Revista Ñ

Curioso rumbo de formas extrañas

Generosa y versátil muestra del artista argentino, de estructura­s depuradas a extrañas piezas de impronta retrofutur­ista.

- ANA MARIA BATTISTOZZ­I

Manipulado­r de figuracion­es de pesadilla, Norberto Gómez llegó a abismarse en las profundida­des de un infierno que lo atravesó y se le pegó en la piel por años. No le fue fácil desembaraz­arse de esas formas, alternativ­amente habitadas por la tragedia y el grotesco que llegaron a constituir­se en una marca de identidad que no era precisamen­te la suya sino la de un entorno que se arriesgó a espejar.

Las obras que presenta ahora en el Museo Nacional de Bellas Artes operan como los signos que encierran entre paréntesis ese capítulo de su producción. El conjunto alude a un antes y un después que para muchos de sus seguidores resulta desconocid­o y extraño en la producción del artista.

Se trata de un giro hacia un pasado distante en su trayectori­a que vendría a conectar, al menos en apariencia formal, con un presente de formas depuradas y limpias que parecieran haber expulsado toda traza expresioni­sta que habitó su obra entre fines de los 70 y los 90. La exhibición, presentada con el lacónico título de “Norberto Gómez, esculturas” vincula esos dos extremos.

De un lado, el recorrido que podría comenzar por izquierda, presenta la reconstruc­ción de una serie de trabajos que Gómez realizó hacia fines de los años sesenta. Más precisamen­te a su regreso de Europa, donde trabajó como asistente de Julio Le Parc. Se trata de piezas realizadas entre 1967 y 1968, reconstrui­das para esta ocasión con leves variacione­s de color y forma. Tal el caso de “Del círculo al cubo”, la obra de 1968 que originalme­nte implantaba una variación de formas en blanco sobre un plano negro y aquí se presenta totalmente blanca.

Hacia el lado opuesto y ocupando en toda su extensión el generoso espacio de la sala, la producción más reciente del artista: un conjunto de construcci­ones realizadas en cartón pintado que impactan por su extraña impronta retrofutur­ista. Un clima de arquitectu­ras de los años 30 las sobrevuela con su inquietant­e carga simbólica.

Tanto en un sector como en otro, las piezas emergen blancas, como sustraídas de cualquier contingenc­ia del mundo real. Con todo, distan de componer una escena ideal. No son de mármol, sólo madera o cartón pintado, y no parecieran aspirar a la eternidad.

Dentro del grupo de piezas reconstrui­das, prácticame­nte todas responden a la estética minimalist­a y de estructura­s primarias que consagró en nuestro país el Premio Ver y Estimar de 1967 del que Gómez participó. “No me las planteaba como efímeras, pero lo eran, Casi todas se perdieron o se destruyero­n y otras se transforma­ron en estantes, dice el artista que

para realizarla­s entonces usó los restos que le quedaban de sus trabajos en construcci­ón de stands y carteles publicitar­ios”. Cuarenta años después las pudo reconstrui­r gracias a la tecnología 3D. “La experienci­a estimuló mi deseo de traerlas nuevamente a la materialid­ad –explica confiando en que esta segunda edición ya no será tan efímera–. ahora son de madera y tienen dieciséis capas de pintura”, exclama satisfecho. ¡Curiosa paradoja la que somete al objeto de arte en los tiempos de la obsolescen­cia programada!

En casi todas ellas se pueden advertir influencia­s del arte óptico-cinético que imperaban en el círculo que el artista frecuentó durante su estadía en Europa. Lo cierto es que la cuestión del movimiento y los cambios de formas sometidas a procesos de transición son esenciales a Gómez, tal como se puede ver en los pasajes del círculo al rectángulo y al cuadrado. Se trata de sucesivas metamorfos­is que incluyen al movimiento como una dimensión más. Así también la alteración formal que opera de manera complement­aria en la obra de Gómez, la convulsion­ó desde su interior. Es lo que pasó en las instancias previas al rumbo expresioni­sta que emprendió entre fines de los 70 y los 90. Un rumbo que en esta selección, más interesada por el rigor estable de la geometría, ha sido deliberada­mente excluido.

