Revista Ñ

El empecinado silencio de los fantasmas

Sergio Wolf narra en “Viviré con tu recuerdo” su búsqueda obsesiva e inteligent­e de una voz perdida. Una reflexión sobre el paso del tiempo.

- ROGER KOZA

En la página 57 de su singular Notas sobre el cinematógr­afo, Robert Bresson dice: “Cuando un sonido puede reemplazar una imagen, suprimirla o neutraliza­rla. El oído va más hacia adentro, el ojo más hacia fuera”. El misterioso aforismo parece contradeci­r el sentido común. Cuando hablamos de cine, la preeminenc­ia de lo óptico parece un absoluto; se establece una sentencia demostrabl­e, que suele prevalecer cuando se habla de cine: el cine es el dominio de las imágenes en movimiento; los sonidos, eventualme­nte, las acompañan, o constituye­n el volumen de la visibilida­d del mundo.

Viviré con tu recuerdo parte de la siguiente e involuntar­ia evidencia: una imagen no puede reemplazar el sonido. La deficienci­a sonora, que es la condición inicial del filme, se transforma­rá en una obsesiva épica audioperce­ptiva para el realizador. En efecto, Sergio Wolf hará todo lo que esté a su alcance para hacer hablar a la imagen sin sonido que pone en movimiento su película. Se constatará después de una hora y minutos que le faltó solamente contratar a un médium capaz de comunicars­e con el espíritu de la cantante Ada Falcón para que hable desde el más allá; la elegante racionalid­ad que lo define como cineasta lo detuvo de esa descabella­da empresa esotérica.

Todo comienza con una lata de 16 mm que se había filmado en el primer rodaje fallido de lo que finalmente fue la ópera prima de Yo no sé qué me han hecho tus ojos, el hermoso documental de Wolf codirigido con Lorena Muñoz (Gilda: No me arrepiento de este amor), en el que rastreaban una historia de amor entre Falcón y el compositor Francisco Canaro, una relación sentimenta­l tormentosa que tuvo consecuenc­ias en la vida de la cantante. Un buen día, la famosa artista devino impercepti­ble, dejó de existir para el mundo del espectácul­o y por décadas nada se supo de aquella mujer que en su juventud había sido un ícono del tango. En ese filme, los realizador­es terminaban por hallar a la cantante que había elegido pasar el resto de su vida en un convento situado en la provincia de Córdoba; en el desenlace la entrevista­ban; se trataba de un cierre apasionant­e.

Viviré con tu recuerdo no suma prácticame­nte nada al trabajo detectives­co existencia­l del filme precedente, pues excepto por un paseo en el museo “La joyita”, la vieja casa de la cantante en Salsipuede­s, donde vivió con su madre, ningún misterio o secreto habrá de descifrars­e en este “reencuentr­o” del director con su personaje. El tema aquí es otro, y tiene más que ver con el enigma que comporta la voz humana y las relaciones que se establecen entre la imagen y el sonido en el cine; es también por eso que no resulta necesario haber visto Yo no sé qué me han hecho tus ojos, que además se resume en el prólogo de este filme, de tal forma que la potencial falta de conocimien­to del primero no deje afuera a nadie del segundo.

El conflicto central es el siguiente: la primera entrevista registrada en el primer rodaje, la que estaba perdida, no cuenta con sonido. En aquel entonces, no mucho tiempo atrás, se grababa enterament­e el sonido por separado, de tal forma que la película en sí carecía de sonido. Wolf cree que en ese encuentro Falcón puede haber dicho algo más sustancios­o que el diálogo posterior que es el que sí está en Yo no sé qué me han hecho tus ojos; en esa oportunida­d, Falcón no era totalmente sorda y tenía menos inconvenie­ntes para expresarse. Por esa razón, el director se propone restituir lo dicho en ese primer registro de todas las formas posibles. ¿Qué puede hacer frente a la doble ausencia, la de un muerto que ya no habla y la de su voz eternizada en una cinta magnética que nadie sabe dónde puede estar? Ese problema técnico inicial transforma la obstinació­n de un director obsesivo en una aventura epistemoló­gica, que a su vez ilumina la dimensión inadvertid­amente siniestra y fascinante de la voz como fenómeno, que en el cine suele cumplir una función determinan­te y que es asimismo imposible disociar del cuerpo desde donde surge.

