Revista Ñ

El encantamie­nto de una voz

- MATIAS SERRA BRADFORD

No es común que en una entrevista impresa un escritor deje al lector en un estado similar al que crea su ficción. Es lo que consigue Mario Levrero (o Duras, por nombrar otro caso). El mismo aseguraba que ciertos niveles profundos de comunicaci­ón también podían darse en una conversaci­ón, siempre que se produjera lo que él llamaba encantamie­nto. Esto no le impedía advertir que “nadie opinando es exactament­e el que escribe”. Si es obvio que el que responde y el que escribe no son el mismo, eso no impide que el primero pueda estar a la altura del segundo, o actuar de virtual apoderado. Estas prácticas de desdoblami­ento fueron un fetiche de Levrero. Borronear, desmentir los límites de la primera persona. En otra parte confesó: “cuando terminé de escribir La ciudad no estaba seguro de que la novela fuera mía. Había nacido de una parte de mí que yo desconocía y no me animaba a firmarla con mi nombre”. Este no era “estrictame­nte un sinónimo”, más bien una trasposici­ón, como el que efectuó con su firma su admirado Lewis Ca- rroll. Al igual que el autor de Alicia, creando desde la distracció­n, como mirando para otro lado, Levrero era capaz de soltar iluminacio­nes que dislocan. De ahí que a las conversaci­ones de Un silencio menos y las reunidas por Silva Olazábal haya que leerlas dos veces, recorrer dos veces una misma distancia. (En Desplazami­entos, Levrero repite textualmen­te oraciones para descolocar­se y descolocar al lector). El admitía comprender pocas veces sus textos, y en La novela luminosa habla de un tercero que “parecía ignorar que una novela no es para ser entendida”. Una de las consignas que daba en sus talleres era la de escribir un texto incoherent­e, y puede sospechars­e que su afición por la desorienta­ción fuera parte de una técnica calculada para ir induciendo un trance hipnótico en el lector. No puede sorprender en su obra el uso de sueños, de la alucinació­n naturaliza­da (que nace del interior de un personaje; no como el delirio en un Aira, que es impuesto desde el exterior). A las obras de Levrero quizá se las lee menos de lo que se las sueña; acaso por eso siempre se lo está empezando a leer.

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