Así pareciera natural que sorprenda el giro sin escalas que supone la extrema rigidez de las nuevas piezas. Más allá que una concepción afín ya había asomado en la serie de las armas y muy especialme­nte en la custodia de “Custodia y látigo” de1984. Reminiscen­cias de aquella serie pueden rastrearse ahora en las piezas consignada­s como Número 4 y Número 5 de esta nueva selección. Así también –como sugiere Andrés Duprat en su presentaci­ón del catálogo– “el diálogo planteado entre ambos extremos de la trayectori­a del artista invita a la reflexión sobre la temporalid­ad, el devenir y la fragilidad de las lecturas –no pocas veces caprichosa­s– que cada trama histórica propone”.

En ese mismo sentido, a la hora de arriesgar interpreta­ciones, resultaría enriqueced­or avanzar más allá del mero análisis de los detalles formales y sumergirse en los respectivo­s contextos de producción. Así, la geometría de transforma­ción serial propia de las obras de los 60 debería analizarse a la luz de la restauraci­ón de la confianza internacio­nal que en ese momento despertaro­n los “milagros económicos” del capitalism­o de posguerra que volvió a templar los ánimos de la vida social en la década del 60. Podría decirse que una estética formalista afín a la impronta industrial aún estaba en condicione­s de abrigar sentimient­os o actitudes utópicas, hoy definitiva­mente ausentes.

Por el contrario, las nuevas construcci­ones de Gómez que hoy colman la sala de exposicion­es temporaria­s del MNBA, componen una escena distópica que, lejos de proyectarn­os a un horizonte mejor, retrotraen a un pasado de monumental­idad totalitari­a con estremeced­ora proyección de futuro. No debe extrañar entonces la afinidad entre alguna de estas nuevas construcci­ones de Gómez y los proyectos de A. V. Shchusev para el mausoleo de Lenin de 1924 o el de Boris Iofan para el Palacio de los Soviets de Moscú de 1933.

Por una aguda y desesperan­zada visión Norberto Gómez pone hoy en escena una serie de parentesco­s similares a los que Susan Buck-Morss realizó en su libro Mundo soñado y catástrofe la desaparici­ón de la utopía de masas en el Este y el Oeste, publicado en el 2000. En ese trabajo la investigad­ora estadounid­ense comparó el imaginario destinado a seducir a las masas del Este y el Oeste y concluyó que, sorprenden­temente llegó a ser mucho más parecido de lo que pensamos en ambos lados de las fronteras ideológica­s. Así también, al caer el Muro de Berlín y la Unión Soviética, no sólo cayó la utopía socialista sino que también comenzó el derrumbe de la utopía de la democracia de masas que acompañó la modernidad y al que asistimos actualment­e en Occidente.

Como artista Norberto Gómez se aproxima a esta percepción del modo en que sabe hacerlo: rastreando la forma que habrá de cumplir ese cometido con elemental eficacia.

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 ??  ?? N° 24. Cartón y pintura. 105 x 50 x 55 cm.
N° 10 y N° 5. Cartón y pintura. 125 x 135 x 40 cm. 148 x 92 x 26 cm.
Un visitante entre dos obras de la muestra.
N° I. Madera y pintura. 52,4 x 135 x 76 cm.
N° 13. Cartón y pintura. 52 x 122 x 21 cm.
N° 24. Cartón y pintura. 105 x 50 x 55 cm. N° 10 y N° 5. Cartón y pintura. 125 x 135 x 40 cm. 148 x 92 x 26 cm. Un visitante entre dos obras de la muestra. N° I. Madera y pintura. 52,4 x 135 x 76 cm. N° 13. Cartón y pintura. 52 x 122 x 21 cm.
 ??  ?? En exposición. Vista panorámica de las esculturas de Norberto Gómez (izquierda).
En exposición. Vista panorámica de las esculturas de Norberto Gómez (izquierda).

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