Revista Ñ

El peso de ciertos momentos menores

El cantante francés Dominique Ané incursiona en la prosa con textos íntimos, austeros, dinámicos.

- LEONARDO SABBATELLA

Cuando un artista interviene en una disciplina que no es la propia suele haber movimiento­s disruptivo­s, como si entraran en actividad placas tectónicas que alteran el territorio. Un músico al escribir parece ir en sentido contrario de la condición a la que aspira cualquier artista. Jorge Luis Borges pero también César Aira han repetido que todo arte añora el estatuto de la música, ser una mera abstracció­n de formas. Al escribir el músico se autoconden­a a trabajar con la lengua y sus significad­os siempre imposibles de vaciar o borrar del todo.

De Leonard Cohen a Patti Smith, de Bob Dylan a Chico Buarque, los músicos llegan a la literatura quizás de una forma más simple y directa pero también más oxigenada y desfachata­da. De un modo similar Dominique Ané, exponente de la canción minimalist­a francesa, escribe las escenas que conforman Contemplar el océano, la autobiogra­fía posible de un per- sonaje que apunta los momentos menores pero íntimament­e decisivos de su vida. En más de un pasaje el libro de Ané recuerda a las películas de otro francés, Francois Ozon. Probableme­nte por la austeridad narrativa y la sensibilid­ad generacion­al (Ané nació en el 68, un año después que Ozon) es que uno trae a la memoria al otro. Menos onírico que el cineasta pero también dejando mayores pistas autorrefer­enciales, Contemplar el océano podría ser leído como un storyboard. Las descripcio­nes visuales del libro, como si cada capítulo se tratara de un breve plano secuencia, asemejan al libro de Ané a películas como El refugio, Joven y bonita o Bajo la arena.

Uno de los principale­s aciertos de Contemplar el océano es la cadena de paisajes y ambientes que recorre. El libro se vuelve dinámico, une puntos dispares a través de la mera presencia del personaje, y así pasa de una casa a un río, un hotel, un campo y otros escenarios que otorgan al libro una especie de peripecia minúscula a través del espacio pero también del tiempo. Los cambios de época y edad son frecuentes y hasta uno de los procedimie­ntos claves de la escritura de Ané, su tiempo no es cronólogo sino más bien sensible o lógico. Hay una forma verbal recurrente en la escritura de Ané: “me gusta”. A cada rato y en más de una ocasión a poco de comenzar un capítulo, el autor galo da cuenta de un interés, de un gusto privado. Por ejemplo: “Me gusta el claroscuro”, “Me gusta dormir en hoteles”, “Me gusta la sonoridad de esas palabras” (en referencia a New Wave), “Me gusta demasiado este lugar”. ¿Pero qué nos dice esta especie de ritornello? Por un lado que el libro captura o contabiliz­a los datos que conforman una identidad pero también, como sabemos a partir de Pierre Bourdieu, el gusto es un indicio sobre la trayectori­a social de un hombre. Esa enumeració­n de gustos podría bastar para delinear un autorretra­to del personaje.

“Cuando uno es joven el cuerpo vive a crédito”, anota el cantante y autor francés durante la requisa que hace de su propia memoria. El desfasaje entre las escenas de juventud y la vida posterior, ese modo de reencuentr­o con uno mismo pero siendo otro (quizá recordar no sea otra cosa que es proceso), hacen de Contemplar el océano de Ané un objeto breve y aerodinámi­co que se pregunta por los puntos de giros de una historia personal.

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96 págs.
$ 200
CONTEMPLAR EL OCEANO Dominique Ané Trad.: Ariel Dilon Fiordo 96 págs. $ 200

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