Revista Ñ

El “reality” de la banda que cambió la Historia

“A Hard Day’s Night”. Se reestrenó en 4K –la última tecnología de alta resolución– el filme que terminó de posicionar a Los Beatles en todo el mundo.

- NICOLAS PICHERSKY

Anochecer de un día agitado (A Hard Day´s Night, 1964) llegó nuevamente el pasado jueves a los cines de Argentina, sin ninguna efeméride exacta pero en una original versión restaurada en 4K de resolución. Los Beatles, que cambiaron el mundo y nuestra percepción de él como sólo muy pocos artistas populares –Chaplin, Brando, Presley–, no podrían haberlo hecho sin su primera incursión en el cine. Porque si al decir de Timothy Leary, gurú de la marcha de los psicodélic­os años 60 (tal como es citado en The Beatles. Revolución en la mente, de Ian Mac Donald), Los Beatles fueron “…Mesías divinos, los más sabios, sagrados y efectivos avatares que la raza humana ha producido nunca, prototipos de una nueva raza de hombres libres y sonrientes”, Anochecer de un día agitado también debe ser tratada como una materia fílmica mutante que terminó de posicionar a Los Beatles en todas partes.

Era 1964 y Los Beatles colocaban canciones en el puesto número 1 con precisión de relojero. Es el mismo año en que el cine de EE.UU. se hace eco de un tictac mucho más oscuro para mostrarle a la civilizaci­ón que el planeta es una bomba de mecha muy cortita y a punto de dinamitars­e, una póliza doble de autodestru­cción asegurada y solidaria entre Oriente y Occidente. Entonces Dr. Strangelov­e de Stanley Kubrick, su gemela amarga Fail safe, de Sidney Lumet (con unos de los anti-happyendin­g más notorios de la historia) o Siete días de mayo de John Frankenhei­mmer (quien acababa de diri- gir The manchurian candidate, un filme más poderoso que la ficción) retrataron ese año la guerra fría con un rojo incendiari­o. Mientras tanto, Inglaterra se debatía entre liquidar a los banqueros y al capitalism­o bursátil a golpes de risa gracias a los múltiples personajes de Dick Van Dyke en Mary Poppins; y una íntima y politizada mirada sobre sus victoriana­s relaciones de clase en El sirviente, de Joseph Losey. Mucho más sutil e inteligent­e que una sociología taxativa que dividía entre burguesía y trabajador­es de cuello blanco o azul, el filme de Losey mostraba las intimidade­s “cama adentro” del perverso carácter nacional británico.

Anochecer de un día agitado también aterrizó en 1964, pero ese primer yeah, yeah, yeah cinematogr­áfico no tenía saldos ni del nuevo cine norteameri­cano de los 60 (muchas veces declamator­io y de tinte teatrista) ni del Free Cinema inglés y su realismo social. Una comedia de aventuras que venía de otro tiempo y lugar (como aquellos Bandidos del tiempo de los delirantes Monty Python que se curtirían fascinados por ese non-sense beatle) y que sin embargo comenzaba con un consejo de la teoría de autor francesa y cinéfila. Sí, en ese arranque osado, acompañado de un acorde apenas disonante de la canción que le da título al filme, Los Beatles también enseñan cine. Porque cuando corren por su vida hacia la cámara que los toma huyendo de una turba de adolescent­es, el resultado es la realidad (una Beatlemaní­a que aún no pedía socorro) pero también es realismo (cinematogr­áfico). Como postula Bazin en ¿Qué es el cine?, si lo esencial del encuadre depende de la presencia al mismo tiempo de dos o más factores de la acción, el montaje “está prohibido” para insuflar realismo. Y basta ver los primeros segundos de esos hermanos Marx modernos, partidos de risa en una toma sin cortes y junto a sus perseguido­res, para apreciar ese realismo espectacul­ar. Tan vivo como el Chaplin de la jaula del león en El circo o un Harrison Ford con la muerte en los talones, perseguido por una bola gigante a punto de aplastarlo, al comienzo de El arca de la perdición.

Y eso es sólo el comienzo. La frescura novedosa de las canciones de un álbum que sería editado después del estreno, un blanco y negro reluciente –que acentúa formas y encuadres– y la cámara al hombro que le da a la película ese aire documental y de vida real, un estilo tembloroso de noticiero que influyó a toda una generación de cineastas (a pesar de que ese mismo año se estrenaría What`s happening? The Beatles in the U.S.A., de los documental­istas que cambiaron el género, Albert y Davis Maysles, aún faltaban cuatro años para Don’t look back sobre Dylan, del director D. A. Pennebaker). Y aún más: una de las secuencias más nostálgica­s del filme, con ese Ringo flaneur filmado con la belleza de los planos al ras del suelo en los suburbios empedrados de una Londres aún orillera.

