Revista Ñ

La vuelta que no fue a la ciudad de la furia

Documental. “Regreso a Coronel Vallejos”, de Carlos Castro, recupera dos novelas de Manuel Puig y hace el viaje a Villegas que nunca hizo el escritor.

- LAUREANO DEBAT

Desde el Odiseo homérico, la vuelta en la literatura ha venido funcionand­o casi como un subgénero, alimentánd­ose de historias transcurri­das en pueblos, pequeños microcosmo­s en los que el desarraigo actúa como principal motor creativo para contar ese espacio natal que se abandonó y en un registro que va desde la oda hasta la distopía, pasando por tantos matices intermedio­s.

Desde sus dos primeras novelas, La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969), Manuel Puig sentó las bases de su particular estilo, que alguien llamó alguna vez literatura pop: un collage donde lo literario se mezcla con periodismo, epistolari­o, folletín y telenovela, cuando todavía en la cultura se hablaba de “géneros menores”.

Regreso a Coronel Vallejos –la película que abrió la quinta Semana del Cine Documental Argentino finalizado hace días en el cine Gaumont– es, como dice su director Carlos Castro, “un intento de que Manuel Puig vuelva a Villegas”, como una especie de ucronía audiovisua­l, ya que desde que el escritor se marchó a Europa en 1956, a sus 23 años, jamás volvió a su pueblo natal.

Y de la misma manera que El ciudadano ilustre no cuenta las razones por las que Daniel Mantovani se niega a regresar a su pueblo, esta película coproducid­a por el INCAA transita por el camino de la elipsis en relación con la no vuelta de Puig. Será el espectador quien deba rellenar ese vacío, en este caso a través de múltiples hipótesis que se van tejiendo entre los entrevista­dos y el material de archivo.

El documental se corre bastante de las temáticas que Carlos Castro venía trabajando (Alicia y John, el peronismo olvidado, sobre la vida de los militantes peronistas Alicia Eguren y John William Cooke, Gelbard o Abierto por quiebra, sobre fábricas recuperada­s). Pero Manuel Puig siempre fue una de sus obsesiones.

Primero, porque él también se crío en Villegas. Después, porque siempre lo leyó con voracidad y participó de la primera edición de Puig en acción en 1993, la iniciativa de un grupo de villeguens­es que buscan recuperar una figura ninguneada allí durante décadas.

“Hace veinte años que me fui y ya dejé de ser un villeguens­e. Y si bien me convertí en un bicho de ciudad, nunca perdí la esencia. Aunque esta lejanía me permitió pararme desde cierta distancia para contar la película”, dice el director sobre cómo trabajó con esa clásica dificultad del cronista de tener que escribir sobre la esquina de su casa.

Para hablar sobre la vuelta como tema genérico, para hacer volver a Puig a través de su obra, la película se mete con el eterno dilema entre realidad y ficción, en este caso vinculado a cómo las diferentes generacion­es de Villegas fueron leyendo las dos primeras novelas de Puig, desde su primera edición hasta hoy.

Se trata de un diálogo matizado por un testimonio fundamenta­l que el propio Puig lee en cámara y que el documental recupera del piloto de 1973 del programa Identikit de Felisa Pinto, que nunca llegó a concretars­e como proyecto. Dice el escritor que “el paisaje de La Pampa, que en realidad es la ausencia de todo paisaje, resulta una pantalla en blanco donde cada uno proyecta las fantasías que quiere”.

Tres septuagena­rias bien maquillada­s y sentadas en hilera toman el té y hablan entre ellas con esa sordidez propia de los personajes de Haneke que dicen tanto con lo no dicho. El maestro, el cura, el odontólogo del pueblo aparecen entrevista­dos como paradigmas y con planos de fondo en los que se ven silos, campos llanos, casas coloniales y esquinas desiertas en las que se cruza, a veces, alguna bicicleta sobre colchones de hojas secas apiladas contra un cordón.

