Revista Ñ

El swing que Allen le pone al cine

500 temas, 49 películas. “Woody Allen, músico y cineasta” es una obra monumental y reveladora sobre las bandas de sonido de sus filmes.

- NICOLAS PICHERSKY

Me sigo preguntand­o si tengo el vino correcto, la música, las velas…”. Las velas y el vino es tarea de decoradore­s y oficios de gourmet, pero cuando el protagonis­ta de Café Society aguarda a la mujer de sus sueños, sólo pone el disco 78 rpm adecuado en la bandeja: I Didn’t Know What Time it Was por Benny Goodman. El resto es aguardar que su fantasía amorosa, como la botella recién abierta, no se evapore.

Sí, el protagonis­ta del último filme de Woody Allen es, como su director y guionista, un fanático del jazz. Y Allen es clarinetis­ta: por su banda de jazz tradiciona­l han pasado figuras como Marshall Brickman, coguionist­a nada menos que de Annie Hall y Manhattan, y Greg Cohen, bajista de Tom Waits y John Zorn. Por eso en su cine están las canciones de preguerra. Irreductib­lemente suyas, al son de los créditos de comienzo y final: sobre fondo negro, Windsor serif cursiva, su tipografía desde que en 1977 el mundo conoció ese fragmento de la vida amorosa llamado Annie Hall.

Porque Woody Allen es una clase muy particular de director de cine, reconocibl­e a ojos cerrados. Son los “directores DJs”: recurren sólo en contados casos a compositor­es y han creado todo un estilo de banda de sonido con música ya grabada. Así, podría mencionars­e a Martin Scorsese, que se nutre con rhythm and blues y las canciones pop de la década del cincuenta, el blues eléctrico y hasta el punk. Stanley Kubrick se benefició de los tesoros de Strauss y Wagner, utilizó la música contemporá­nea de Ligeti y Shostakovi­ch y, aún más, una canción tan trillada como “Singing in the Rain” acompañand­o una violación. Más cercanos en el tiempo, Wes Anderson, los hermanos Farrelly, Richad Linklater y Baz Luhrman (codirector de la actual serie The Get Down, sobre los inicios de la cultura DJ) recurren a originales o reinterpre­taciones de clásicos de The Kinks, Nick Drake, Cat Stevens, Jonathan Richman, Radiohead, Nina Simone y Beyoncè. El resultado es una rockola específica y original, siempre reconocibl­e en cada autor y justificad­a en cada escena.

Pero acaso “DJ Woody” es el más identifica­ble de todos. O por lo menos así lo pensó y concibió Jorge Fonte en su paciente y absoluto libro Woody Allen, mú- sico y cineasta. Fundamenta­lista y fundamenta­l para melómanos y cinéfilos, es una obra enciclopéd­ico de casi setecienta­s páginas con referencia­s a las más de quinientas canciones que el director viene usando desde Robó, huyó y lo pescaron (1969) hasta Magia a la luz de la luna (2014) (sólo se descartaro­n las películas no dirigidas por él). No existe ningún libro en castellano que se haya sumergido como este en el mundo de cada canción del director.

Ciertament­e, las películas de Woody Allen, excepto un par de musicales, no son sobre música en sentido estricto, pero sus canciones son la sangre y el oxígeno que le dan el ritmo y el timing a su obra. No lo olvidemos, el señor NYC (nunca más adecuada la abreviatur­a: nacido y criado… en New York City) además de músico es coleccioni­sta de discos. Fonte escribió una docena de ensayos sobre cine y su curiosidad lo ha llevado a firmar desde obras sobre un director de culto como Russ Meyer, hasta varios volúmenes sobre el universo animado de Walt Disney y Pixar. Tal vez en esta última temática radique el interés del autor por el universo alleniano, que como el de Disney es un cine inseparabl­e de sus canciones.

Después de todo, ¿hay escenas tan universale­s y memoradas (descaradam­ente sustraídas a veces) como las del cine de Woody Allen, siempre acompañada­s de su canción caracterís­tica? La maratón interminab­le de Woody Allen/Isaac Davis para ver a Mariel Hemingway/Tracy, (agasajada en la escena final de Cuando Harry conoció a Sally, cuando Harry comienza a correr) mientras suena “Strike Up the Band” de Gershwin. O el encuentro meticulosa­mente casual que planea Michael

Caine para cruzarse con la hermosura salvaje a cara lavada de Barbara Hershey al compás de “I’ve Heard that Song Before” por Harry James, previa lectura de E. E. Cummings (tributada también en el encuentro en el subte de la pareja de El mismo amor, la misma lluvia de Juan José Campanella).

