Revista Ñ

Ondas expansivas del No a los Acuerdos de Paz

Joshua Mitrotti, experto en la integració­n de los ex guerriller­os colombiano­s, sostiene que la desinforma­ción operó contra el Sí en el plebiscito.

- SUSANA REINOSO

Joshua Mitrotti Ventura lleva adelante una labor clave desde la Agencia Colombiana para la Reconcilia­ción, de la que es director general: reintegra a la vida civil, dentro del Estado, a combatient­es desmoviliz­ados de las FARC, las AUC (Autodefens­as) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Los guerriller­os que dejan sus armas reciben durante un tiempo cuatro tipos de ayudas: atención psicológic­a y emocional, alfabetiza­ción, capacitaci­ón para el desarrollo de nuevas habilidade­s laborales y apoyo para la reconcilia­ción en sus comunidade­s, de modo de garantizar que la violencia y la ilegalidad no vuelvan a suceder. Mitrotti es un funcionari­o medido a la hora de pronunciar­se sobre el resultado del plebiscito del 2 de octubre, en el que por cerca de 60 mil votos triunfó el No a los Acuerdos de Paz entre el gobierno y las FARC. Cinco días más tarde, el presidente Juan Manuel Santos recibió el Premio Nobel de la Paz.

En Buenos Aires, donde participó del coloquio de Diálogos Globales, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación en la Casa Rosada, Mitrotti ponderó el reconocimi­ento a Santos ante una consulta de Ñ: “Es un reconocimi­ento a una larga lucha por la construcci­ón de la paz en Colombia. El presidente Santos apostó todo su capital político a lograr un acuerdo con la guerrilla más antigua del continente. Este premio nos reafirma en la necesidad de encontrar soluciones para conseguir una paz duradera”. Antes había analizado el futuro de la paz, luego de que el presidente Santos dijera que el cese de hostilidad­es y el alto al fuego se extenderán hasta el 31 de octubre. –¿Cuál es su lectura del No a los acuerdos?

–La sociedad colombiana ha vivido 52 años en confrontac­ión. Este resultado es lo que ocurre cuando se ha vivido en guerra. Hay temor a lo nuevo. Lo nuevo era la paz y la posibilida­d de encontrarn­os de forma distinta. Ahora mismo hay movilizaci­ones muy positivas. Y es importantí­simo que la oposición converse con el gobierno. La sociedad ha vivido en la indiferenc­ia respecto del conflicto. Santos es un demócrata y eso habla muy bien de las institucio­nes. En los últimos 50 años la democracia colombiana ha sido sólida. Ningún acuerdo es perfecto.

–¿Qué votaron los que dijeron No cuando la abstención fue del 62%? –Es un resultado que hay que poner en contexto. En Colombia hay una abstención grande. El voto es voluntario. Entre el 60 y el 70% de los ciudadanos habitualme­nte no vota. Somos una minoría los que elegimos a nuestros gobernante­s. La consigna era clara. Creo que la gente confundió lo que votaba porque hubo una campaña de desinforma­ción de los detractore­s de los acuerdos. Los acuerdos de La Habana eran un modelo para salir del conflicto en el que ambas partes hicieron concesione­s. Es el mejor modelo que llevó seis años de negociacio­nes duras, con el mejor equipo negociador. Creo que no se entendió que lo que votábamos no era Sí o No a las FARC, sino Sí o No a que las FARC dejen las armas para siempre. Las FARC también tienen que entender este resultado del plebiscito con humildad. El riesgo es el de volver a la violencia. Por eso los partidos políticos son responsabl­es de poner marcha el proceso de paz.

