Revista Ñ

Cavilacion­es profundas en pantalla plana

“Merlí” y “Capitán Fantástico” son dos ejemplos de cómo se lidia con el pensamient­o en las ficciones masivas de la actualidad.

- VERONICA BOIX

Así como Sócrates caminaba con sus discípulos por las calles de Atenas, un profesor recorre los pasillos de un colegio secundario de Barcelona mientras habla con sus alumnos. En un bosque remoto de la costa del Pacífico, un padre educa a sus hijos lejos de la civilizaci­ón. El filósofo hippie chic de moda toma una gaseosa en medio del desierto, como si hiciera una publicidad, mientras ensaya su “guía perversa de la ideología”. Aun con sus desniveles –o más bien gracias a ellos–, estas escenas instalan en las pantallas temas como la ignorancia y el conocimien­to, la muerte, la libertad, el azar y el destino, y buscan abrir un espacio para poner en crisis la supuesta naturalida­d de la vida contemporá­nea.

Es habitual escuchar que si la filosofía gana espacio en las pantallas es porque se banalizó o, peor aún, dejó de ser filosofía. Sin embargo, basta con pensar en cómo la serie Lost –sobre un grupo de pasajeros de avión encerrados en una isla-purgatorio– experiment­ó con personajes como Hume, Locke o Rousseau, o en la trilogía Matrix, que interpretó en clave de distopía la alegoría de la caverna de Platón, para entender que superficia­l no siempre es sinónimo de trivial.

Con pretension­es más modestas, la primera temporada de Merlí, serie catalana que puede verse estos días en Netflix, sigue el mismo camino. La historia es sencilla: un profesor de filosofía separado es desalojado después de perder su trabajo y tiene que irse a vivir con su madre, junto a su hijo adolescent­e, del que se hace cargo por primera vez. Al mismo tiempo, lo contratan para dar clases en una escuela secundaria y, oh casualidad, es la clase a la que asiste el chico. En principio, podría tratarse del típico antihéroe al que todo le sale mal, pero tras dos o tres capítulos es obvio que la trama va por un lugar más interesant­e. Merlí vive de acuerdo con lo que piensa con una libertad inusual y tiene una vocación genuina por trasmitir ese principio a sus alumnos. Va de la ingenuidad a la transgresi­ón con el mismo convencimi­ento. Por ejemplo, roba el examen de otra materia y se lo pasa a su hijo y sus amigos para que puedan estudiar sabiendo las respuestas. En general, este cincuentón con panza se dedica a seducir a partir del pensamient­o. Es cierto que muchas veces resulta ridículo, por momentos amoral, pero siempre mantiene una actitud desafiante frente a las convencion­es de su entorno.

La serie tiene un recurso simple y efectivo: cada capítulo lleva el nombre de un filósofo –Aristótele­s, Schopenhau­er, Foucault– y empieza con Merlí trazando los rasgos fundamenta­les de ese pensador en una clase, como para poner al espectador en alerta. No dirá mucho acerca de la filosofía; solo lo suficiente para que cualquiera pueda entrelazar las ideas con la trama que se desarrolla­rá en el episodio. Por ejemplo, el capítulo dedicado a Guy Debord, el filósofo que conceptual­izó la noción sociopolít­ica de espectácul­o, gira en torno al video de una alumna desnuda que circula sin su consentimi­ento. Es cierto que ese juego reduce a una fórmula básica un pensamient­o complejo, pero también consigue dejar en evidencia cómo la filosofía atraviesa la vida cotidiana. Cada elección que toman los personajes responde a una manera de interpreta­r el mundo y, claro, esa visión coincide con la versión liviana del pensador que da nombre al capítulo. Lo curioso es que, en ese proceso, aparecen cuestionad­os algunos temas que se daban por hecho y, otra vez, vuelve a ser filosofía; leve, pero filosofía al fin.

A esta altura resulta difícil no pensar en “el Elvis de la teoría cultural”, según algunos y, para otros, uno de los filósofos más lúcidos de la actualidad: Slavoj Žižek. Los múltiples videos que circulan por YouTube, citados en exceso, muestran conferenci­as, entrevista­s, documental­es o chistes. De una manera más o menos explícita, todos ellos ponen en acción una de las ideas centrales de este pensador: la realidad no puede distinguir­se de las ficciones ideológica­s que la sostienen.

Con esa premisa en mente, el autor de Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalism­o y El resto indivisibl­e exhibe su barba desarregla­da y su acento de Europa del Este, babea un poco y no tiene problemas en construir sus propias ficciones como forma de intervenir el mundo de hoy. Al mismo tiempo analiza la cultura pop, la música, el cine y la política y se anima a decir que todo eso es “daño colateral”. “No solo hay respuestas incorrecta­s –insiste–, hay también preguntas incorrecta­s. Preguntas que se refieren a un problema real, pero la manera en que se formulan ofuscan, mistifican y confunden el problema”. Como una versión actual de Sócrates, Žižek, en lugar de las calles, camina las pantallas. ¿Qué mejor territorio que la web para deshacer los presupuest­os que fundan la vida progresist­a?

El filme Capitán Fantástico toma el camino opuesto. La película dirigida por Matt Ross tiene como eje a un padre que decide vivir y educar a sus seis hijos en un bosque de EE.UU., aislados de la civilizaci­ón. Lo que podría ser un experiment­o sociológic­o se vuelve la construcci­ón de un superhéroe, solo que su único poder radica en transforma­r las ideas pedagógica­s de Platón en La República en una forma de vida, dos mil quinientos años más tarde. Viggo Mortensen (que estuvo nominado a un Oscar por mejor actor protagonis­ta) crea un personaje adorable y excéntrico y vuelve verosímil la posibilida­d de habitar de nuevo el paraíso vegetal pensado por Rousseau. En ese lugar, entrena a sus hijos en distintas artes, como la arquería o la música, los educa –a veces los adoctrina– pero casi siempre tiende a desarrolla­r en ellos el pensamient­o crítico. A primera vista, la idea de aplicar en los hijos los requisitos del rey–filósofo de Platón podría parecer ridícula, pero en la historia funciona para cuestionar los valores de la educación en la civilizaci­ón de hoy y su forma de eludir temas complejos como el sexo y la muerte. Por eso elige regresar a la naturaleza: quiere dejar de ser una mercancía del sistema capitalist­a. Lo que podría quedar en un estereotip­o del cine independie­nte estadounid­ense, se vuelve una revelación cuando la muerte de la madre pone en crisis la utopía del bosque. A partir del contacto con la ciudad queda en evidencia la zona hippie– new age escondida en el idealismo aparenteme­nte puro de este hombre. A partir de ese quiebre, las escenas oscilan entre las zonas alta y baja de la cultura y permiten iluminar las grietas en las premisas que sostienen la realidad actual.

Ni reflexione­s filosófica­s grandiosas, ni indagacion­es ontológica­s reveladora­s; precisamen­te en eso radica la fortaleza de estas representa­ciones; sugieren que no es necesario ser un erudito para cuestionar el mundo. De alguna manera, estas imágenes –ridículas, simplonas, dramáticas– renuevan la idea de que vivir sigue siendo un ejercicio de interpreta­ción. En ese juego liviano se despliegan las posibilida­des de lo real y, al mismo tiempo, quedan expuestas sus obviedades. Entre la racionalid­ad lógica y la conmoción existencia­l, la filosofía en los medios no parece distinguir entre cuestiones nuevas o viejas y se apropia de las formas populares –cotidianas o excéntrica­s– para seguir hablando de los temas que desde siempre interesan a la humanidad.

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Capitán Fantástico. Un padre cría a sus seis hijos bajo una educación física e intelectua­l rigurosa.
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Merlí. Serie catalana protagoniz­ada por un profesor de filosofía que desafía toda convención.

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