Dios y Coca Cola atienden en el Zócalo
Dios y Coca Cola están en todas partes. Tanto, que llegaron juntos al corazón del Centro Histórico de la Ciudad de México, mejor conocido como “Zócalo”, para sintetizar el espíritu navideño en un árbol de 42 metros, decorado con moños verdes, estrellas doradas, copos de nieve y gigantescas esferas rojas impresas con un gran “Coca Cola” legible a la distancia. No es la primera vez que la marca hace sus negocios con el gobierno del Distrito Federal, ni la primera vez que organizaciones como Alianza por la Salud Alimentaria y Poder del Consumidor reclaman se retire todo vestigio de la bebida azucarada de la tradicional plaza, especialmente por razones sanitarias: “la emergencia epidemiológica por obesidad y diabetes se explica, entre otras cosas, con la cocacolinización en que se encuentra el país”, ha dicho Alejandro Calvillo, direc- tor de Poder del Consumidor, a quien le toca salir a protestar año tras año, con nulos resultados.
Otras críticas al árbol tienen que ver con la erosión neocolonial de uno de los símbolos mexicanos más poderosos.
Esas borlas de Coca Cola se yerguen cada diciembre en el área que fue parte del Templo Mayor de Tenochtitlan, capital del imperio mexicano. Ese Santa Claus redondo y colorado hecho de latón se contonea frente a joyas arquitectónicas coloniales, como la imponente Catedral Metropolitana y el Palacio Nacional, que alberga algunos de los murales más importantes de Diego Rivera.
Pero los más escépticos dicen que toda esa parafernalia, que incluye no solo al árbol sino también una pista de patinaje sobre hielo, escenarios, pequeños árboles metálicos y puestos de venta es, en realidad, la estrategia gubernamental para desanimar las protestas, las acampadas y los reclamos a los que la ciudadanía es especialmente afecta en diciembre. Los ornamentos no tendrían otro fin que dificultar la concentración de cualquiera que se atreva a mostrar su descontento para despedir el año.