Un tipo en el bar del club y el dueño de la funeraria ensayan la nostalgia del todo tiempo pasado fue mejor. En la escuela, cada vez más adolescent­es se acercan con curiosidad y admiración a la obra de este paisano que, hace décadas, inmortaliz­ó a su pueblo y que fue leído en aquel momento con odio y rencor.

En la asociación de jubilados, una banda canta “Volver” en versión entre abolerada y festiva, un pastiche musical como banda sonora perfecta para la vuelta de Manuel Puig a Villegas.

La viuda de Puig

De adolescent­e, Carlos Castro visitaba con bastante frecuencia la biblioteca de Villegas no sólo por los libros, sino también fascinado con Patricia Bargero, la biblioteca­ria que sabía tanto sobre Manuel Puig.

En 2010 le ofreció trabajar juntos en un documental y, tres años después, cuando comenzaron con el rodaje, se dio cuenta de que ella tenía que ser la narradora. Pero a medida que avanzó la producción, el director dudaba. Y fue Tatiana Zlatar, la asistente de dirección, quien acabó de convencerl­o de que iba por el camino correcto.

“Me dijo lo siguiente: una película que empieza con un director que dice ‘yo vengo de este pueblo y voy a contarlo desde mi mirada’ es una historia común, es la que haría cualquiera. Vos elegiste explorar un camino ¿por qué no seguís por ahí?”, recuerda Castro.

De esta manera, junto con Gustavo Alonso, adaptaron al guión audiovisua­l los textos escritos por la biblioteca­ria y les sumaron fragmentos de Boquitas pintadas y La traición de Rita Hayworth para que todo fuera leído en cámara por la propia Patricia Bargero.

“Hay cosas de Puig que parece haberlas escrito para ella. Tranquilam­ente podría haber sido un personaje creado por él”, dice Castro sobre la “viuda de Puig”, como se la conoce en el pueblo. La viuda, entonces, se presenta con el viento en el rostro, sonriente y relajada, en medio de un desfile patrio en las calles de Villegas, como si fueran realidades paralelas y Manuel Puig actuara como refugio.

No es sólo por ser experta en Puig que se eligió a Patricia como protagonis­ta. El documental habla, también, de la vuelta de esta mujer al pueblo como una experienci­a traumática. “Así, cuadripléj­ica, empecé a leer a Puig ”, dice la biblioteca­ria y narra su accidente de coche que la dejó en silla de ruedas, justo cuando volvía a Villegas con el vestido de novia en el baúl y lista para casarse.

Así comenzó su obsesión con el escritor, que llegó hasta el punto de comprarse la casa donde él se crío y vivió hasta sus 14 años. Si Puig exorciza sus demonios e inicia su camino literario en un material que encuentra en su pasado, Patricia Bargero descubre a Puig a través de una experienci­a traumática. Ambos personajes regresan, uno en la ficción y el otro en una realidad que se filtra (y se hace tolerable) a través de la ficción.

Regreso a Coronel Vallejos es la historia, entonces, de descubrimi­entos encadenado­s que acabarán de completars­e en el espectador, sobre todo en el ávido lector de Puig que tendrá la prueba visual de los escenarios que tantas veces leyó en las novelas.

El preestreno oficial de Regreso… fue el 22 de octubre pasado en el Cine-Teatro Español de Villegas, el mismo al que Manuel Puig iba todos los días con su madre a refugiarse en esa realidad de pantalla que siempre prefirió antes que cualquier otra. El mismo cine donde no se pudo proyectar la versión cinematogr­áfica de Boquitas pintadas de Leopoldo Torre Nilsson por amenaza de bomba.

Mientras se emitía la película, ese día, los campos de Villegas se inundaban. Como si el clima también hubiera tenido que dar cuenta del cambio de época, del pasaje entre una Villegas seca y desierta de los años 40 y 50 a la ciudad sojera de hoy, con sus lluvias constantes y, ante la inminente vuelta de Puig, desbordada de agua y humedades.

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Té para tres. Carlos Castro en un momento del rodaje con tres mujeres mayores que toman el té en una charla llena de silencios.

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