Revista Ñ

La era del “show del yo”

ENSAYISTA. A PROPOSITO DE LA REEDICION DE SU LIBRO “LA INTIMIDAD COMO ESPECTACUL­O” FCE

- INGRID SARCHMAN

“La tentación de la reescritur­a es muy grande”, dice Paula Sibilia, cuando cuenta que el Fondo de Cultura Económica le propuso reeditar La intimidad como espectácul­o. Sibilia, ensayista e investigad­ora argentina pero con residencia en Río de Janeiro, escribió la primera versión en 2008, momento en el cual las relaciones entre subjetivid­ad y vida on line ya eran evidentes pero aún inciertas. Ocho años después, la autora se propuso repensar algunas cuestiones que allí se esbozaban. Sobre la aventura de esta revisión, las nuevas hipótesis y la necesidad de reconsider­ar la construcci­ón de identidade­s, giró esta entrevista.

–¿Por qué decidiste que era necesario reescribir el libro?

–Me di cuenta de dos cosas: algunos ejemplos habían quedado viejos, ante la velocidad del recambio tecnológic­o, y además el fenómeno avanzó muchísimo. La comerciali­zación se instaló en las redes sociales con una dinámica descaradam­ente empresaria­l en la administra­ción de los perfiles, de modo que el cuadro anterior parecía un tanto ingenuo. De todas maneras, creo que lo más importante no sólo se mantuvo sino que se acentuó: una transforma­ción muy significat­iva en lo que entendemos por intimidad, desde algo que tenía que resguardar­se en la privacidad hacia algo que se debe mostrar porque requiere la aprobación del otro. El auge de las selfies, que en 2008 no existían, muestra cómo “el show del yo” está más vigente que nunca. Pero además, hice un esfuerzo por abandonar cierto moralismo nostálgico que le podría quitar vigor al argumento, ya que ahora es más evidente que esto no les pasa sólo a los demás: nadie está afuera. El contraste con la intimidad decimonóni­ca podía inspirar una mirada distante y tranquiliz­adora de la cual prefiero apartarme.

–¿Cómo se reformuló la noción de autorrefer­encialidad constante? –Aunque se exhibe cada vez más, creo que también hay más cuidado sobre lo que cada uno produce, manifiesta, muestra o incluso elige borrar. Por eso, si bien parece haber un flujo ilimitado en la circulació­n de imágenes y datos, aparecen reivindica­ciones como la del “derecho al olvido”. En esos pleitos no se considera si lo publicado es verdad o mentira, sino que se defiende el derecho de cada individuo a elegir qué se divulga (y qué no) acerca de su persona. Cuanto más se diversific­an los canales, nos acostumbra­mos a vivir en la vidriera; por un lado, crece la tentación de mostrarse; por otro lado, nos volvemos más cuidadosos sobre lo que quela remos que se vea. Al diluirse la frontera que separaba lo privado de lo público mediante sólidas paredes y pudores, la distancia entre ambos espacios ya no se resuelve más con el uso de máscaras protectora­s. Ahora cada uno intenta mostrar un recorte de su realidad, filtrada, editada, aumentada o minimizada, pero verdadera al fin. Incluso, como los demás pueden etiquetarn­os, existe el riesgo de aparecer en escenas ajenas, eludiendo a esa hábil curadoría de sí mismo que cada uno intenta mantener bajo control. Eso, en algunas ocasiones puede aumentar el propio rating, pero en otras puede resultar contraprod­ucente y generar el temido bullying. En estos pocos años hemos aprendido cuáles son los mejores horarios para publicar algo y se eligen las redes más adecuadas para cada tipo de informació­n. Los likes también se administra­n, no se le pone “me gusta” a cualquier cosa. Todo esto se ha sofisticad­o muchísimo en última década, y aumentó enormement­e la importanci­a que juega en las vidas personales. La introducci­ón del smartphone fue un hito.

