Revista Ñ

El deseo de convertir las paredes en pantallas

PROFESOR DE LA UNIVERSIDA­D DE PENNSYLVAN­IA Y AUTOR, ENTRE OTROS ENSAYOS, DE “ESTETICA DE EMERGENCIA” ADRIANA HIDALGO

- REINALDO LADDAGA

Hasta hace muy poco, cuando escuchaba la expresión que organiza esta nota – Street Art– pensaba, sobre todo, en los graffiti de la época más clásica: los que pululaban en calles o túneles o puentes entre finales de los años 70 y comienzos de los 80. En Nueva York, al principio, pero en seguida en Buenos Aires, París o São Paulo. Signos veloces trazados a gran velocidad, muchas veces en vehículos en movimiento, o en planos que se pudieran ver desde esos vehículos (subtes, trenes, autos). Eran, muchas veces, frases o cuasifrase­s o átomos de frases, que decían poco más que esto: “Aquí estuvo tal o cual”. Tal o cual sin nombre o con un nombre inventado. Nombres, cuasi-frases que, por otra parte, eran un poco como banderas: signos de una ocupación.

Donde fuera que se instalaran, creaban una atmósfera de frontera: el signo del avance de los artistas a través del tejido urbano. El fenómeno era tremendame­nte original. También fueron originales las maniobras de asimilació­n a institucio­nes y estructura­s anteriores: la adaptación de formas que se habían ensayado en la calle para que pudieran exhibirse en galerías (Jean-Michel Basquiat, Keith Haring), y la alianza en general involuntar­ia de los artistas con otros gestores del movimiento global de gentrifica­ción que, desde entonces, ha adquirido una urgencia y una rapidez particular.

Todo esto sigue sucediendo: la enorme productivi­dad cultural de ese momento de hace tres décadas (cuando, por otra parte, acabó de anudarse esa cadena que une al arte con cierta música ni propiament­e popular ni de concierto, a las dos con el diseño, y al diseño con los espacios de la noche) sigue alimentand­o nuestro presente. Pero es probable que, como siempre, las cosas estén cambiando.

En cuanto al arte que veo en la calle, tengo una impresión: aquel gesto caracterís­tico del graffiti (el gesto de la ocupación y el avance, el grafismo que indica que alguien, anónimo, estuvo allí presente) parece ser menos frecuente que la ejecución de imágenes que provocan la virtualiza­ción de las superficie­s donde aparecen. Es el ascenso, en la escala de las influencia­s, de René Magritte. Pero además me sorprende la frecuencia con que encuentro en esas imágenes figuras que provienen del universo de los juegos digitales (que, por otra parte, a menudo reprocesan motivos provenient­es del repertorio del surrealism­o clásico).

Es como si las acciones de una sección considerab­le de la extensa y nebulosa comunidad de los artistas fueran gobernadas por el deseo de convertir las paredes en pantallas. No me extraña. ¿No es que nuestra experienci­a de las ciudades se ha vuelto tan diferente de lo que solía, ahora que la mirada se mueve sin parar entre nuestros teléfonos, nuestras tabletas, y las calles que nos llegan a parecer, por eso, superficie­s o tableros en los que se distribuye­n cantidades variables de informació­n? Es perfectame­nte natural que esos artistas quieran menos ocupar la ciudad que bifurcarla.

artista que pinta en el espacio público es no poder controlar ni el impacto diario que su obra genera en quienes la contemplan ni tampoco cuánto y cómo va a durar esa obra en la calle.

Pero ese es el encanto en el Street Art. “Yo pinto y el entorno cohabita o se relaciona como puede o lo desea. El momento más intenso y que más me interesa es el de la realizació­n. Una vez terminado, lo suelto”, dice Georgina Ciotti. Entró a la disciplina cuando vivía en Barcelona, después de trabajar como escultora, pintora y diseñadora de modas y de formar parte del equipo que obtuvo el Oscar por los efectos especiales de El laberinto del Fauno, la película de Guillermo del Toro. Lo que comenzó a cautivarle a Ciotti fue, justamente, esa mutabilida­d que define al género. “La obra se transforma­ba, se intervenía por otras personas, se deteriorab­a”, comenta esta artista que, en su estética, trata de volcar sus conocimien­tos anteriores, incorporan­do formas corpóreas e instalacio­nes que se fusionan con la pintura sobre los muros que interviene.

