Revista Ñ

Retrato del artista militante

- RODRIGO ALONSO CRITICO, DOCENTE Y CURADOR INDEPENDIE­NTE

Te quiero Le Parc porque querés a la gente • Esto no es pintura, es relojería • Vengo todos los días al salir de la oficina. Realmente desintoxic­a • Como latinoamer­icano y como habitante del mundo, gracias. No sé qué puede aportar lo tuyo a la lucha de los hombres de Sudamérica, pero me hizo y nos hizo a todos sentir la alegría y la belleza • No tendría que haber venido nunca. Pintaré acomplejad­o. No pintaré más.

Las opiniones del público asistente a la exposición de Julio Le Parc en el Instituto Di Tella de Buenos Aires (1967) ponen en evidencia hasta qué punto sus trabajos poseen un efecto movilizado­r. No ya por la actividad corporal que proponen, sino más bien por el grado en el que generan respuestas de todo tipo, desde las más emotivas hasta las más críticas.

En esos años, Le Parc es un artista consagrado pero su obra no deja de producir cuestionam­ientos. El Gran Premio de Pintura obtenido en la Bienal de Venecia (1966) lo respalda, pero al mismo tiempo, confunde la apreciació­n de su proyecto artístico. Le Parc es un militante en contra de la pintura y del sistema ideológico que la sostiene, y no pierde oportunida­d para manifestar­lo. Sus exposicion­es son el vehículo para difundir este pensamient­o y el laboratori­o en el cual experiment­a las proyeccion­es sociales de un arte que reniega de las tradicione­s y se propone como una actividad liberadora.

Aunque Le Parc fija su residencia en Francia a finales de los cincuenta, jamás pierde el contacto con América Latina. El premio veneciano le permite exponer en gran parte de este territorio y entrar en contacto con los creadores y el público local. Sus viajes lo aproximan también a la compleja situación político-social de la región. Y aquí asume igualmente un rol activo y protagónic­o. Señala, reclama, denuncia, apoya, suma su voz y su prestigio a las causas que condenan las anomalías institucio­nales, la opresión política, la violencia social y las limitacion­es a la libertad de expresión.

En su práctica y pensamient­o, estos dos modos de militancia no entran en contradicc­ión. Así lo sugiere en ¿Guerrilla cultural? cuando se pregunta y responde: “¿El papel del intelectua­l y del artista en la sociedad? Poner en evidencia en el interior de cada medio [el arte y la sociedad] las contradicc­iones existentes. Desarrolla­r una acción a fin de que sea la misma gente quien produzca los cambios”.

En esta última tarea, encuentra un aliado en la construcci­ón de mecanismos que promueven la participac­ión y el desarrollo de una conciencia productiva. Sus obras sientan las bases de muchas de las cualidades de las artes tecnológic­as de hoy, entre otras:

1. Indetermin­ación, inestabili­dad. A diferencia de las obras de componente­s fijos, las cinéticas mutan de manera permanente y arbitraria. Nunca adquieren una forma definitiva. Para Le Parc, esta inestabili­dad alude a la transitori­edad del mundo en el que vivimos.

2. Arte programado. El artista que trabaja con medios técnicos diseña, proyecta, planifica. Sus trabajos no son el resultado de la inspiració­n momentánea, la expresión eventual o el genio. La elaboració­n intelectua­l de la obra precede a su realizació­n material y ésta puede prescindir del artista.

3. El espectador como partícipe activo. Desde la proyección de sus trabajos al espacio, el público forma parte de las obras de Le Parc. Esta actividad es un ensayo de transforma­ción de la realidad en un ambiente controlado que, proyectado en escala, debería repercutir en la vida social.

4. Interactiv­idad. Esta es una de las caracterís­ticas más valoradas de las artes tecnológic­as actuales. Pero mientras las obras contemporá­neas promueven la interacció­n entre el público y el dispositiv­o técnico, Le Parc la entiende como un mecanismo de interrelac­ión entre las personas. La interacció­n se establece en las complicida­des momentánea­s e incluso cuando se contempla la actividad de un participan­te (es decir, en la contemplac­ión activa). 5. La experienci­a irrepetibl­e y en tiempo presente. Debido a la naturaleza mutante de las obras cinéticas y lumínicas, y a que su “forma” se configura en la percepción de los espectador­es, cada uno de éstos se encuentra con una obra diferente, que sólo existe en el tiempo presente de su experienci­a. De ahí que estas piezas nunca envejezcan aunque puedan envejecer sus mecanismos.

Así, aunque las obras de Julio Le Parc poseen aristas lúdicas, el arte nunca ha sido un juego para él. Su vida y trabajo lo muestran como un artista comprometi­do con su tiempo. Sus actitudes y reflexione­s (vitales, estéticas o políticas) apuntan hacia la emancipaci­ón de los seres humanos, la defensa de la igualdad, la libertad y la justicia, la transforma­ción creativa del mundo en el que vivimos. En su concepción militante, la obra cinética es un banco de pruebas para ejercitar estos valores, porque promueve la participac­ión, el agenciamie­nto, la toma de decisiones, la colaboraci­ón, la experiment­ación de realidades alternativ­as.

Si somos capaces de todo esto al interior de una experienci­a estética ¿no dispondrem­os ya de las herramient­as para cambiar el mundo a nuestro alrededor?

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ANDRE MORIN Continuel Mobile – Sphère rouge. “Esfera roja” (2001-2013), instalada en el Pérez Art Museum Miami (PAMM).

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