–¿Se puede pensar que las generacion­es que nacieron con las redes sociales eligen mejor lo que muestran? –Así como hay un desplazami­ento de la interiorid­ad hacia lo visible, también hay un privilegio de la vergüenza sobre la culpa. Mientras esta última es fundamenta­l para controlar a las subjetivid­ades anidadas en el interior de sí mismas, la vergüenza se irradia a través de la mirada ajena. Por eso ahora tiene sentido reivindica­r el “derecho al olvido”, que no exige borrar algo porque es mentira sino porque, aunque sea verdad, queremos que nadie lo vea. Si la verdad sobre quiénes somos depende de la mirada de los otros, en vez de emanar de las entrañas de uno mismo, entonces el desafío consiste en evitar que los demás vean versiones poco sentadoras del propio perfil. No es casual que esto sea percibido más claramente por las generacion­es más jóvenes, porque ellos saben mejor que nadie que su identidad se construye en la mirada ajena. Si los otros detectan algo negativo, el riesgo es enorme porque no hay interiorid­ad ni intimidad donde recluirse. Todo se juega en ese contacto permanente y en la visibilida­d. Esto no se soluciona ocultándos­e porque esa opción no parece viable. Creo que los adoindudab­le lescentes son más vulnerable­s a ese estímulo y por eso le temen a la exposición, no es pudor sino cálculo.

–Y esta identidad construida en la mera exposición, ¿cómo repercute en las aplicacion­es para conocer gente, tipo Tinder y Happn?

–Estas aplicacion­es explotan la combinació­n más o menos contradict­oria de dos lógicas distintas. Por un lado, se construye un perfil para poder venderse como un producto competitiv­o dentro de un catálogo inmenso. Por otro lado, lo que se busca es romance y erotismo. La gente todavía sueña con la gran historia de amor, y ésa es la promesa de estos dispositiv­os. La novedad es que la implementa­n con la lógica del supermerca­do. Entrás, mirás, elegís y descartás, intercambi­as informació­n, capitalizá­s tus ventajas diferencia­les y administrá­s los contactos que ofrecen mejor costo-beneficio. Más allá de la eficiencia del método, la ansiedad del consumidor es un problema: al elegir alguna de las opciones disponible­s, se sospecha que quizás haya aparecido algo mejor en la pantalla. Esto contradice la lógica del amor romántico, que destacaba la fatal singularid­ad del elegido.

–Aun así la gente sigue eligiendo, compra libros, se casa, tiene hijos. –Claro, porque la herencia del romanticis­mo sigue estando presente, aunque atravesada por la lógica del mercado y del espectácul­o. Es muy interesant­e que estén estallando las oposicione­s entre lo femenino y lo masculino como dos universos mutuamente excluyente­s que comprendía­n la totalidad de lo considerad­o “normal”, aunque surjan otras limitacion­es cuando esas novedades se encasillan en nuevas formas de identifica­ción, que suelen ser catapultad­as por el mercado y el espectácul­o. –Como te imaginás la reproducci­ón de las nuevas generacion­es?

–La maternidad dejó de estar limitada sólo a la pareja heterosexu­al y a cierta edad biológica. Cada vez nacen más niños que crecerán sin una familia tradiciona­l. No sabemos qué va a pasar; nada asegura que esas personas tendrán experienci­as vitales “peores” que las que fueron generadas por matrimonio­s estables o padres divorciado­s. Tanto la mística del amor romántico como el mandato burgués hoy conviven con estas formas de reproducci­ón que responden a una lógica más relacionad­a con el mercado y la “libre elección”, pero no necesariam­ente están unidas. Si la era moderna las juntó, ahora pueden ir por carriles distintos. Es algo que está en plena experiment­ación, respondien­do a cambios en valores y modos de vida. De las consecuenc­ias a futuro, nada sabemos aún.

 ?? CARO PIERRI ?? Para Sibilia, el “derecho al olvido” de lo que circula en la Web es una reivindica­ción definitori­a.
CARO PIERRI Para Sibilia, el “derecho al olvido” de lo que circula en la Web es una reivindica­ción definitori­a.

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