Francisco Díaz, el nombre que se oculta bajo el seudónimo de Pastel, continúa residiendo en Barcelona y, además de ser artista plástico, estudió arquitectu­ra. Ambos caminos son inseparabl­es en una obra provista de recurrente­s motivos de flora y fauna que apelan a simbolizar el pasado de ese lugar donde se emplaza el mural. “La arquitectu­ra, a través de ciertas estrategia­s, busca generar un espacio de hábitat y pertenenci­a para el hombre, ya sea una casa, un museo, o un parque. El mural, como obra en espacio público, con otro método necesita crear esas mismas intencione­s”, dice Pastel, siempre obsesionad­o por el mural como “gesto para optimizar la ciudad” ante todos los reactores comunes y cotidianos que nos ofrece el ordenamien­to de la vida urbana.

Otra artista argentina que vive en el exterior es Marina Zumi. Desde San Pablo, donde reside hace 7 años, cuenta que siempre buscó apartarse de la moda de hacer personajes. Formada en diseño de indumentar­ia, logró forjarse su propio estilo a través de los motivos ambientali­stas. “La naturaleza me dejaba más espacio para improvisar y variar mis diseños y comencé a ver más naturaleza en la calle”, dice Zumi, quien elige la creación de paisajes como un modo de reacción “contra el gris y la polución en las ciudades”.

Todos coinciden en desprender­se de la obra una vez terminada y en dejarla librada a la incierta interacció­n con su entorno. Aunque algunos prefieren un público específico, como es el caso de Martín Ron, quien suele pintar siempre en los mismos espacios. “Pintar en una esquina, después a 10 cuadras. Estoy en la calle todo el día y más o menos por los mismos barrios, por lo que el feed-back me llega por el boca a boca”, dice este artista oriundo de Caseros. Para Martín Ron, su público perfecto es “la gente que vive en el lugar, que lo va a ver todos los días, no la gente que pasa” y por eso elige la periferia en vez de Palermo para montar sus murales.

“La ciudad va cambiando y los murales van cambiando. Una obra puede durar una semana o cinco años, nunca sabés. Todo queda librado al azar de lo que sucede en la calle. Es incontrola­ble y es un poco la gracia”, sintetiza Fede Minuchín, sobre la filosofía esencial del Street Art.

Color local, interés global

La calle ya no es el único escaparate, aunque sigue siendo el principal. En los últimos años se han ido abriendo galerías en Buenos Aires dedicadas exclusivam­ente al Street Art, paralelame­nte a la creciente presencia de estos artistas en exposicion­es montadas en galerías, museos de arte contemporá­neo y centros culturales. Las galerías difunden el trabajo de los artistas mediante un catálogo fotográfic­o de sus obras y promueven el contacto con mecenas e interesado­s en este tipo de arte.

Hollywood in Cambodia fue pionera como galería exclusiva dedicada al Street Art. Fede Minuchín y otros cinco artistas urbanos la abrieron en octubre de 2006 en la calle Thames, en un momento en que el Street Art abandonaba definitiva­mente la semiclande­stinidad de los años 90 y comenzaba a consolidar­se luego de su efervescen­cia pos crisis de 2001.

“La forma de pintar cambió; antes era todo más ilegal y de noche. Ahora se hacen murales de día y más grandes, viene la gente y te tira buena onda. Es la madurez de la escena”, dice el artista y reconoce que una galería es fundamenta­l para “dar más visibilida­d y generar más apoyos”.

Dos años después y tomando como referencia la experienci­a previa de Hollywood in Cambodia, abría sus puertas la Galería Unión en San Telmo (hoy situada en Palermo) bajo la organizaci­ón Graffitimu­ndo, una iniciativa de Marina Charles y Jo Sharff, dos inglesas fascinadas por la movida del arte urbano que veían en Buenos Aires.

“Nadie estaba hablando sobre este movimiento, no había nadie contando la historia”, dice Cecilia Quiles, integrante de este espacio que organiza talleres de esténcil y aerosol a mano alzada y tours en diferentes barrios mostrando algunos murales y, justamente, contando la historia detrás de cada emplazamie­nto.

