Revista Ñ

Manifiesto contra lo superfluo

El escritor rumano habla de dictaduras, libertad, héroes, humor y los libros para sobrevivir en situacione­s de opresión.

- HECTOR PAVON ENVIADO A GUADALAJAR­A

El aplauso es intenso, la multitud que abarca la sala principal de la Feria del Libro de Guadalajar­a se pone de pie para ovacionar al escritor rumano Norman Manea cuando recibe el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2016. Su discurso –pronunciad­o en su lengua natal con traducción en español en pantalla gigante– es autobiográ­fico: hace referencia a su paso por un campo de concentrac­ión ucraniano durante el nazismo, después fue perseguido por el régimen del dictador Ceausescu, partió hacia Berlín hasta recalar en Estados Unidos, donde hoy reside. También habla del camino que lo llevó a la escritura, como medio de salvación en todos los sentidos posibles. “Me sería difícil olvidar el día de 19 de julio de 1945, cuando cumplía la solemne edad de nueve años y recibí como regalo un libro de cuentos del gran cuentista rumano Ion Creanga. Fui hechizado al instante por la lengua de la ficción, tan diferente de la de la calle o de la ruidosa retórica política del momento y desee con desesperac­ión ser aceptado por la familia de hacedores de libros y evasiones librescas”. Y otra vez los aplausos, entre los que se sentían los de Alberto Manguel y Mario Vargas Llosa que integraban el panel de apertura.

Ya en medio del fragor de la Feria, Manea se encuentra en una sala de un hotel gigante donde recrea el clima de que tanto ama: el del diálogo, habla un hombre sufrido, habla un hombre optimista: “Escribir no me conforta del todo, del caos en el que vivimos pero por lo menos, me da algunos momentos de soledad para pensar sobre nuestra vida y sobre la vida de nuestros vecinos y de nuestros amigos”. –Cuando Alberto Manguel lo presentó en la ceremonia de apertura de la Feria señaló que una vez en Berlín, alguien le señaló que usted hablaba de la opresión pero no de los opresores. ¿A qué se refería?

–Lo dije de manera implícita sin señalar quiénes eran los nazis, comunistas o terrorista­s islámicos. Se lo dejé al lector para recordarle o hacerle pensar en cualquier opresor. Yo estaba leyendo allí la historia de un joven judío en un campo de concentrac­ión, y dije que era posible trasladar esa historia a un lugar como Vietnam, a la vivencia de un vietnamita en un campo de concentrac­ión allí, y así con otros casos. Son posibilida­des que da la literatura, de pensar situacione­s que se repiten en distintos escenarios.

–Usted suele referirse al lugar del héroe en varios de sus libros. ¿Quiénes son los héroes hoy?

–Es difícil nombrarlos... Hay quienes se están oponiendo a la vulgarizac­ión, a la comerciali­zación de nuestro tiempo. Este tipo de democracia evolucionó en una sociedad que es mercantil y comprar se ha vuelto la ocupación más importante. Hoy todo es un producto. Nosotros también somos productos y se nos vende, se nos compra. Estos zapatos son un producto, este libro lo es. Lo que importa es cuántos zapatos se vendan, y también cuántos libros se vendan. Y esto de repente vulgariza las diferencia­s entre los productos. Ambos son productos humanos: los zapatos y los libros son elaborados por seres humanos. Sin embargo hay una gran diferencia, porque uno atiende a las necesidade­s físicas de nuestra vida y el otro atiende nuestras necesidad espiritual­es de nuestra vida, y el hecho del que la creativida­d y la espiritual­idad han perdido su

gran lugar, en nuestra vida, es algo que es muy importante. Por ejemplo, el mercado del arte es algo obsceno; los precios son obscenos. No niego la calidad ni el valor de algunos de ellos pero de repente se convirtier­on en un negocio demasiado enorme. Es muy deprimente que no podamos mantener en nuestra vida un lugar especial para aquellos momentos de soledad e introspecc­ión para nosotros mismos, y esto es resultado de esta situación popular y vulgar. Vengo de un sistema totalitari­o, “entré” a la libertad, porque era lo que había soñado pero no sabía que iba a implicar el libre mercado. No tengo nada contra el libre mercado por supuesto, pero no es lo más importante en la vida. Entonces esto es una situación muy difícil la que estamos enfrentand­o y no tengo la respuesta. No soy un hombre de negocios, no soy el señor Trump, tampoco un sacerdote. La diferencia entre un sacerdote y un poeta es esencial. El sacerdote tiene una solución, está distante. El poeta no la tiene, trata de estar con personas que a la vez están tan solos como él.

–¿Pero entonces qué es un libro hoy? –Es el producto de la creativida­d humana, producto comercial, y también el resultado de la empresa humana, no viene del cielo, es inventado por la gente, todo es creado por la gente. No soy elitista, entonces no debo juzgar, porque hay gente que dice que no es la creación humana sino la creación de un poder supremo, no puedo juzgar esto. El espectácul­o diario de nuestras vidas sigue siendo extraordin­ario. Y este pequeño producto sigue siendo extraordin­ario, ¿quién inventó el libro? Es un extraordin­ario producto, tiene páginas que nos dicen muchas cosas de ciencia, literatura, arte, cuentos para niños. ¿Podríamos vivir sin él ahora? Espero no decepciona­r si decimos que si. Espero más bien que tengamos un lugar para la soledad, y para tener un diálogo imaginario, con todos los interlocut­ores que están en un libro.

–Decía Jorge Luis Borges: “como a todos los hombres le tocó vivir malos tiempos .... ”

–Abolutamen­te, claro que sí. Si miramos la historia, esto es una evolución desde el tiempo de los esclavos, la crueldad medieval, la comerciali­zación en los tratos capitalist­a es mejor pero vulgar; es mejor si puedes comprar y vender que a que te ma-

 ?? EFE ?? Premio de la FIL de Guadalajar­a. Allí fue elogiado por Alberto Manguel y Mario Vargas Llosa.
EFE Premio de la FIL de Guadalajar­a. Allí fue elogiado por Alberto Manguel y Mario Vargas Llosa.

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