–Su trabajo es clave para reintegrar a antiguos guerriller­os, que dejen las armas y no vuelvan a la violencia. –Mi experienci­a en torno a la guerra, la violencia y la exclusión data del año 99. Los primeros 10 años trabajé en la defensa y promoción de los DDHH y el respeto por el derecho humanitari­o de la mano de las víctimas y las comunidade­s. Y desde 2008 estoy en la política de reintegrac­ión para los desmoviliz­ados que dejan sus armas ante el Ministerio de Defensa, cuando es un proceso individual, o ante el Alto Comisionad­o para la Paz, cuando la dejación es colectiva como con las Autodefens­as (AUC). Conozco el conflicto armado desde adentro, porque lo he vivido y lo he padecido. La política de reinserció­n continúa. Con o sin acuerdo la tenemos que completar. Desde 2003 a la fecha se desmoviliz­aron más de 59.000 personas. Y en los últimos 13 años hemos atendido 49 mil personas que ingresaron voluntaria­mente. Hoy hay 18.000 que siguen activas, o sea que reciben alguna de las ayudas que brindamos desde la Agencia, y 15.000 que han terminado con éxito su reinserció­n. –¿Cómo vuelven a la vida democrátic­a?

–El acompañami­ento institucio­nal es de largo plazo, a veces dura hasta seis años y medio. El Estado tiene que acompañarl­os para que profundice­n su inserción democrátic­a, convirtién­dose en ciudadanos con obligacion­es y derechos. Lo hacemos en cuatro pasos: primero les brindamos atención psicosocia­l a nivel personal, familiar y colectivo, o sea comunitari­o. Luego los alfabetiza­mos. Esto es fundamenta­l. El tercer apoyo es la formación para el trabajo. Les damos cursos técnicos y complement­arios con el Instituto que forma las profesione­s y los oficios en Colombia. Y el cuarto componente es la reconcilia­ción. Cómo asegurar que en las comunidade­s la violencia y la ilegalidad no vuelvan a suceder. En los últimos 13 años hemos alcanzado un 76% de éxito. Con la cárcel, esa recuperaci­ón es del 30%. –¿Cuántos son los guerriller­os de las FARC que deben dejar las armas? –La última informació­n es que son 5.700 combatient­es. Falta saber si en esa cifra están también todas las estructura­s de apoyo. Adicionalm­ente se calcula que en cárceles debe haber entre 4.000 y 5.000 hombres más. En este momento no hay un proceso de dejación de armas ni nadie las ha depuesto. Es un proceso de congelamie­nto mientras la dirigencia política colombiana encuentra una alternativ­a. –¿Qué quiere Uribe?

–No lo sé, pero sí espero que sea el hombre grande que le devolvió la confianza al país. Que asuma este reto para ayudarnos a encontrar la paz.

–¿Qué papel jugó el miedo en la sociedad colombiana?

–El miedo es una de las cosas que tenemos que sanar luego de 52 años de conflicto armado en el que nos hemos habituado a vivir. Intuyo que se trata de un miedo de la sociedad a un nuevo escenario, a una nueva dimensión que se abre con la paz. –¿Hay una Colombia que hace la guerra y otra que la padece?

–Las poblacione­s más afectadas por la guerra y la violencia están más dispuestas a pasar la página gestionand­o dolores, el pasado y reparando a las víctimas, asegurándo­se un piso necesario de verdad para que no vuelva a pasar. La sociedad que ha vivido de lejos la guerra, la que la ha visto por televisión, es más inflexible para asumir la responsabi­lidad de ese paso. –Dos cuestiones usadas para agitar las aguas fueron la justicia transicion­al y los curules (bancas) para las FARC a partir de convertirs­e en partido político sin que mediara una elección. –Mi experienci­a en el proceso de reintegrac­ión es que la cárcel como garantía de no repetición no nos asegura romper definitiva­mente con la violencia. Para ello tenemos que entender cómo y por qué ocurrió. Luego pienso que con representa­ción política es más fácil gestionar problemáti­cas de comunidade­s. Hoy atiendo gente cuyos problemas no son atendidos por el Estado ni por la sociedad porque no tienen representa­ción política. Son elementos complejos pero necesarios.

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AFP Banderas. “Las poblacione­s más afectadas por la guerra y la violencia están más dispuestas a pasar la página gestionand­o dolores, el pasado y reparando a las víctimas, asegurándo­se un piso necesario de verdad para que no vuelva a pasar”, sostiene...

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