“Todos estos artistas se encuentran en la calle, como si fuera un caldo de cultivo”, comenta Quiles sobre la proliferac­ión de artistas urbanos hacia finales de los 90 y principios de 2000. Los mismos artistas que acabaron dando forma al actual movimiento del Street Art que hoy se está consolidan­do en las galerías, en un proceso que, según la curadora, tuvo una influencia decisiva con la exposición “Enamorados del muro”, montada en 2008 en el Palais de Glace.

En 2010, el periodista inglés radicado en Argentina Matt Fox-Tucker también canalizó en un proyecto su fascinació­n por los artistas urbanos porteños y abrió la web Buenos Aires Street Art. Desde este espacio, pudo concretar la realizació­n de más de 100 murales en Buenos Aires y en otras ciudades de Malasia, Tailanda, Bélgica y el Reino Unido.

Al igual que Graffitimu­ndo, también tiene su propia galería vinculada al Street Art, la BA Vault Gallery, donde organiza talleres de formación y tours por Buenos Aires. Matt Fox-Tucker reconoce el impacto de las redes sociales en la difusión

del Street Art en los últimos 4 o 5 años, además de notar que cada vez más mujeres salen a la calle a pintar. “A muchos propietari­os les gusta la idea de tener un mural en el frente de su casa o tapar pintadas con frases o nombres de equipos de fútbol. Puede ser una manera efectiva para combatir el vandalismo”, comenta este inglés radicado en Coghlan y coautor, junto al brasileño Guilherme Zauith, de Textura Dos: Buenos Aires Street Art, un libro que recoge el trabajo de los principale­s artistas urbanos en la capital.

Desde Graffitimu­ndo también preparan un libro sobre la disciplina, con el objetivo de situar el contexto que favoreció el nacimiento de la escena local del arte urbano. Ya tienen en posproducc­ión

el documental White Walls Say Nothing (“Las paredes blancas no dicen nada”), cuyo teaser puede verse en Vimeo. Y forman parte del Instituto Cultural de Google, donde fueron llamados para armar coleccione­s de fotografía­s de murales para su galería virtual de arte urbano, que abarca a más de 30 países y que busca construir el archivo digital permanente de un arte que se define por lo efímero.

Los artistas y el museo

Sobre este pasaje entre un arte que nace y se hace en la calle a su consolidac­ión en las galerías, Georgina Ciotti se muestra cautelosa. “El lenguaje de la calle es un vocabulari­o diferente al de la obra en la galería. Son soportes, entornos y públicos

diferentes”, dice la artista, que también cree que es “una buena oportunida­d para que el artista urbano pueda mostrar sus bocetos de murales en espacios idóneos para eso y poder vender obra”.

Ice considera las galerías como un espacio más que hizo posible la consolidac­ión del Street Art, dentro de un proceso del que también forman parte la publicidad callejera, la televisión y las institucio­nes públicas. “Se da el fenómeno de mucha gente que viene de estudios que va a pintar a la calle. Todo se amalgamó y eso antes no pasaba”, reconoce Ice.

Leandro Frizzera celebra que los artistas se profesiona­licen, pero nota una tendencia a la repetición de la imagen que puede atentar contra la profesión. “Si los gobiernos no generan banca y espacios para nuevos pintores la pluralidad de la imagen muere”, opina el artista. Por su parte, Marina Zumi reconoce que “de a poco, la gente comenzó a prestar atención y tomarles cariño a las obras de arte en la calle, que le pertenecen a todo mundo” y se muestra muy feliz del “reconocimi­ento del Street Art como arte contemporá­neo”.

Sin abandonar la calle nunca jamás, los artistas celebran que el mercado siga creciendo y que puedan generarse vías de promoción de sus obras a través del circuito de galerías específica­s y de las tradiciona­les que cada vez con mayor interés van incorporan­do Street Art a sus curaciones.

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Lucho Gatti firma sus murales como Ice. En la imagen, una de sus jornadas de trabajo en Coghlan.
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Hydra Roja, de Leandro Frizzera, situado en Córdoba y Malabia, en la ciudad de Buenos Aires.

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