Otra clase de tango
Gustavo Beytelmann vive en París desde 1976. Allí estableció con la música una relación especialísima que podrá apreciarse el lunes en el CCK.
Fui un tipo curioso que me interesé en muchas cosas. De todo eso, trato de hacer uno, sin ser ‘étnicamente puro’. No tendría ningún sentido en el planeta en el que vivimos”, reflexiona Gustavo Beytelmann. Referente del tango y la música argentina en Europa, se exilió en París en 1976, donde vive hasta hoy. Además de una notable carrera como intérprete y compositor, también se dedicó a la docencia. Viaja a Holanda una vez por mes a enseñar en el Conservatorio de Rotterdam, donde dirige el Departamento de Tango, con un enfoque alejado de cualquier aspiración universalista. “No me pienso como un tanguero –dice– sino como un músico que se sirve de una materia que está ligada al tango. No estoy imbuido por ninguna actividad mesiánica de defensa del tango. Toda mi existencia descreí de ese tipo de cosas”.
Después de cinco años de ausencia en los escenarios locales, se presentará el lunes en la sala sinfónica del CCK junto a la Camerata Argentina, creada y dirigida por el violinista Pablo Agri, y con el bandoneonista Horacio Romo y el clarinetista Mariano Rey como solistas invitados. –¿Por qué se demoró tanto tu vuelta? –Me parece que tiene que ver con que los mundos culturales son esencialmente dinámicos. Lo que sirve hoy, no es que no sirva mañana, pero la gente pondrá su interés en otras cosas. Por otro lado, no soy una figura cómoda porque no produzco el tango que la gente espera. A veces lo que hago tiene que ver directamente con el fenómeno tango, y otras está relacionado muy indirectamente. Es difícil catalogarme y la gente prefiere, en general, las cosas más claras, que no exigen mucha explicación.
–¿Qué estuviste haciendo estos últimos años?
–Me dediqué a profundizar las múltiples relaciones que tengo con la música. –¿Cuál fue el impulso que te llevó a esa búsqueda?
–Nunca entendí qué era lo que me movía a ir de un mundo musical a otro: escribir o tocar jazz, interesarme por el folklore o por otras músicas, vibrar con Ligeti. Lo viví relativamente mal porque socialmente no es aceptado, mucho menos en el mundo profesional. Si pertenecés a una familia, no podés pertenecer a otra, a menos que seas un tránsfuga. Y eso quiere decir que sos un traidor. Me llevó trabajo entender que yo estaba condenado –lo digo en un sentido literario– a indagar quién era. Al final terminé aceptando que esa es mi existencia.
–Me imagino que el proceso comenzó cuando te fuiste a París.
–Sí, en esos años. Sentía la resistencia cuando hablaba con cierta gente de un determinado mundo. Decían: “Este practica otra cosa, no es del palo”. Ahí tuve que tomar una decisión, entre la visión socialmente aceptable de Gustavo Beytelmann y la honestidad vinculada con el punto de vista de mi oreja. Pero me costó muchísimo porque lo que me venía de adentro no era lo que más me gustaba. Estos últimos años, más pacífico conmigo mismo, fui desarrollando técnicas parecidas a lo que hacen los topos con la construcción de grandes redes de caminos invisibles. De a poco, todas las músicas que manejo se convirtieron en una música que no representa a nadie más que a mí.
–Y eso puede ser un problema…
–Sí, porque es más difícil relacionarte con el público. Tenés menos cosas en común. No te ven, ni te visualizan. Esto parecería la historia de un mártir de la música, pero no es así. Sí estuve obligado a crear un espacio propio con los elementos que tenía. Y eso es lo que he estado haciendo.
–¿El programa del concierto va a girar alrededor de las diversas creaciones que surgieron de esta coyuntura tan particular?
–Sí, o al menos una parte importante de lo que estuve trabajando estos años. Son creaciones que circulan en Europa y en mi país todavía no se conocen. Es lo que me estimuló a aceptar hacer este concierto. Me pareció justo y me motivó el hecho de venir y mostrarlo en buenas condiciones escénicas. Me dijeron que en el CCK se cumplió el sueño de nuestro antepasado Enrique Villegas. Cuando se enojaba, gritaba: “Al gran pueblo argentino, ¡pianos!”. Parece que esta vuelta es cierto. ¡Hay pianos!
–¿Qué repertorio vas a tocar como solista?
–Una pieza mía que se llama “Ayeres”. Tiene una evolución muy particular, como todas las piezas que se van a escuchar.
–¿Cómo está organizado el concierto?
–Traté de hacerlo lo más variado y menos aburrido posible, con diversas formaciones: cuarteto de cuerdas y bandoneón, piano solo, orquesta (la Camerata Argentina, dirigida por Pablo Agri). Van a participar dos solistas, el bandoneonista Horacio Romo y el clarinetista Mariano Rey, acompañados por la orquesta. También incluí un movimiento de Arrabal de Occidente –el nombre tan evocador es como una autoironía–, una pieza que terminé hace un par de años y se estrenó en Berlín.