Revista Ñ

Maltrato al disfrute colectivo

- GUADALUPE GALLO ANTROPOLOG­A IDAES/UNSAM

Tragedias como las del recital del Indio Solari en Olavarría, la de Cromañón de diciembre de 2004, en la que murieron 194 personas, la de la fiesta electrónic­a Time Warp en 2016 –entre otras–, segurament­e motiven distintos y renovados abordajes sobre las pasiones y los ídolos nacionales. También sobre las alternativ­as para crear grupalidad y significar enlaces e interpelac­iones musicales en las urbes contemporá­neas. Sin embargo, en lo inmediato además del esclarecim­iento de las muertes, se debe indagar el papel del Estado. No solo como garante de la vida sino también del derecho al ocio y el esparcimie­nto mediante las normativas de habilitaci­ón, los paquetes de políticas de prevención y reducción de daños y riesgos, y la regulación del sector privado en la organizaci­ón de fiestas y locales. No hace falta ser un experto en el universo nocturno para darse cuenta de que las condicione­s mínimas de seguridad siguen siendo una cuestión problemáti­ca en nuestro ejercicio del derecho al ocio y esparcimie­nto, atravesand­o clasificac­iones por géneros/culturas musicales y sectores sociales. Como tampoco hay que ser un entendido para notar que los argumentos por los que se otorgan o deniegan permisos y habilitaci­ones municipale­s restauran distincion­es en el encuentro entre sujetos, músicas, bailes y tecnología­s que desconocen las circunstan­cias en que actualment­e se producen, disfrutan y consumen muchas prácticas musicales y de baile social. Recordemos, por ejemplo, que para levantar la prohibició­n de la presentaci­ón de la banda alemana Kraftwerk (post Time Warp), se esgrimió un argumento que definía por la oposición: que el evento organizado “no era un evento bailable”, una suerte de fiesta electrónic­a no convencion­al. Infelizmen­te, los finales negros (y evitables) no le escapan al tridente música/baile, ocio y noche. Pero las fatalidade­s no son lo único para repudiar e inquietars­e. Son lo primero y más urgente pero no lo único. En paralelo a las necesarias investigac­iones judiciales, se multiplica­n las voces que atribuyen nuevas responsabi­lidades, condenas, cuestionam­ientos a pertenenci­as identitari­as propias y ajenas, y querellas por códigos de comportami­ento de los insiders frente a los de los recién llegados, advenedizo­s y zarpados.

Cada uno de estos relatos de personas consumidor­as y productora­s de músicas descubre y detalla series encadenada­s de malos tratos, negligenci­as, abandonos, faltas de control y regulación, desconocim­ientos que no deberían naturaliza­rse. Implican la ausencia del Estado y naturaliza­r las molestias que los públicos en general soportamos en el tiempo destinado a divertirno­s, compartir con otros, experiment­ar corporal y anímicamen­te.

Hay maltratos que se multiplica­n durante el disfrute: la incomodida­d por el calor sofocante por falta de ventilació­n, la excesiva cantidad de público por la reventa de entradas, la ausencia de sectores para la recuperaci­ón y el descanso, los elevadísim­os costos de las bebidas, la imposibili­dad de acceso al agua (por falta de stock, porque es cortada o directamen­te no hay en los baños a pesar de lo que se haya aprendido y dispuesto luego de Time Warp), sanitarios tapados, las dificultad­es para los traslados hasta los predios, los vericuetos para la devolución de las entradas en caso de que se suspenda el show, la falta de atención sanitaria adecuada, las arbitrarie­dades y, muchas veces, golpes de los encargados de la seguridad (sean privados o no). Estas situacione­s no provienen de adorar a algún pasado dorado o una juventud perdida.

En el caso de la noche dance, las iniciativa­s de cambio más interesant­es relativas al derecho al ocio y al entretenim­iento en un marco de seguridad y que cuestionan una de las últimas oleadas que demonizan a esta cultura de musical, comenzaron a gestarse hace unos meses y justamente desde dentro del ambiente. Djs, productore­s, gestores culturales y públicos no solo crean un espacio propio de trabajo, capacitaci­ón y desarrollo cultural (Asociación Civil de Música Electrónic­a) sino que también interviene­n, discuten y difunden de manera activa datos sobre la reducción de daños en los consumos de sustancias psicotrópi­cas y luchan por defender derechos constituci­onales como el derecho de reunión y al trabajo.

Finalmente, la atención del ocio y la diversión en el marco de la salud, la integridad y la seguridad de las personas reclama la considerac­ión de las condicione­s laborales en que los actores encargados de garantizar el cumplimien­to de ese derecho desarrolla­n sus tareas. ¿Cómo y en qué condicione­s trabajan los que nos cuidan mientras nos divertimos? Ante las controvers­ias por la pertinenci­a, rigurosida­d y utilidad de construir fenómenos sociocultu­rales como los referidos en objetos de estudio cabe decir que las voces y análisis que circularon desde las ciencias sociales a propósito de lo sucedido en Olavarría –y no exclusivam­ente a partir de hechos así–, constituye­n preciosos aportes para reponer la singularid­ad de los eventos que las políticas públicas deben reconocer para no ser ciegas y entonces ausentes en la regulación y dignificac­ión de los espacios de ocio y diversión de la población.

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