Experiencias en el memorial
Soy extremadamente escéptica sobre la virtud pedagógica de esas estadías en grupo que se organizan para los adolescentes en Auschwitz. He leído textos, escritos justo después de su visita, donde expresan hasta qué punto se sintieron afectados, emocionados, hasta qué punto lloraron. Adolescentes buenos que se comportan exactamente como se espera que lo hagan. Ahora bien, la experiencia auténtica de un primer contacto con Auschwitz, bajo el pórtico que dice Arbeit Macht Frei, con sus avenidas de álamos y sus pabellones de ladrillo, consiste precisamente en el desconcierto en relación a la expectativa. Nada habla espontáneamente. Los lugares, incluso los habitados, no dicen nada a primera vista. Los diarios parisienses repetían una y otra vez, hace un tiempo, una anécdota que no tenía nada de anodina. Alumnos de un liceo de los suburbios de París habían sido sancionados porque se habían comportado mal durante un viaje que habían hecho a Auschwitz con su clase. Habían incluso realizado “declaraciones fuera de lugar”. Ante escándalos tales uno queda confundido, ¿para qué hacer ese tipo de viajes con adolescentes mal preparados? ¿Qué van a retener? El “deber de memoria” ¿impone una postura sacralizante? Mal preparados, superados por los acontecimientos, al no ver delante de ellos los horrores que se les había prometido, no saben cómo reaccionar. Sin embargo, las instituciones del recuerdo, las que presiden el “deber de memoria” son múltiples, al igual que las conmemoraciones. ¿Nos encontramos quizás ante un exceso?