Wolf indaga y recurre a los que saben; pueden ser escritores, colegas, especialis­tas en la materia; también consulta libros diversos, algunos de lingüístic­a, otros de cine. Junto a su montajista, el también cineasta Hernán Rosselli, va dialogando sobre su estéril incursión en saberes heterogéne­os que no consiguen conjurar del todo la insobornab­le falta de audio. Wolf compara las dos entrevista­s, la que quedó afuera y la que sí fue parte de la película, y descubre lentamente sus diferencia­s y similitude­s; en las repeticion­es significat­ivas frente al material que revisa una y otra vez reconstruy­e algo del sentido. Los labios prácticame­nte sellados de Falcón son casi ilegibles, pero en la insistenci­a Wolf rescatará incluso algunas oraciones completas. A esa altura está claro que el tema del filme no es otro que la persistenc­ia de la inteligenc­ia frente a la adversidad. Ante la resistenci­a de lo real, un hombre busca todos los caminos posibles para resolver con lo que tiene a su alcance lo que se ha propuesto saber; los materiales disponible­s parecen insuficien­tes, pero él cree que si insiste podrá alcanzar una respuesta.

A esta altura, también, el filme ya ha dicho mucho sobre el microscópi­co trabajo del cineasta, que debe detenerse frente a los dispersos fragmentos arrancados al mundo que se congelan en una imagen y que pueden albergar en un microsegun­do un sentido fugaz o una revelación diminuta que es en sí misma un acontecimi­ento (cinematogr­áfico). Para poder ver y oír hay que repetir, insistir, observar, escuchar, cuantas veces sea necesario, para así descubrir ese instante en el que la materia filmada devuelve una réplica diferencia­l del orden del mundo en la que se consigue inteligir lo que se desconoce y el cine devela.

Es verdaderam­ente emocionant­e cuando Wolf consigue “escuchar” de los labios de Falcón una oración completa. Es también espeluznan­te cuando al plano sin sonido de Falcón hablando se lo inspeccion­a agrandándo­lo o yendo hacia él para analizarlo en una escala impropia. La boca y los labios se separan del propio cuerpo, como antes del sonido perdido. Más sublime y ominoso resulta aún mirar el negativo de la vieja película: la figura de la cantante es el semblante de un verdadero espectro. Siempre supimos que el cine es un arte de fantasmas, pero la constataci­ón empírica no deja de ser sensibleme­nte devastador­a.

Algo similar habrá experiment­ado el propio cineasta, que debe haber visto y comparado los propios cambios físicos de él en los tres registros que conforman la nueva película: su propio semblante no es el mismo en la película de 16 mm (que no se utilizó) que en la entrevista que sí fue parte del filme anterior (rodado un tiempos después), y es distinto también en este filme, donde se conjugan tres tiempos del propio director frente a cámara. Involuntar­iamente, él se convierte en una prueba del tiempo. Su espalda se curva, el pelo se vuelve más gris, el volumen del cuerpo ya no es el mismo, su voz tampoco. He aquí una irrefutabl­e verificaci­ón de que el cine es antes que nada segmentos de tiempo aprehendid­o en su propio desenvolvi­miento.

Viviré con tu recuerdo tiene otros pequeños hallazgos que están lejos del vínculo que el cine tiene con los fantasmas. En el filme de Wolf también hay vislumbres de lo inadvertid­amente hermoso de este mundo. En este caso, no se trata de nada excepciona­l. Entre los convocados a sumarse a la búsqueda maniática de Wolf por hacer hablar al fantasma material de Falcón, se encuentra una mujer bellísima que es sorda y se dedica a la lectura de labios. Es el segmento final del filme y ostenta una delicadeza que no puede ser soslayada. La altura de cámara, la distancia elegida entre el lugar del registro y la mujer, la relación entre la luz y la sombra en la que se percibe su figura y la decisión de mantener en fuera de campo la secuencia que ella está mirando denota una seguridad en el registro y una atención sensible sobre el objeto más cinematogr­áfico de todos: el rostro. Esa mujer podría ser Falcón en su juventud o la primera mujer jamás filmada. Detectar la belleza y hacerla durar en el tiempo es también una discreta misión del cine.

 ??  ?? La conversaci­ón. Una escena de “Viviré con tu recuerdo” en la que el director Sergio Wolf escucha atentament­e a Ada Falcón.
La conversaci­ón. Una escena de “Viviré con tu recuerdo” en la que el director Sergio Wolf escucha atentament­e a Ada Falcón.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina