El migrante como botín de la yihad
La economista Loretta Napoleoni investigó el negocio del secuestro extorsivo y del tráfico de refugiados por parte de grupos yihadistas.
El relato de la turista italiana que veraneaba desde hacía seis años en el desierto del Sahara y un buen día, en 2011, fue secuestrada por miembros de Al Qaeda en el Magreb Islámico que la tuvieron de rehén durante catorce meses. La historia de Rashid, el joven argelino que de contrabandista pasó a secuestrador. Las dos Simonas de una organización humanitaria que creyeron que a ellas nunca les iba a pasar y en 2004 cayeron en Bagdad en un cautiverio del que las salvó un rescate de millones de euros. El freelancer temerario y el periodista experimentado que también quedaron presos en la trampa de confiar que algún grupo rebelde les daría protección en Siria. El negociador que logró bajar en varios ceros la cifra de un rescate. El inmigrante que pagó siete veces para que lo dejaran seguir su periplo y cruzar ilegalmente desde Africa hasta Europa.
A partir de estos testimonios, y de tantos más, la economista italiana Loretta Napoleoni se propuso destripar el engranaje de secuestros y contrabando de personas que son hoy la principal fuente de financiamiento del terrorismo yihadista. Lo hace en su último libro, Traficantes de personas. El negocio de los secuestros y la crisis de los refugiados (Paidós).
“Partí del 11 septiembre. La respuesta estadounidense al atentado a las Torres Gemelas fue el protocolo de seguridad Patriot Act que, en la parte financiera, pasó a controlar el blanqueo de dinero en dólares y toda transacción bancaria en esa moneda en cualquier lugar del mundo. Esto alteró el flujo del reciclaje del dinero sucio del narcotráfico: el tráfico de droga dejó de pasar por Estados Unidos para llegar a Europa y no cotizó más en dólares sino en euros”, explica Napoleoni. “En 2002 la droga comienza a llegar a Africa Occidental y así, de Guinea Bissau pasa a Libia y a Túnez a través de las rutas del contrabando del Sahel. En esto participan muchos jóvenes yihadistas expulsados por varios regímenes del norte de Africa que primero fueron contrabandistas y en 2003 se preguntaron: ‘¿Por qué no probamos secuestrar turistas europeos?’”.
En 2003 un grupo de ex mujaidines, antiguos miembros del Grupo Islámico Armado argelino, secuestró a 32 europeos en Mali y el sur de Argelia por los que los gobiernos europeos pagaron un rescate de seis millones de euros. “Con ese dinero fundaron Al Qaeda en el Magreb Islámico. Y desde entonces, este modelo de financiamiento del terrorismo a través del pago de rescates fue copiado por varios grupos yihadistas en todo el mundo musulmán”, dice Napoleoni.
–¿Todos somos posibles rehenes? –Claro que sí. Pero, por ahora, los terroristas no llegan hasta Occidente para secuestrarnos.
–¿Hay víctimas más valiosas que otras?
–El soldado es el número uno. Luego el político, el funcionario de la administración pública o cualquiera que pertenezca al estado. Después miembros de ONGs, luego los periodistas y por último, los turistas.
–¿Los grupos yihadistas hacen previamente un trabajo de inteligencia sobre sus futuras víctimas?
–No. Pero en general, cuando raptan controlan enseguida online quién es la persona que han secuestrado. A los soldados los conservan. Valen mucho.
–¿El islamismo radical está siempre asociado al delito?
–Yo hablo de yihadismo criminal, delincuente, porque son organizaciones en las que no queda claro dónde empieza la ideología y dónde empieza la delincuencia. Los yihadistas creen que luchan por una causa ideológica y religiosa, pero al final los delitos que cometen los vuelven criminales comunes. Los rehenes son una fuente de financiación importante, y los gobiernos y las empresas pagan rescate. –¿Cómo negocian los gobiernos con los secuestradores?
–A través de un intermediario, un negociador que ellos tienen. O utilizan gente que habla el idioma de los propios secuestradores.
–Usted dice en su libro que los gobiernos no deberían pagar.
–Porque si lo hacen, ese dinero termina en manos de los grupos armados. Los que secuestran son grupos armados o grupos delictivos. Pagar rescate es, de algún modo, una forma de financiamiento del terrorismo. Absolutamente no deberían pagar. Pero no se puede impedir a las familias que lo hagan.
–¿Pero cómo hace un estado para desentenderse del destino de sus ciudadanos?
–¿Por qué el estado debería pagar por el secuestro de uno de sus ciudadanos? ¿Acaso figura en la Constitución? Si a vos te secuestran en la Argentina, la policía le dice a tu familia que no pague el rescate pero si te secuestran en Perú, ¿el gobierno
argentino paga por tu rescate? No tiene sentido. Cuanto más se pague, más secuestros habrá. No abro juicio de valor sobre las familias porque es justo que uno quiera rescatar a su ser querido, pero no veo por qué el estado tenga que pagar. La mayoría de los testimonios que figuran en el libro son de personas que han sido secuestradas por inconsciencia o desinformación sobre los riesgos de estar en esas zonas.
–De su investigación se desprende que a veces los terroristas no quieren sólo dinero sino enviar un mensaje, como en el caso de las organizaciones humanitarias donde secuestrar a sus integrantes es una señal para que se vayan de esos territorios.
–El Estado Islámico es quien más lo ha usado como instrumento político. Pero diría que hasta el 2014, en realidad lo usaban para alejar a las ONGs de algunas zonas pero no se había implementado el asesinato de un secuestrado o esta táctica de decapitar estadounidenses e ingleses frente a una cámara para poner el video en red. Hay también un cambio ligado al cambio tecnológico.
–Los medios de comunicación han colaborado a viralizar esos videos de decapitaciones. ¿Qué rol cumple la prensa en este escenario?
–El rol de la prensa es fundamental. Mantener el silencio durante un secuestro es lo que corresponde. Pero la prensa no lo hace y luego, cuando ya se ha resuelto, no es más noticia. La prensa es muy responsable de la situación que se vive.
–¿Este negocio se desarticula solo dejando de pagar los rescates?
–Dejar de pagar es bastante. Pero también es preciso llevar adelante una política diferente. Lo que sucede es consecuencia de la política exterior occidental. Esto es un claro ejemplo de cómo la política de la guerra, la de desestabilizar determinadas zonas geográficas, no ha funcionado. Se podría probar, por ejemplo, una política de inversiones en aquellos lugares de don-