Brasil, a partir de la antropofagia
La construcción de la Modernidad. Se exhibe en el Malba una exquisita selección de 170 piezas de entre las 3.000 que contiene la Colección Fadel.
Poco importa, a esta altura de la historia, si en efecto ha sido o no el obispo Pedro Sardinhas devorado, a mediados del siglo XVI, por una tribu de aborígenes de lengua tupí en el nordeste brasileño, poco después de que naufragara el barco que lo llevaba de vuelta hacia Lisboa. Irremediablemente han sido los Kaetés –tal el nombre de los acusados– hace tiempo quemados en la santa hoguera de la inquisición católica. Pero más allá de las intrigas y condenas –que son ahora, por otra parte, irreparables– el episodio ha legado algo fundamental a la vanguardia brasileña: un símbolo, una épica, un acto en cuya reivindicación se condensó un gesto emancipatorio de singularidad absoluta: la incorporación física del enemigo para asimilarlo.
Con la antropofagia –cultural y simbólica– como bandera, se despertaba en las primeras décadas del siglo XX la vanguardia plástica, musical y literaria de Brasil. Como bandera y también como norte (“Sólo la antropofagia nos une”, escribió el poeta Oswald de Andrade en su manifiesto). Pasaron los años y los artistas, la pintura dejó lugar al objeto y el objeto a las acciones performáticas, pero algo en el espíritu brasileño siguió intacto: la misma capacidad de asimilación y cambio, de apropiación de todo y copia de nada, persiste en sus artistas y se vuelve evidente cuando uno recorre las salas de Antropofagia y Modernidad en el Malba.
Curada por Victoria Giraudo, la muestra –subtitulada Arte brasileño en la Colección Fadel– se basa en una precisa selección de 170 piezas, de entre las 3.000 que contiene la colección Fadel (uno de los acervos más importantes en lo que a arte brasileño respecta) y es una suerte de fractal de la historia del arte del siglo XX. Desde las vistas de las playas de Copacabana emparentadas, formal y emocionalmente, con el impresionismo y postimpresionismo europeo, hasta las síntesis constructivas de Sergio Camargo, pasando por la pincelada furiosa de Anita Malfatti y las composiciones geométricas de Iván Serpa. Las oleadas migratorias, la reivindicación de los desclasados, el ascenso y descenso de los populismos, la represión de las dictaduras. Todo se concentra y se despliega en esta serie de obras que comienza a fines del siglo XIX y termina en lo que el crítico Mario Pedrosa –referente obligado de la historia y la crítica de arte brasileñas– denominó el arte posmoderno.
“La mirada de este recorte curatorial –escribe Giraudo en el texto que acompaña la muestra– no es panorámica del Brasil completo, sino que se apoya fundamentalmente en el concepto de ‘modernidad’, relativo a la metrópolis con contactos in-