Revista Ñ

Discusione­s en el taller de la escritura

James Wood. El ensayista inglés, voz crítica del “New Yorker”, analiza cómo se construye una novela, se inclina por el realismo y polemiza con grandes teóricos.

- KIT MAUDE

Para algunos lectores de la revista The New Yorker, la aparición de un artículo de James Wood, un staff writer y Profesor de Crítica Literaria en la Universida­d de Harvard, es motivo de sentimient­os ambiguos. Wood es, sin duda, un crítico inteligent­e y sus comentario­s de libros pueden ser perspicace­s y hasta brillantes. Sin embargo, en muchas ocasiones pecan de una perspectiv­a estrecha con respecto a algunas formas literarias. Uno se queda esperando fervientem­ente que el libro en la mesa de disección sea del tipo que le gusta a Wood porque si no –si por ejemplo tiene más que un ligero dejo de género, sea policial, de ciencia ficción o histórico– será despachado con un desdén no muy edificante, ni para el autor ni para el lector. Si en cambio es un libro de la categoría que Zadie Smith ha llamado realismo lírico, podemos esperar una buena exploració­n y evaluación del texto, con sus caracterís­ticas citas largas y alguna que otra frase excelente.

El problema para Wood es que hoy en día hay cada vez menos escritores interesant­es que no incluyan de una manera u otra un elemento de género o posmoderni­sta en sus textos; su hábitat natural se está reduciendo. Cuando aparece algo que realmente le agrada, le da la bienvenida con un entusiasmo rayano en la desesperac­ión. Su reseña de The Flamethrow­ers (de Rachel Kushner, no de Roberto Arlt, desafortun­adamente) de 2013, por ejemplo, rebosaba tanto de elogios y superlativ­os que fue un poco difícil entender de qué trataba el libro, o, lo que es peor, por qué exactament­e era tan bueno.

Una analogía acude para graficar la posición de Wood con respecto a la literatura contemporá­nea: la de un crítico gastronómi­co que todavía insiste en que el único verdadero ejemplo de haute cuisine es la cocina francesa clásica, todo lo demás es moda pasajera. Otra sería la de un crítico de arte que todavía defiende la pintura y la escultura como únicas formas supremas del arte... pero aquí se me anticipó el propio escritor: la introducci­ón de Los mecanismos de la ficción empieza con una comparació­n, nada menos que con el gran crítico de arte inglés John Ruskin y su libro Los elementos del dibujo, de 1857. Hagamos una pausa para apreciar el significad­o de esto: ya en las primeras líneas de su libro, cuyo título en inglés es How Fiction Works (Cómo funciona la ficción; sabia la decisión de los editores argentinos de cambiarlo por algo menos presuntuos­o) Wood toma como modelo un texto del siglo XIX, uno que fue escrito antes del impresioni­smo, el modernismo, el surrealism­o, etc. No es el único aspecto llamativo de la introducci­ón. Más adelante escribe: “Mis dos críticos de novela favoritos del siglo XX son el formalista ruso Victor Shklovski y el formalista-estructura­lista francés Roland Barthes. Ambos eran grandes críticos... pero ambos son, a fin de cuentas, especialis­tas que escriben para otros especialis­tas; Barthes en particular no escribe como si esperase ser leído y comprendid­o por un lector común...”. Y su nota preliminar empieza así: “Pensando en el lector normal...”. Más allá de su condescend­encia –un defecto innegable y un poco cómico de Wood– surge la pregunta: ¿para quién está escribiend­o este libro? Gracias a la nomenclatu­ra del sistema educativo argentino, tengo la respuesta: Wood se ve como una especie de maestro de literatura de un colegio “normal”, enseñándon­os, a sus estudiante­s ignorantes pero entusiasta­s y silencioso­s, cómo funciona la ficción.

El libro está dividido en diez grandes secciones, subdividid­as en 123 capítulos cortos, y presenta un argumento muy serio, coherente y cada vez más vehemente. Con una miríada de ejemplos tomados del canon de la literatura occidental, examina distintos sujetos en torno a la narración, el estilo, los detalles, los personajes, la conciencia, el lenguaje, el diálogo y el realismo. En efecto, todos los componente­s de la novela moderna.

