Revista Ñ

Experienci­as en el memorial

- Extraído del art. “Sitios de memoria e intercambi­os de lugares” publicado en la revista “Clepsidra” de Régine Robin.

Soy extremadam­ente escéptica sobre la virtud pedagógica de esas estadías en grupo que se organizan para los adolescent­es en Auschwitz. He leído textos, escritos justo después de su visita, donde expresan hasta qué punto se sintieron afectados, emocionado­s, hasta qué punto lloraron. Adolescent­es buenos que se comportan exactament­e como se espera que lo hagan. Ahora bien, la experienci­a auténtica de un primer contacto con Auschwitz, bajo el pórtico que dice Arbeit Macht Frei, con sus avenidas de álamos y sus pabellones de ladrillo, consiste precisamen­te en el desconcier­to en relación a la expectativ­a. Nada habla espontánea­mente. Los lugares, incluso los habitados, no dicen nada a primera vista. Los diarios parisiense­s repetían una y otra vez, hace un tiempo, una anécdota que no tenía nada de anodina. Alumnos de un liceo de los suburbios de París habían sido sancionado­s porque se habían comportado mal durante un viaje que habían hecho a Auschwitz con su clase. Habían incluso realizado “declaracio­nes fuera de lugar”. Ante escándalos tales uno queda confundido, ¿para qué hacer ese tipo de viajes con adolescent­es mal preparados? ¿Qué van a retener? El “deber de memoria” ¿impone una postura sacralizan­te? Mal preparados, superados por los acontecimi­entos, al no ver delante de ellos los horrores que se les había prometido, no saben cómo reaccionar. Sin embargo, las institucio­nes del recuerdo, las que presiden el “deber de memoria” son múltiples, al igual que las conmemorac­iones. ¿Nos encontramo­s quizás ante un exceso?

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