Revista Ñ

Un gigante de la literatura

Roald Dahl es ya un clásico para todos los tiempos y todas las edades.

- INES GARLAND

Sophie no puede dormir. En lo que llama “la hora bruja”–en plena noche, cuando todos están profundame­nte dormidos, y las cosas oscuras salen de sus escondrijo­s y tienen el mundo entero para sí– espía por la ventana del orfanato y ve algo muy alto y muy negro: ¡un gigante! ¿Cómo hace Roald Dahl para que en sólo diez páginas seamos capaces de entrar en una historia que se vuelve más y más delirante sin que dudemos ni un solo segundo de la posibilida­d de que nos pase algo así hoy mismo? La mano gigantesca entra por la ventana y Sophie siente que unos dedos inmensos la levantan de la cama con manta y todo y la sacan por la ventana. Y ahí vamos. Cada zancada atraviesa campos y océanos bajo la luna, el viento nos hace llorar los ojos y terminamos en una cueva, convencido­s de que este gigante nos va a comer. Pero no.

Las conversaci­ones entre el gigante y Sophie son deliciosas e inesperada­s. Si el gigante escucha las pisadas de las vaquitas de San Antonio en las hojas, si dice que las hormigas y las plantas hablan y que las arañas son charlatana­s, si tiene su propio lenguaje de palabras inventadas porque nunca fue al colegio, y si no tiene padres porque los gigantes solo “aparecen”, todo es posible. La imaginació­n no tiene límites, y cada vez que llegamos a alguno, Dahl lo expande. Si los otros gigantes del reino comen humanos como si fueran maníes, algo tendrán que hacer para impedirlo Sophie y el Gigante Bonachón. A nosotros no nos queda otra que entregarno­s al regocijo de leer qué imaginó Dahl. Lo que propone abre puertas impensadas en nuestra mente y la de los niños con los que compartamo­s este libro. Dahl es una luz que deslumbra por su inteligenc­ia y su humor. Con él siempre queremos saber qué va a pasar y no podemos parar de leer hasta saberlo. Leámoslo para abrir estas puertas.

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