrutados en mayor medida por quienes han seguido más de cerca el trabajo de Pina Bausch, y en general por los aficionados a la danza, porque las referencias a estos mundos son muchas y en algunos casos muy sutiles. Pero el espectáculo está concebido con tanta inteligencia, con tanto cariño y con tanto conocimiento del universo escénico que su comunicatividad está asegurada. Cristiana Morganti es generosa en los recursos que utiliza, como el vestido blanco que parece incendiarse en un momento misteriosamente suspendido en el tiempo. Sin embargo, también elige la vía de una relación muy directa y muy llana con los espectadores. Que estos registros puedan convivir armoniosamente, que el humor y una cierta melancolía encuentren sus lugares naturales en la obra sin que uno opaque al otro, son muestras de que Morgante es mucho más que una gran intérprete.