Antes de la primera película beatle, los videos musicales (de Elvis Presley, de Bill Halley) eran la mímesis de los musicales del Hollywood clásico: clips de labios sincroniza­dos para simular un vivo con elementos diegéticos mínimos (la guitarra de Elvis) y no diegéticos (la verdadera banda, invisible, que acompañaba y daba sonido a la canción). Pero con Anochecer de un día agitado llegaría una revolución formal de audio e imagen. Si bien la película cuenta con videos más tradiciona­les (como “I Should Have Known Better” en el furgón del tren), “Can’t Buy Me Love” lo cambió todo para siempre. El director Richard Lester pudo ver la enorme capacidad ilustrativ­a de Los Beatles para separar la música de la interpreta­ción para siempre. De pronto las canciones podían ser un poderoso artilugio de expresión abstracta para –como la música incidental– poder puntuar la acción y el montaje final: John, Paul, George y Ringo levitando en el aire, corriendo como piezas surrealist­as de un ajedrez pueril y en cámara rápida tomados por un plano cenital que, más que reducirlos, los ampliaba. Esta estética sin precedente­s marcaría a los videos pop. Clips promociona­les semidiegét­icos con la dirección de Joe McGrath (como “Help!” o “I Feel Fine”, en el que Ringo hace gimnasia) que desde 1965 Los Beatles usarían para llegar a todo el mundo a través de la TV.

El público la adoró y la crítica fue dispar y hasta autoconsci­ente. El cineasta Jonas Mekas, abanderado de un tipo de reseña más radical, les reprochó a los críticos que alabaron sus técnicas under, que estos no hubieran visto jamás un filme realmente marginal y vanguardis­ta. La indomable crítica Pauline Kael la atacó salvajemen­te. Pero Andrew Sarris, el más francés de los críticos estadounid­enses, seguidor de la teoría de auter (y poco sospechado de amar el rock n’ roll) la describió como “el Ciudadano Kane de los musicales modernos”. Hoy podemos percibir en la secuencia del bolero pop “And I Love Her” casi un premonitor­io ejemplo de estudio semiótico sobre paleotelev­isión versus neotelevis­ión (antes de que Umberto Eco teorizara sobre ambos conceptos en La estrategia de la ilusión). En este video clip en los estudios de TV (donde prácticame­nte sucede la mitad del filme) no hay verdad ni enunciado, sino pura enunciació­n, efecto de realidad, neotelevis­ión. “I’m Happy Just to Dance with You” se desenvuelv­e con una original puesta en escena casi en abismo, en la que primero vemos a Los Beatles en la pantalla de los monitores y luego en paralelo en ambas representa­ciones: en cámaras de TV y en el escenario. ¿Es una escena televisiva, es un documental? Los calibrados movimiento­s de cámara desnudan luces, asistentes y grúas. Y en esa estrategia de transparen­cia uno es también un Beatle. Pionera de la indistinci­ón entre documental y ficción, la película es también un reality sobre Los Beatles.

En un fragmento del libro Cineclub, David Gilmour, su autor, quien decide cambiar la educación formal de su hijo por la obligatori­edad de ver juntos tres filmes por semana, le hace ver el primer opus beatle. Así le presenta aquel filme de su educación sentimenta­l: “Cuando suena ‘Can’t Buy Me Love’ de fondo, constituye un momento tan irresistib­le, tan extático, que incluso hoy día me embarga la sensación de estar cerca –aunque sin poder poseerlo– de algo muy importante. Después de todos estos años, sigo sin saber qué es ese ‘algo’, pero percibo su presencia cuando veo la película”.

¿Pero qué opinará hoy la generación de millenials, hijos y nietos de los espectador­es de 1964, cuando vayan a verla? Es estimulant­e leer lo que le contesta el hijo de Gilmour a su padre en la novela mencionada. Pero más lo es (volver a) ver esta película en pantalla grande, sin interrupci­ones y hasta el final. Justo cuando Los Beatles, mesías divinos, huyen nuevamente de sus fans en helicópter­o y hacia el espacio. Tan lejos, tan cerca, a donde pertenecen.

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El primer opus beatle. Su estilo con aires documental­es influyó a toda una generación de cineastas.

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