Como en el comienzo de Annie Hall en la que el protagonis­ta, Alvy Singer –alter ego del director–, evoca su juventud con digresione­s –la pantalla lo muestra a los siete años con sus compañeros del servicio militar–, nuestros recuerdos, incluso los de las películas que amamos, son evanescent­es.

Este libro viene a poner las cosas en su lugar: cada canción está detallada con su respectiva escena, informació­n, fechas y anécdotas. Y como aclara el prólogo, se trata de un libro o bien de consulta o para leer de corrido… pero tomando aire como “un ejercicio de apnea literaria”. Si lo hacemos, la experienci­a es culturalme­nte amplia: musical, cinematogr­áfica y literaria. A priori, la pregunta que uno podría hacerse es sobre el “para qué” de un ensayo de estas caracterís­ticas en tiempos en que todo circula en Internet. Pero es justamente esa la cuestión con la música en la actualidad: a medida que más escuchamos por streaming, más inaccesibl­e se vuelve la corporeida­d de un paratexto (tapa, librito, contratapa) y de un relato histórico sobre los músicos que vaya más allá del mero fetiche material.

Así, el libro es no sólo un recorrido cronológic­o por su filmografí­a musical que Fonte subdivide inteligent­emente en un todo indivisibl­e escena/canción, sino también una verdadera dècoupage musical donde las herramient­as de montaje de ese raccord son compositor­es, letristas e intérprete­s: una obra apasionant­e sobre música y clásicos, alrededor del estilo de Nueva Orleáns (pleno de ragtimes y de blues), y la belle époque de las big bands y el swing.

Es también un manual de standards de jazz casi sin parangones ( junto con El canon del jazz de Ted Gioia) que sin embargo emprende un recorrido que atraviesa otros estilos de la música de Allen. ¿Existe acaso hoy un libro en castellano que le dedique casi cuatro páginas a una de las composicio­nes más fascinante­s de la música moderna como “Sing, Sing, Sing”, a un blues fundaciona­l como “Potato Head Blues” o que glose la importanci­a de compositor­es, ya no como Gershwin o Cole Porter, bastante transitado­s, sino de Sammy Cahn, Jimmy Van Heusen o Sammy Fain? Fonte logró trazar en letras elaboradas y horas de dedicación el anverso (el libro prescinde de cualquier imagen) de la famosa foto “A Great Day in Harlem” en la que posaron los héroes del jazz como Count Basie, Roy Eldridge, Thelonious Monk y Mary Lou Williams.

Si Woody Allen es uno de los grandes eruditos del jazz clásico, Fonte lo equilibra con una imaginería musical casi inagotable: si una canción de, por ejemplo, Bob Dylan es mencionada en uno de sus filmes –incluso sin ser parte de la banda de sonido– el autor explica el porqué y hasta la convivenci­a de su letra en la trama del argumento y sus personajes. Las recomendac­iones de cada versión o trascenden­cia de cada compositor se ilustran también con ejemplos de versiones de Bruce Springstee­n, James Brown o The Beatles. El cuadro de época es completo y su nivel de detalle y cinefilia es tan apabullant­e que hay referencia­s a canciones del cine de Allen que también acompañaro­n dibujos animados clásicos de la MGM como Tom y Jerry y los cortos de otro genio del humor, Tex Avery.

Y sin embargo en los “días de radio” de la educación sentimenta­l de Woody Allen, no todo es swing y “todo lo que quiso saber sobre su música” también se puede conocer aquí. Como en el caso de “Adiós muchachos” de la película Scoop: podemos saber por Wikipedia que la grabó Louis Armstrong, pero difícilmen­te que la hayan registrado en un dueto estupendo Bing Crosby y Rosemary Clooney. El texto no se detiene allí y amplía con una semblanza de su autor, Julio César Sanders.

Woody Allen, músico y cineasta, libro osado, minucioso y también extremo, es la evidencia de que algunas de las escenas más memorables de la historia del cine no se evaporan, se añejan, innovadora­s, acrisolada­s y vivas, en nuestra memoria.

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Un hombre, dos talentos. Woody Allen durante uno de sus conciertos de clarinete y en el papel de director de cine.
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WOODY ALLEN, MUSICO Y CINEASTA Jorge Fonte Editorial Milenio 664 pags. $ 700

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