“Street Art”, de la calle a la galería
Crecieron del graffiti clandestino al reconocimiento global: los muralistas argentinos pintan en ciudades de todo el mundo. En este informe, historia, testimonios y análisis de un movimiento con talento y acento propios.
Nunca se sabe qué viene primero, si la pulsión creativa interior o la elección del emplazamiento exterior. En realidad, en los artistas urbanos suele darse una dialéctica entre ambos momentos, una retroalimentación que funda su necesidad de abandonar el encierro y salir a la calle a buscar grandes formatos.
El Street Art es una de esas disciplinas en las que más y mejor se desdibujan los límites entre las artes. Donde resulta muy difícil diseccionar cuándo comienza la pintura, sigue la instalación, continúa la escritura y acaba la performance. Nace y se alimenta de una permanente voracidad por acaparar géneros y formatos. Por eso, los principales artistas urbanos de Buenos Aires llegan de lugares muy diferentes y encuentran en el mural público, ese espacio de experiencia colectiva, un escenario fértil para expresarse.
Además de pintar, Leandro Frizzera trabajó en diseño gráfico, escultura y escenografía. Concibe su vínculo con el Street Art más como “un desenlace orgánico que como una decisión”, después de pintar bocetos en pequeños formatos que fue adaptando a muros y estructuras urbanas. “El mural me aporta un espacio de expresión gigante y de exposición pública masiva”, dice este artista de 34 años a quien contratan por encargo diferentes marcas y que, cuando no pinta en la calle, es llamado para hacerlo en algunas líneas de subterráneo.
Lucho Gatti, que firma sus murales como Ice, viene de la movida del tag vandal y el graffiti de brigada, un movimiento surgido a mediados de los 90, que promovía acciones clandestinas en la calle y en diferentes estaciones porteñas. “No me dediqué a pintar trenes porque nunca me llevé bien con la adrenalina”, recuerda el artista. Poco a poco, se fue apartando del entorno original y comenzó a trabajar con artistas que tenían otra visión del graffiti. “No reniego de eso, considero que hay buenos artistas del palo del vandalismo y el lettering. Pero no mantuve nada del pasado. Ahora hago paisajes y personajes, tratando de generar un ambiente onírico en el cual la pared te absorba y puedas sentir que el personaje principal de esa pared es el observador”, remarca Ice.
Muy cercano al tag vandal está el movimiento del esténcil, ambos como parte de la escena hardcore-punk que hizo furor en los 90 y que siempre vinculó la música con la imagen visual. Uno de los máximos referentes de este género en Argentina, que también derivó en el Street Art, es
Fede Minuchín, quien junto a Tester forman la dupla Rundontwalk.
Este artista de 40 años tuvo un paso por la carrera de Sociología, y se sigue considerando parte de la movida de estencileros de la ciudad. Y desde esta fusión entre música e imagen, desde los pósters que diseñaba para recitales de bandas, logró sintetizar una estética propia y apartarla de la música. “El arte comenzó a funcionar por sí solo sin depender de tener que asociarse
a un concierto”, dice Fede Minuchín, que vive recorriendo las calles de Buenos Aires y del Conurbano haciendo notas mentales y buscando paredes para pintar porque cree que “hay cosas que tienen sentido sólo en ese lugar”.
El “feed-back” de un arte efímero
Las derivas de la calle como el correlato de las derivas de un arte multidisciplinario. Podría pensarse que la tragedia de un