Un resumen muy simplista de su razonamien­to sonaría más o menos así: la novela es el resultado de una narración, probableme­nte en primera o tercera persona, que combina las perspectiv­as del autor, su narrador y los personajes de distintas maneras, y que cada vez más emplea lo que llama el ‘estilo indirecto libre’; los detalles son muy importante­s y el buen escritor nunca los elige al azar; los mejores personajes posiblemen­te, pero no definitiva­mente, son ‘libres e independie­ntes’; uno de los logros de la novela moderna es la evolución de personajes con su propia conciencia (hace la comparació­n con figuras de la Biblia y Shakespear­e); otro logro es la exploració­n de la empatía, la comprensió­n y la complejida­d moral; el lenguaje de una novela es muy importante y debería ser variado, original y lleno de buenas (y no malas) metáforas y símiles; el diálogo es una herramient­a

útil; el único problema con el realismo es su propio éxito, por estar siempre en peligro de sucumbir al convencion­alismo, pero eso no significa que no siga siendo la forma suprema de la ficción y la ‘fuente’ de todos los otros ‘géneros’. Después de esta masacre enumerativ­a, el maestro Wood segurament­e me habría mandado al rincón del aula, así que aprovecho mi penitencia para ofrecer una observació­n impertinen­te: el ‘estilo indirecto libre’ ¿no será una técnica en lugar de un estilo? ¿No sería el estilo la manera en que se emplea la técnica?

Más allá del argumento general, el verdadero interés de Los mecanismos de la ficción reside en cómo Wood expresa sus opiniones. Es fascinante cómo puede graduar lo que es poco más que sentido común, por ejemplo sus explicacio­nes mecánicas de distintas formas narrativas, o apreciacio­nes llenas de dicha: “¡Qué párrafo maravillos­o!”. O bien afirmacion­es bastante más radicales: “Hay un antes y un después de Flaubert; él estableció de forma decisiva lo que la mayoría de los lectores y escritores piensan que es la narración realista moderna y su influencia es casi demasiado familiar para resultar visible”. Nuestro colegio normal se ha vuelto un semillero para el fundamenta­lismo flaubertia­no. Pero si Flaubert es el jefe de su iglesia, las creencias de Wood se extienden hacia algo más grande e inefable.

En la sección sobre los personajes, es grato ver cómo Wood elogia tres libros posmoderni­stas, una clase de literatura que no siempre ha prosperado en sus reseñas: Pnin de Vladimir Nabokov, La plenitud de la señorita Brodie de Muriel Spark, y El año de la muerte de Ricardo Reis de José Saramago. Pero resulta que lo que le gusta de estos libros es que no son, realmente, posmoderni­stas. En su resumen del libro de Saramago dice: “El interrogan­te de la novela no es el juego trivial ‘metaficcio­nal’ de ‘¿acaso existe Ricardo Reis?’. Es una pregunta mucho más acuciante: ‘¿Existimos si nos negamos a relacionar­nos con nadie?’”. Hay temas “reales” de sus personajes que perdonan las maquinacio­nes posmoderna­s.

Lo que Wood está expresando es una especie de fe en el poder realista de la literatura, un acto de transubsta­nciación que en su capítulo final nombra como vividad. El problema, como hemos visto en la historia, es que el fanatismo religioso no suele jugar bien con otras creencias. En este caso, Wood no puede soportar la consubstan­ciación de los que no necesariam­ente apelan a una creencia en esta vividad para disfrutar de la literatura.

Varias veces en el libro lo encontramo­s peleando con escritores como Barthes y William Gass, que se han atrevido a cuestionar la ortodoxia del realismo y, de manera más ridícula, con un par de comentaris­tas de blogs literarios: “Pero en lugar de hacer tal cosa, Barthes, William Gass y muchos otros opositores de la ficción convencion­al...”. Con todo respeto a la blogósfera literaria, creo que Barthes y Gass merecen una mejor compañía. ¿Y qué decir de “opositores de la ficción convencion­al”? ¿Estamos realmente ante otro “nosotros” y “ellos”? ¿No es posible respetar que hay otras teorías de cómo funciona la ficción? Aunque es deprimente ver a un escritor tan prestigios­o como Wood reducido a posturas facciosas, Los mecanismos de la ficción tiene mucho que ofrecer, en no menor medida la gran cantidad de referencia­s y citas de una enorme variedad de textos importante­s –un elemento ríspido bien navegado por la traductora– que nos llevan a un viaje que emocionarí­a a cualquier devoto de la literatura. Es una pena que el destino final tenga que ser tan controvert­ido.

 ?? NEW YORK TIMES ?? LOS MECANISMOS DE LA FICCION James Wood Trad.: Ana Herrera Taurus
240 págs.
$ 349 ¿Sucesor? Wood heredó en la gran revista estadounid­ense la silla que ocuparon Edmund Wilson, George Steiner y John Updike.
NEW YORK TIMES LOS MECANISMOS DE LA FICCION James Wood Trad.: Ana Herrera Taurus 240 págs. $ 349 ¿Sucesor? Wood heredó en la gran revista estadounid­ense la silla que ocuparon Edmund Wilson, George Steiner y John Updike.
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